La Tierra luce gloriosamente bella desde el espacio. Mirando desde la Estación Espacial Internacional (ISS) a unos 400 kilómetros de altura, no advertí fronteras ni evidencias de los disensos que irritan al mundo por estos días. Los únicos límites visibles eran aquellos que marcan la separación entre la tierra y el agua. El único cambio, la transición del día a la noche. Podía ver 32 amaneceres y atardeceres cada 24 horas. Nunca me cansé de observar lugares claros y oscuros alrededor del globo.
De niña, en Irán, crecí mirando episodios de “Star Trek” y “Perdidos en el espacio” traducidos al farsi. Entonces, en 1979, llegó la revolución iraní y clausuró las oportunidades para chicas, cortando mis sueños de viajera espacial y éxito. En 1984, cuando tenía apenas 16 años, mis padres me mandaron con unos parientes a Virginia, Estados Unidos.
Aprendí el idioma y me aboqué a mi educación. Alcancé un grado de licenciatura en electrónica e ingeniería computacional de la Universidad George Mason, y luego una maestría en ingeniería electrónica en la Universidad George Washington en 1992.
Mi primer empleo fue en la empresa MCI, donde conocí a mi esposo, Hamid Ansari. Después de contraer matrimonio, Hamid, su hermano Amir y yo nos sumergimos en la industria de las telecomunicaciones y nos pusimos a ahorrar nuestros seguros de retiro. Finalmente, los convencí a Hamid y Amir: dejamos nuestro trabajo, transformamos en efectivo nuestras reservas y lanzamos un emprendimiento o “start up” en telecomunicaciones. En 1993, abrimos nuestra empresa en Richardson, Texas.
Bautizada “telecom tecnnologies, inc” (TTI), la empresa creó un producto llamado “softswitch” que permitía las comunicaciones de voz a través de Internet. La tecnología softswitch posibilita llamados telefónicos mediante el protocolo “voz sobre IP” o VoIP.
En menos de ocho años, TTI tenía tres patentes claves en los Estados Unidos. La compañía había crecido a 250 empleados y experimentaba un crecimiento secuencial del 100 por ciento año tras año desde su apertura. Por un monto aproximado de 750 millones de dólares, en el 2001 se fusionó con la compañía Sonus Networks, proveedora de productos de infraestructura para comunicaciones de voz sobre IP.
Después de vender TTI, pude ver que la meta de mi vida estaba al alcance. Ahora tenía el tiempo y los recursos para emprender viajes espaciales. Estudié astrofísica en la Universidad de Texas en Austin. Mi familia también patrocinó el “Ansari X Prize”, un programa diseñado para alentar la comercialización del espacio. El premio fue de 10 millones de dólares en efectivo para la primera organización no gubernamental que pudiera lanzar una nave reutilizable al espacio, dos veces en un lapso de dos semanas. En el 2004, el legendario diseñador espacial Burt Rutan cumplió la proeza y ayudó a lanzar una nueva era en los viajes espaciales financiados con fondos privados.
Entonces llegó el momento para mi viaje personal. Firmé un contrato con la empresa Space Adventures para convertirme en una exploradora espacial privada, para lo cual tuve que aprender los detalles técnicos de las travesías por el espacio. En febrero del 2006, me pidieron que fuera el “backup” o reserva de un explorador espacial privado de Japón que había sido asignado para un viaje en septiembre. Estuve de acuerdo, y entré en un curso intensivo de entrenamiento de seis meses que incluyó ejercicios en Star City, Rusia, así como en el Centro Espacial Johnson de la NASA en Houston. En agosto del 2006, unas pocas semanas antes del viaje programado, el candidato japonés fue descalificado por razones médicas. Yo era la reemplazante natural, y me nombraron como tripulante primario de la expedición Soyuz TMA-9.
El viaje empezó el 18 de septiembre. Me lanzaron desde el cosmódromo Baikonur de Kazajistán con el astronauta español de la NASA Miguel López-Alegría y el cosmonauta ruso Mikhail Tyurin. Para mi sorpresa, me sentía en calma y enteramente en casa, a pesar de lo incómodo de la cápsula, el paseo estrepitoso y las fuerzas extras de gravedad. Me había transformado en la cuarta persona –la primera mujer– que salía a explorar el espacio con plata de su bolsillo, y la primera astronauta de origen iraní.
Tras orbitar la Tierra durante dos días, nos acoplamos con la ISS. Pasé los siguientes ocho días a bordo como miembro activo de la tripulación, participando en experimentos y disfrutando la levedad del espacio. Lo más duro fue aprender a moverme sin golpear contra las paredes, comer sin empezar a flotar y permanecer en buenas condiciones de higiene en gravedad cero.
Gandhi dijo: “Si quieres cambiar el mundo, debes cambiar la manera en que quieres ver al mundo”. Mucho antes de mi aventura espacial, actué como miembro de los directorios de organizaciones sin fines de lucro dedicadas al bienestar de los chicos. También trabajé para permitir que los emprendedores sociales puedan producir cambios radicales globalmente.
Ahora que pude cumplir el sueño de toda una vida, mi deseo es usar la excitación generada por mi viaje espacial para inspirar a toda la gente en el mundo –especialmente, mujeres y niños– para mostrarles que ellos, también, pueden lograr la concreción de sus sueños. Nunca bajé los brazos y trabajé para hacerlo realidad. Ellos también pueden.
También quiero alentar la exploración comercial del espacio. Para el 2030, el turismo espacial no sólo puede ser posible y accesible, sino que además será esencial para la supervivencia de la humanidad. El espacio alberga recursos y lugar para nuestra población en expansión. Tenemos que ir y vivir entre las estrellas para sobrevivir y prosperar. Espero volver allí algún día