Poco antes de suicidarse para “huir” del nazismo, en 1940, el filósofo Walter Benjamin terminó de escribir “Tesis sobre la filosofía de la historia”. Ese texto remite a un pequeño cuadro que tenía en su casa, regalo de su amigo Paul Klee: en el trazado simplista y atormentado de ese dibujo de 31 x 24 centímetros, titulado Angelus Novus, Benjamin veía un ángel rechazando “esa tempestad que llamamos progreso”.
Desde hace algún tiempo, Stéphane Hessel identifica su acción con el símbolo que representa ese ícono. Por esa razón lo incluyó como prólogo de “Indígnense”. En menos de cinco meses, ese libro de 32 páginas vendió más de un millón y medio de ejemplares y creó un verdadero fenómeno. Fue traducido en 21 idiomas, en Italia se vende como pan caliente, en Alemania encabeza la lista de best-sellers, en los próximas días también se editará en Túnez y Egipto, y la BBC le dedicará una emisión especial. En los Estados Unidos, la revista The Nation, órgano de la izquierda liberal, publicó el texto completo en su edición del 23 de febrero. ¿Qué misterio encierra ese libro?
El texto que está convulsionando a Europa y comienza a convertirse en un fenómeno planetario ni siquiera tiene 32 páginas: el contenido “neto” de su llamamiento entra en 14 páginas de cuerpo 10. El resto del espacio está dedicado a notas aclaratorias, un epílogo del editor y publicidad de los próximos títulos de la colección. Esos 30.000 caracteres le alcanzan a Hessel para formular una severa denuncia racional de los temas que indignan a todo el mundo, pero que se convirtieron en fenómenos banales de la vida moderna: las crecientes diferencias de riqueza entre ricos y pobres, la falta de humanidad con las minorías, la dictadura de los mercados financieros, las amenazas que pesan sobre los sistemas de seguridad social y jubilación, los riesgos ecológicos que enfrenta el planeta y la deshumanización de las sociedades modernas.
A los 93 años, en el crepúsculo de su vida, Stéphane Hessel parece haber asumido –como el Angelus Novus pintado por Klee– la misión de poner límites a “esa tempestad que llamamos progreso”. “Hessel es como un grano de arena entre los engranajes de la gran maquinaria”, conjeturó el ex guerrillero Regis Debray, convertido en uno de los filósofos más respetados de Francia.
Su influencia en la sociedad comienza a ser tan grande que el primer ministro francés François Fillon se sintió obligado a intervenir en el debate: “La indignación no es un método de acción política”, argumentó el 10 de enero por televisión.
Marketing. También se convirtió en un punto de referencia. Cuando salió el último libro del filósofo Edgar Morin, otros joven activo de 89 años, la editorial Fayard no tuvo mejor idea que presentarlo como un rival de Hessel: “No basta con indignarse”, dice una publicidad de La vía. El 28 de febrero, la editorial de Hessel protestó contra ese slogan “irrespetuoso”. Pero los dos hombres –con altura y grandeza moral– prefirieron no prestarse a ese juego perverso.
Una parte del fervor que suscita obedece, sin duda, a la personalidad del autor: a los 93 años, después de una vida ejemplar, ese personaje fuera de lo común actúa con la vehemencia y la frescura de un adolescente. Hijo de una familia alemana que emigró a Francia, Hessel fue resistente contra los nazis, diplomático francés y militante de “causas perdidas”, como él mismo se define.
“El motivo de base de la Resistencia (al nazismo) era la indignación. Los motivos para indignarse en un mundo complejo como el actual son, por cierto, menos evidentes que durante la Segunda Guerra Mundial. Pero, ¡busquen! ¡Busquen y encontrarán razones para indignarse!”, dice en cada una de sus apariciones en público.
La otra razón que explica su éxito es su peso moral y su participación ejemplar en la historia: no sólo integró las filas de la Resistencia y fue deportado a los campos de la muerte –de los cuales consiguió evadirse– sino que además tuvo el privilegio de haber integrado el reducido grupo de seis personas que entre 1945 y 1948 redactó los 30 artículos de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. A su edad y con ese recorrido a sus espaldas, nadie puede acusarlo de comunista ni de cobijar ambiciones personales.
Pese a todo, una de sus indignaciones desencadenó una de las mayores tempestades de los últimos años en Francia. El detonante fue la denuncia contra el comportamiento del ejército israelí en la guerra en la franja de Gaza en el 2009. Hessel invita a leer el informe divulgado en septiembre de ese año por el juez sudafricano Richard Goldstone, “judío y que se proclama sionista”. Ese texto acusa al ejército israelí de haber cometido “actos asimilables a crímenes de guerra y, en ciertas circunstancias, tal vez, crímenes contra la humanidad”. Además invita a boicotear los productos israelíes.
Esa posición le valió una avalancha de críticas, una denuncia penal de Sammy Ghozlan, director de la Oficina de Vigilancia contra el Antisemitismo, y un ataque despiadado del científico Pierre-André Taguieff: “Cuando una serpiente venenosa se dota de buena conciencia, como el llamado Hessel, es comprensible sentir ganas de aplastarle la cabeza”, escribió. “Hubiera podido terminar su vida más dignamente que apelando al odio contra Israel, uniendo su voz a la de los peores anti-judíos”. Frente a esa ofensiva, Hessel prefirió ignorar las críticas y concentrarse en su misión de profeta de la indignación. Hostil a convertirse en una conciencia moral de los tiempos modernos, prefiere limitarse a sublevar las conciencias y a guiarse sólo por “una ética animada por valores fuertes”.