Algo de fama, un poco de frivolidad, mucho narcisismo. ¿Cómo se hace un flogger perfecto? Lo más esencial: la imagen. Si sólo en la Argentina hay 2.084.000 flogs, con sus consecuentes 2.084.000 floggers, ni los pantalones chupines de colores despavoridos, ni las remeras fetiche de la marca A. Y. Not Dead, ni los últimos anteojos Ray Ban tamaño parabrisas tienen permitido perderse en el placard. Cuando el look flogger queda terminado, resta secarse el gel del peinado Dragon Ball Z de los dedos de ellos, o limpiarse lo que haya quedado del fijador del flequillo en los dedos de ellas, y llevar las manos a un mouse y a cualquier cámara de fotos que enciendan los motores del flog. ¿Un flog? Una página personal que, desde servidores gratuitos como Fotolog.com –con 20 millones de visitas al mes en todo el mundo–, permite subir a la web una foto propia por día y sentarse a esperar las opiniones de otros floggers. Es furor entre adolescentes de clase media y alta –tan alta que Florencia Kirchner es la flogger más famosa–, hasta el punto que, desde hace dos meses, los dueños de cada “álbum digital” se reúnen en los shoppings Abasto y Unicenter para buscarle alguna profundidad a lo que sólo es imagen. Ya sea a los golpes, como ocurrió el miércoles 5, cuando una “interna” entre dos bandos de floggers autoconvocados terminó en estampida, vidriera rota y tres heridos de arma blanca, o “affeandose” en persona; es decir, añadiendo a una lista de contactos favoritos el flog de cada amigo, o el de anónimos fans digitales.
“Podrás llegar a tener fama y ser afortunado ya que aparecerás en la página principal de Fotolog”, promete el servidor, como si evangelizara en nombre de la Iglesia Universal del Reino de Internet. Pero como a toda necesidad le corresponde un derecho, la exhibición adolescente tiene un último condimento: cada visitante puede pasar, saludar y opinar sobre la persona en pantalla.
Me pasé gordi!!!
Estás divino.
Buen flogg 😉
Bye bye.
Cuestión de identidad. “Lo que cambia es un modo de conexión en sintonía con la sobrevaloración de la imagen y la mirada”, apunta José Sahovaler, médico psicoanalista especializado en adolescentes. Al margen de todo lo que se pueda escuchar, pensar o tocar, el vínculo entre floggers se rige entre la vacuidad de sus meras imágenes y sus deseos de reconocimiento. “Cada comentario –explica Sahovaler el fenómeno de la hiperfrivolidad– funciona como devolución de esa pregunta: ¿quién soy?, ¿soy o no soy atractivo?”.
Gataaaa.
Q glam / a ff´s? / beso.
Ya te re voté.
Claro que, dentro del ecosistema digital, no todo es amor, paz y adicción a la moda. De hecho, ni siquiera entre los mismos floggers es lo mismo ser dueño de un mouse propio para subir imágenes con una cámara de fotos digital desde San Isidro, que pagar $ 1,50 en un locutorio de Florencio Varela para subir fotos desde un modesto teléfono celular. “Igual, acá nos mezclamos todos con todos”, cuenta Rodrigo (16), flequillo a flequillo junto a sus compañeros, ante la misma puerta del Abasto del combate.
“Fue una pelea entre ´cabezas` y ´chetos` –dice Natalia (16), molesta porque desde ahora le toca reemplazar los chupines por el uniforme del colegio privado–; hay floggers cumbieros con gorrita que miran mal y vienen a bardear, esos empezaron todo”, comienza a contar, hasta que una amiga la interrumpe: “Vos también mirás, ortiva”, le dice, remarcándole que el resentimiento de unos también se alimenta del desprecio de los otros.
“¿A tanto llega el odio sin motivo, la bronca sin conocer? me pueden explicar qe es lo qe les molesta tanto? porqe las ganas de arruinar todo, eh?”, se queja, literal, en su propio flog, Agustina, todavía un poco culpable porque fue ella la primera organizadora de los encuentros y vocera no oficial de los floggers. “No somos una tribu”, protesta en la misma puerta del Abasto, el último Ground Zero del orbe digital. “Los diarios dijeron cualquiera: que robábamos, que éramos chetos; por eso volvimos acá, para limpiar nuestro nombre”, aclara, y se distancia de otras etnias urbanas como las de rolingas, darks, góticos o emos –aunque estos últimos compartan el look y la música de los floggers, pero no todos tengan un flog–. Por las dudas, alrededor del shopping se ubican ahora medio centenar de policías. “Hay una cadena de mails donde nos amenazan con repetir la paliza”, insiste Agustina, y otro flogger, mientras tanto, saca su cámara, apunta y toma una foto más.
Gold Member. “Son modelos frustrados”, analiza un flogger de 15 años, y señala con seguridad a otros que cumplen hasta los talones con el look oficial. “Esos son los superfloggers: posan todo el tiempo y dicen que son bisexuales, pero son reputos”. Es contra ese subgrupo de floggers que los otros apuntan como flashes las opiniones más dañinas: los “gold camera” –o gold, la realeza de los flogs– son floggers con la capacidad de subir más fotos y recibir más comentarios de otros cada día. Algo así como los Paris Hilton o los Brad Pitt de la flogósfera y, por lo tanto, los más “populares” y “envidiados” a lo largo y a lo ancho de la web. Para un flogger anónimo, escalar hasta los FF´s de un gold sería como para cualquier anónimo de carne y hueso sentarse a la mesa de Mirtha Legrand, mientras que, por su lado, los mismos golds disputan entre ellos el mayor divismo posible –como Mirtha Legrand y Susana Giménez, en tal caso–. Entre quienes mendigan llegar a los FF´s de cualquiera y los gold que compiten por el estrellato, mientras tanto, queda en juego el botín de votos que cada flogger –poderoso o no– puede darle a un flog que aspire a convertirse gratis en un gold.
“Cada flog es también un espacio de fantasía de fama”, explica el especialista José Sahovaler. “Un ambiente limitado por los pares, donde ´se existe` a través de la ilusión de la fama personal vacía que suelen imponer los medios”.
Al compás de su primer hit virtual (“Te effeo para que me efees”), y mientras los adultos descubren sus páginas como las típicas pasarelas de moda de los grupos de pertenencia adolescente, los floggers apuestan a seguir reuniéndose. “Si al final todos somos personas, qué importa la música, qué importa la ropa”, escribe la vocera gold de los más y menos fotogénicos. Y los comentarios llegan pronto.
Besos gorda.
Sos la mejor.
Tortaaaaaa.