La idea de que el mundo se precipita hacia su perdición es muy antigua”, le dijo en 1980 el novelista checo Milan Kundera a su colega norteamericano Philip Roth. “Entonces, no hay de qué preocuparse”, lo tranquilizó Roth. “Al contrario”, retrucó Kundera. “Si este miedo lleva tantísimo tiempo en la mente de los hombres, por algo será.”
Al Gore está empeñado en agitar una de las razones del miedo. El documental que protagoniza, “La verdad incómoda”, estrenado este jueves en la Argentina, presenta al cambio climático como una amenaza a escala global cuya solución requiere acciones inmediatas. De no mediar una reducción brusca en la quema de combustibles fósiles, los científicos vaticinan que en el curso del presente siglo la temperatura media del planeta va a subir de 3 a 4°C y la altura del mar 60 centímetros. Parece poco, pero es mucho. Aumentará la frecuencia de los fenómenos climáticos extremos, como huracanes, lluvias torrenciales y sequías. Se van a derretir los glaciares. Las inundaciones van a barrer islas del mapa y anegar ciudades costeras. Se van a duplicar las muertes por golpes de calor, azotarán las enfermedades tropicales y se van a extinguir la mitad de las especies sobre el planeta.
Lo peor es que no hay tiempo para el “pesimismo intelectualmente delicioso” o la “mera autocomplacencia”, como advierte el escritor británico Ian McEwan. Algunos efectos del cambio climático ya se están percibiendo y podrían agudizarse. “De acuerdo con muchos científicos, si no hacemos algo en diez años, ya no tendremos más chance de revertir el proceso de degradación de la Tierra”, apura Gore, dispuesto a salvar el mundo.
Evidencias. La película se basa en el contenido de las casi mil conferencias que Gore dio por el mundo tras perder contra George W. Bush las elecciones del 2000. Abrazado a la causa verde, acompañado de recursos multimedia, el ex vicepresidente de Bill Clinton es histriónico y convincente. Combina la seducción del líder político, el tono didáctico del profesor y la rigurosidad del científico. El director, David Guggenheim, recuerda emocionado los primeros encuentros: “Uno ve a este tipo y comprende que él aparecerá en los libros de historia de nuestros nietos y eso intimida. Pero mientras más tiempo pasaba con él, más comenzaba a verlo como un hombre muy humano”.
Gore se jacta de preocuparse por los problemas ambientales desde el inicio de su carrera política en 1976. También preside una firma con sede en Londres que administra 200 millones de dólares para la producción de energía sustentable, y una cadena “verde” de televisión para jóvenes. “La ecología es un excelente negocio para la economía y el medio ambiente”, destaca.
“La verdad incómoda” abunda en argumentos para defender la posición (oficializada en el 2001 por el Panel Intergubernamental de Cambio Climático) de que la actividad del hombre está produciendo un calentamiento global. ¿Cómo? A través de la emisión a la atmósfera de los llamados “gases del efecto invernadero”, como el dióxido de carbono o CO2, que proviene en un 80 por ciento del uso de combustibles fósiles, y en menor medida del desmonte y la deforestación.
Los gases del efecto invernadero, al igual que los vidrios de los invernaderos, forman una especie de capa gruesa que atrapa el calor del sol: dejan pasar la radiación solar y retienen parte de la radiación que sale de la tierra al espacio exterior. Por lo tanto, cuando sube su concentración en la atmósfera, aumenta la temperatura del planeta. Hay pocos científicos que ahora lo discutan.
Los análisis paleoclimáticos de troncos, sedimentos y corales fosilisados o el aire atrapado en el hielo de la Antártida, demuestran una correlación sorprendente entre los niveles atmosféricos de CO2 y la temperatura del planeta, por lo menos durante los últimos 650 mil años
CICLOS.
Es cierto que a lo largo de la historia hubo variaciones climáticas naturales, originadas por alteraciones de la radiación solar, la actividad de los volcanes o la redistribución de los continentes derivada de procesos geológicos. La tierra se calentó y enfrió muchos veces, y ese es un argumento de los escépticos para morigerar la dimensión del problema.
Pero –les responde Gore– nunca ocurrieron cambios que se desencadenaran a un ritmo tan acelerado. En los últimos 150 años, la temperatura promedio global en la superficie de la tierra subió 0,6°C. Mientras que la concentración atmosférica de CO2 creció un 30 por ciento, por lo que hoy alcanza las 379 partes por millón (ppm), el valor más alto de los últimos 20 millones de años. La proyección en cualquier escenario de emisión de gases es que el CO2 trepe a alrededor de 550 ppm para el 2050, y a casi 1.000 para el 2100 si no se limitan o abandonan los combustibles fósiles.
“Esas concentraciones no pueden dejar de impactar sobre el clima de la tierra”, asegura Vicente Barros, investigador superior del Conicet en el Centro de Investigaciones del Mar y la Atmósfera (CIMA) de la UBA y autor de “El cambio climático global. ¿Cuántas catástrofes antes de actuar?”, de Libros del Zorzal. “Los modelos climatológicos predicen que la temperatura va subir de 3 a 4°C hacia fin de siglo. Y lo más inquietante es que los modelos que mejor representan el clima actual son los que pronostican mayor calentamiento para el futuro”.
Por lo pronto, Gore y muchos científicos afirman que el calentamiento global ya produjo efectos locales verificables. De los 50 glaciares de la región de los hielos argentina-chilena, 48 están retrocediendo, entre ellos el Uppsala. Las nieves del Kilimanjaro podrían desaparecer para el 2020. Desde 1978, el hielo del Océano Ártico disminuyó un 9 por ciento por década. Los diez años más calurosos (desde que se registra la temperatura de la atmósfera) se sucedieron en los últimos 14 años. En las décadas pasadas se duplicó el número de huracanes intensos de categoría 4 y 5, como el Katrina que azotó Nueva Orleans.
El granizo de julio en Buenos Aires o en Rosario la semana pasada, la sequía en el Chaco o las inundaciones en Tartagal también “son típicos de lo que va a pasar en el futuro”, dice Barros. Aunque la mayoría de los científicos son cautos a la hora de atribuir catástrofes o fenómenos puntuales al calentamiento global, el panorama en su conjunto grafica una tendencia consistente. La Argentina 2100 será muy distinta a la que hoy conocemos.
Didáctico. El climatólogo Barros vio “La verdad incómoda” junto a NOTICIAS: “El filme es bueno por donde se lo mire: desde el punto vista científico, artístico y didáctico”, elogia. Para Marcelo Acerbi, director de Conservación y Desarrollo Sustentable de la Fundación Vida Silvestre, la película está “magistralmente trabajada, es aleccionadora y tiene el mérito de instalar un tema que a la opinión pública le parece muy lejano”.
Por la inercia del sistema climático y la vida media de los gases de invernadero ya emitidos, el calentamiento global es inevitable. Para Gore, el primer objetivo pasa por “estabilizar la polución en la atmósfera y comenzar a reducir el CO2 atmosférico después de 5 años”. Los científicos y ambientalistas coinciden. En el plano doméstico, impulsan medidas de eficiencia energética tan simples como usar lámparas de bajo consumo o no dejar equipos electrónicos encendidos. A nivel macro, se necesita incrementar la participación de fuentes renovables de energía, construir autos que no contaminen el medio ambiente, promover políticas conservacionistas y trabajar en la adaptación a las nuevas condiciones del clima.
El protocolo de Kyoto establece que los países desarrollados reduzcan sus emisiones de invernadero en un 5,2 por ciento en el plazo 2008-2012 respecto a los niveles de 1990. En la reciente Cumbre del Clima de Nairobi se comprometieron reducciones adicionales de un 50 por ciento dentro de un plazo que llegaría al 2050. El problema es que los Estados Unidos, que aporta un cuarto de las emisiones contaminantes, sigue empeñado en no ratificar Kyoto, aunque algunos analistas esperan que flexibilice su posición tras la reciente victoria electoral de los Demócratas.
“El cambio climático no es ciencia ficción”, alertó la semana pasada el secretario general de las Naciones Unidas, Kofi Annan. “Quiero que los líderes del mundo muestren realmente coraje y tomen en serio el problema”. Por algo será.