El estreno de esta versión del drama de los enamorados ha seguido con fidelidad los lineamientos de Shakespeare y el plan de trabajo del compositor Sergei Prokofiev, que se consolidó a través del inicial y soviético “Romeo y Julieta” de Prokofiev-Lavrovsky. El coreógrafo norteamericano Paul Vasterling se ha ocupado -fascinado por el relato literario y el ballet difundido por el Bolshoi- de su propia versión, probada ya por la compañía de Nashville en 2004. Situado en una transición hacia en el Renacimiento, Vasterling contó con la excelente colaboración de Maria José Besozzi y su ambientación escenográfica con arcos de medio punto y ojivales que identifican magníficas construcciones de una ciudad-estado italiana, e interiores de un “palazzo”. Alicia Guma diseñó el vestuario muy propio de la época aunque adaptándolo perfectamente para la danza. Y la bien aplicada iluminación de Gabriel Lorenti contribuyó a crear “atmósferas” dramáticas, o solemnes, en el crescendo argumental Así, Vasterling montó con favorable entorno su coreografía que, si bien tiene profundos trazos neoclásicos, no se aleja demasiado de lo estrictamente clásico. Dota a diversas escenas de gran expresividad para sustentar los sentimientos de amor de los protagonistas y del dolor ante la cruel muerte de algunos personajes: la de Teobaldo Capuleto, ese convulsivo fin de un ser despiadado, exactamente interpretado por Javier Abeledo. En cambio, yerra la grandilocuente gestualidad de quienes lloran esa muerte que nos traslada -más que a la aristocrática Verona- a los confines meridionales de la fragmentada Italia renacentista. El problemático amor de los protagonistas fue cabalmente demostrado por Genoveva Surur (Julieta Capuleto) cuya magnitud como destacada artista sigue creciendo interpretativa y técnicamente, compenetrada con los lineamientos del coreógrafo. La dualidad se completó con Bautista Parada (Romeo Mostesco) que apunta como buen partenaire de algunos encuentros sumamente difíciles, prosiguiendo con éxito su desarrollo expresivo y cierta consolidación técnica. De este primer reparto son destacables Miguel Moyano y Erik Erles (Mercucio y Benvolio del clan Montesco), Sabrina Streiff como nodriza, Gustavo Marchioni (recio señor Capuleto), María Alejandra Baldoni (bella y en papel), Lisandro Casco (Paris), el contemplativo Fray Lorenzo de Adrián Seijas, y los hombres y mujeres de ambas familias rivales, que confieren brío y vitalidad a las reñidas escenas en la ciudad. Habrá que ajustar ahora algunas escenas en el transcurso de las funciones programadas. La orquesta estuvo bien dirigida por Bruno D’Astoli que buscó profundizar el lirismo de algunas partes de la interesante partitura, no obstante ciertos vientos -con sus desafinaciones- estremecieron a más de un melómano.
Y al referirnos al desempeño de la orquesta estable, vale la pena atender a la calidad de la música compuesta por un grande del siglo XX: el compositor ruso Sergei Prokofiev, quien trabajó mucho tiempo sobre la partitura que debía acompañar el tema de ballet relativo a la tragedia de los enamorados de Verona. Al decidirse Prokofiev por una obra musical de acuerdo con los lineamientos que le imponían las autoridades culturales de su propio país, debió abjurar de muchos principios que lo habían llevado a ser considerado en el occidente europeo como un auténtico músico de vanguardia, tanto quizá como Igor Stravinsky. Pero al haber retornado a Rusia, la situación de Prokofiev cambió y no le quedó alternativa: debía obedecer las pautas de la política cultural de la “nueva madrecita Rusia”. De allí que recurriese a un bellísimo trabajo por medio del cual (aún estando en Occidente) había retornado a los principios del clasicismo: la “Sinfonía Clásica”, de la que se escucha y se baila un extenso fragmento. No es la única evocación que lo acercó a la música programada. Pero lo interesante consiste en apreciar cómo el talentoso compositor pudo evadir ciertos riesgos, y cómo no cayó en vulgaridades. Porque realmente es un placer escuchar “Romeo y Julieta”, y apreciarla como música de escena excepcional.