Amor perenne en Verona

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La democracia del dedo

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Cómo construir un santo

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El estudiante

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El escudo ético del Gobierno

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Algunas reflexiones en torno al asesinato de José Luis Cabezas

Treinta días después del asesinato del fotógrafo de Revista Noticias Online, un nuevo ídolo post mortem se está fabricando en la Argentina. Una plaza lleva su nombre; sus ojos nos miran desde todos lados como un ángel de la guarda melancólico; su imagen, casi una estampita, es accesorio obligado para cualquier personaje que deba ser fotografiado; el Presidente, el gobernador de la provincia de Buenos Aires y todo político con aspiraciones lleva en su solapa una cinta negra de luto por Cabezas.
Cabezas ya no es Cabezas. Es el ícono apropiado para canalizar reivindicaciones y ambiciones personales. El 27 de enero, a su velatorio y entierro concurrieron algunos pocos políticos. Un mes después, la avenida Corrientes resultó estrecha para contener la aglomeración de dirigentes que querían homenajear al mártir.
La preocupación de tanta gente prominente por el asesinato de un periodista, ¿es intrínsecamente buena o dejaría de serlo si sus aflicciones no fueran sinceras?
Gran parte de los periodistas más jóvenes está muy satisfecha con la repercusión que obtiene el caso sin detenerse a analizar las motivaciones de los adherentes. Se basan en una lógica mediática: miden en segundos de radio y televisión, y centímetros impresos, el éxito de la causa.

Sus colegas más experimentados desconfían. Ya han visto en ocasiones a la opinión pública, a los medios y a los sectores de poder convertir otros asuntos en el centro del Universo para, meses después, olvidarse de que habían existido. También recuerdan oportunidades donde la obsesión social sólo permitió una catarsis inocua, distrayendo la atención de las verdaderas causas de los problemas. Leer más sobre las últimas noticias en Argentina.

La sobreactuación encierra un mensaje. La que en este caso mostraron algunos dirigentes sindicales, políticos y medios de comunicación podría no ser un mero oportunismo, sino seña de un deseo de compensación antes sus propias omisiones pasadas. Si así fuera, estaríamos frente al efecto secundario, no deseado pero tolerable, de un proceso evolutivo.

Otro sería el problema si actitudes demagógicas lograran manipular los sentimientos de los familiares de la víctima, sus compañeros de trabajo, del periodismo en su conjunto y de la población en general. Si las emociones superan a la razón, la realidad será reducida a caricatura y el año próximo este fenómenos podría agotarse en una telenovela titulada, por ejemplo: “Fotógrafos”.
Todos los homenajes a José Luis Cabezas, que tan bien hacen al corazón, son un reconocimiento al periodismo en su conjunto. Pero la prensa corre el riesgo de que la reparadora deferencia que le concede toda la sociedad se convierta en un fin en sí mismo. El bálsamo terminaría anestesiándola. Si los periodistas se transforman en protagonistas y se asimilan a la escena, la sociedad se queda sin prensa independiente. En tal caso resultaría muy oportuno para un gobierno presionado incorporar periodistas, en lugar de deportistas o cantantes, a sus listas de candidatos y, progresivamente, corroer su rol.

Durante estos treinta días, varios diputados, senadores y ministros, entre otros, compitieron por exteriorizar la estatura de su luto. Los diarios pugnaron para demostrar quién destinaba más espacio en su tapa o publicaba más páginas sobre Cabezas. Resulta alentador que se haya aprendido la lección en un país donde se mató a 90 periodistas durante el gobierno del general Videla sin que se lo hiciera notar en su momento.

Es positivo que se mantenga el crimen en el centro del interés, pero sería recomendable superar la etapa de la cantidad para entrar en la discusión cualitativa de las causas de esta muerte.

Con toda la energía colocada en encontrar a los asesinos de Cabezas, se corre de una pista a la otra con la ingenuidad de la esperanza. Pero si hoy se descubriera a los responsables del crimen, inclusive a los autores intelectuales, el caso no quedaría resuelto. Encontrar a los asesinos es imprescindible, pero no suficiente. También hay que encontrar los defectos de nuestro sistema social y combatir a quienes, con algún poder, se sirven de las mafias o simplemente las toleran.
La sociedad argentina ha dado muchas muestras de ansiedad abortiva. Por avanzar más rápido en un camino que suponía incorrecto, no vaciló en hacer concesiones “menores”. Los ciudadanos toleraron serios vicios de sus gobernantes cuando éstos encaraban el modelo con el que coincidían. Los gobernantes disimularon perversiones de sus fuerzas de seguridad, mientras cumplieran con lo que les parecía más urgente. Los empresarios admitieron negociados de otros empresarios allegados a los gobernantes, mientras la propia tasa de rentabilidad continuara en aumento. Los propietarios de los medios de comunicación miraron para otro lado en la medida en que los gobiernos les concedieran otros medios de comunicación electrónicos. Y el círculo de la mafia comenzó a cerrarse.

Resulta más cómodo destinar decenas de páginas al drama de Cabezas y reclamar vehementemente su esclarecimiento, que correr los riesgos de publicar investigaciones concretas, con nombre y apellido, sobre comisarios manchados por el delito, sindicalistas corruptos, empresarios sospechados de prácticas mafiosas y sus vinculaciones con el Gobierno o, peor aún, investigar posibles delitos del propio Poder Ejecutivo y sus allegados.

El mejor homenaje que los periodistas pueden hacerle a José Luis Cabezas es ser mejores periodistas, investigando más y más alto, indagando con la misma severidad las sospechas sobre el Presidente que las que pesan sobre el simple concejal. Durante el mortífero gobierno del general Videla, para dar una falsa idea de libertad, se le permitía a los diarios criticar a funcionarios municipales, secretarios de Estado y ministros civiles. El intendente Cacciatore, por ejemplo, era uno de los chivos expiatorios con los cuales la prensa limpiaba sus culpas por no informar sobre las atrocidades de generales como Suárez Mason y Bussi o almirantes como Massera. Los vicios se incorporan: el intendente Grosso, por ejemplo, fue uno de los Cacciatores del comienzo de Menem.

Hoy, que el descontento con el gobierno de Menem es alto, como siempre sucede sobre el fin de un mandato, los medios multiplican sus críticas. Lo mismo sucedió al fin del gobierno militar, al fin del gobierno de Alfonsín y con todos los gobiernos anteriores. Durante los períodos de divorcio de la sociedad con sus gobiernos, todo sirve para justificar el desamor y canalizar la protesta. Cabezas, el 17% de desocupación y los escándalos del PAMI se confunden peligrosamente.
Si mañana descubrieran en la Argentina reservas pretrolíferas del nivel de Kuwait y otro boom económico mejorara el nivel de vida de todos los argentinos, ¿le seguiría preocupando a la opinión pública la conexión con las mafias, la corrupción y el Gobierno de igual forma que hoy?

La prensa tiene la obligación de estar más allá del voluble sentimiento generalizado. Debe narrar los hechos cuando se producen y no solamente acompañar ampulosamente el duelo cuando sobreviven las consecuencias. Si los diarios importantes hubieran hurgado en los procederes del Presidente y sus colaboradores más estrechos en los primeros años del Gobierno, si hubieran indagado sobre Yabrán, sobre los comisarios Mario Rodríguez, Mario Naldi o Juan José Ribelli, y sobre tantos otros personajes a los que enfrentó NOTICIAS, quizá el asesinato de José Luis Cabezas se podría haber evitado. Se puede matar a un periodista de un medio, se pueden hacer estallar bombas, dos, infortunadamente, en lo que va de este Gobierno, en las puertas de una editorial como Perfil. Pero no se habría podido asesinar a periodistas y colocar bombas simultáneamente a cuatro o cinco medios de envergadura.

Cabezas no murió el 25 de enero. Su muerte comenzó a generarse mucho antes, junto con la corrupción que no encontró freno en la prensa grande, especialmente en la impresa, cuya responsabilidad es superior. Si bien la cámara oculta de “Telenoche” se revela como el medio más eficaz de probar delitos de funcionarios intermedios, su empleo se torna imposible cuando se trata de investigar al Presidente, a sus ministros, a los miembros de la Suprema Corte o a los empresarios más poderosos del país.

Tampoco hay que olvidar que los medios electrónicos no son una propiedad absoluta, sino apenas una concesión del Estado por un determinado período que, una vez concluido, deberá ser renovado por los políticos que gobiernen en ese momento, algunos de los cuales serán los mismos de hoy.

Es importante entender la dinámica de los medios de comunicación para comprender la muerte de José Luis Cabezas y para demandar cambios en los propios medios que dificulten otros asesinatos. Cuando se trata de temas complejos, los periodistas no siempre pueden publicar lo que desean; son las empresas las que deciden hasta dónde están dispuestas a arriesgar. La censura del programa “Sin límites” por las propias autoridades de América TV es apenas una muestra notoria de lo que sucede todos los días en la mayoría de los medios pero de forma más recatada. Investigaciones sobre la fortuna del presidente en ejercicio, de sus allegados permanentes y de los empresarios conectados con el dueño del medio de comunicación están vedadas a la mayoría de los periodistas.
Es infantil, y tranquilizador, imaginar a José Luis Cabezas como un “cazador de noticias”, una especie de Indiana Jones que solitario recorría los médanos de Pinamar armado con su teleobjetivo.

José Luis Cabezas era un miembro de la redacción de NOTICIAS, era parte de un sistema cultural y logístico donde toda información verdadera y relevante se publica aunque resulte peligroso o inconveniente comercialmente. Cabezas pertenecía a una revista que publicó su primera nota de Yabrán el 13 de octubre de 1991. Ya en aquella oportunidad otro periodista de Tapa de Revista Noticias de Hoy, Fernando Amato, fue baleado en la puerta de la residencia de Yabrán por sus custodios, según consta en la denuncia policial correspondiente y que en aquella oportunidad no horrorizó a nadie. Cabezas también trabajaba en una revista que publicó su primera tapa sobre la mala policía del actual gobierno el 8 de diciembre de 1991, revista que no por casualidad ya había sido clausurada por el gobierno militar diez años antes: que soportó bombas, juicios y amenazas de todo tipo.

La máquina de investigación de NOTICIAS la componen alrededor de 50 periodistas. Un diario de los grandes cuenta con más de 200 periodistas. Es legítimo preguntarse: ¿por qué una redacción de cincuenta periodistas descubre, recurrentemente y a lo largo de tantos años, informaciones graves que siempre se le escapan a una redacción que la cuadriplica en tamaño?
¡No se olviden de Cabezas!

Pero no se olviden de por qué lo asesinaron. No se olviden de quiénes, en sentido amplio, lo asesinaron. No se olviden de reclamarles a los diarios coraje para comprometerse con los temas difíciles en el momento que ocurren y no después. No se olviden de que los gobernantes deben ser eficientes sin hacer trampa. No se olviden que la corrupción genera mafias.
Entonces sí, Cabezas no será olvidado.