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Madres prestadas

La figura de Valeria se mezcla en la sala de espera con la de muchas otras mujeres en busca de un embarazo que nunca llega. Pasa rápido el sector de caras desilusionadas y se aparta. Esa mañana, del miércoles 27, dejó en su casa de Monte Grande, provincia de Buenos Aires, a sus dos pequeños hijos y fue a uno de los más reconocidos centros de fertilización asistida del país a concretar su “cruzada solidaria”: donar sus óvulos.

Cada vez son más las argentinas que necesitan de otras para ser madres. Por trastornos ginecológicos, patologías oncológicas o el imbatible paso del tiempo, precisan de los óvulos o el vientre de sus pares para tener un hijo. Al mismo tiempo que se afianza esta nueva modalidad materna, crece el enrolamiento de una legión femenina dispuesta a hacer realidad sueños ajenos. ¿Altruismo o rédito económico? ¿Nace una nueva generación de “madres prestadas”? ¿Cómo se regula y controla este mercado fecundo que crece silencioso?
El debate ético y legal pone en discusión el mismo concepto de maternidad. “Ser madre es una función, no un hecho biológico”, señala Darío Fernández, director del Capítulo de Psicología de la Sociedad Argentina de Medicina Reproductiva (SAMER). Así lo sienten desde la bellísima Sharon Stone, complacida con su segundo hijo producto de un vientre alquilado, hasta la húngara Adriana Iliescu, quien registró el récord mundial al ser madre primeriza por ovodonación, a los 67 años.

En la Argentina, son pocos los que reconocen en público estas prácticas. Claudio Chillik, presidente de la SAMER y consultor médico del instituto Cegyr, sostiene que ese hermetismo puede ser contraproducente: “Se crean falsas expectativas, por ejemplo, cuando hay madres famosas, que tienen bebés después de los 50, luego de tratamientos, y no se dice que fue por ovodonación, lo que es prácticamente imposible”.

Hoy, la donación de óvulos es un procedimiento en alza y lo realiza la mayoría de los institutos de reproducción asistida. En cambio, el alquiler de vientres se practica en las sombras y, en general, se arregla en foros de internet dedicados a publicar anuncios de maternidad subrogada. Para la legislación argentina, madre es la que da a luz y ningún centro médico se atreve a asumir riesgos ante eventuales reclamos de la mujer que llevó nueve meses un bebé en su vientre.

MADRES ANONIMAS
“No pienso que por donar un óvulo soy la mamá. Es el mismo ejemplo del que dona un órgano”, explica Valeria, de 29 años. La morocha, de ojos verdes, y arito en la nariz parece segura: “No quiero conocer ni tener ningún contacto con la receptora ni con el bebé fruto de esa fertilización. Lo mío fue una ayuda y termina acá”.

Es la segunda vez que Valeria dona sus óvulos. Para convertirse en dadora, como todas las aspirantes, tuvo que atravesar un exhaustivo período de selección: exámenes clínicos, infectológicos, genéticos y psicológicos. Una vez superada esta instancia deviene el proceso de estimulación ovárica, que dura casi un mes. “Me enseñaron cómo aplicarme inyecciones en la panza, es muy parecido a lo que hacen los diabéticos con la insulina”, describe. Luego, mediante un procedimiento transvaginal, se extraen alrededor de 15 óvulos, y finaliza el trabajo para la donante.
Los expertos aseguran que no corren peligro y que la práctica no les provoca disminución de la fertilidad ni adelanto de la menopausia. Aunque los aportes tienen un límite: pueden donar hasta seis veces. “Ese tope se estableció por dos motivos. Uno, porque se detectó que tras 12 tratamientos puede haber problemas oncológicos, por eso se buscó un límite muy lejano. En segundo lugar, por el riesgo de que en el futuro las personas que compartan carga genética se conozcan y tengan hijos. Para eso, según cálculos matemáticos, tendrían que nacer 25 hijos de una misma donante en una población de 800.000 habitantes”, indica Demián Glujovsky, a cargo del programa de ovodonación de Cegyr.

En la Argentina, la donación es anónima y la mujer recibe en concepto de reembolso por las molestias y gastos generados entre 500 y 1000 pesos. Todavía no existe, como en Estados Unidos, un mercado de la fecundidad: catálogos con candidatas para todos los gustos ofrecen muestras de óvulos de hasta 15.000 dólares y el negocio reporta unos 3.000 millones de dólares anuales.

En un país en el que alrededor del 15% de la población tiene trastornos de infertilidad, la curva ascendente de la ovodonación todavía no encuentra su techo: hace cinco años representaba el 10% del total de tratamientos de reproducción asistida, y hoy se estima que ronda el 40%, según los distintos institutos consultados.

“La tendencia crece debido a factores culturales y sociales. Hoy, entre las prioridades están la casa, el coche, el desarrollo profesional… y el tiempo pasa. Después de los 35, cuando muchas buscan por primera vez un bebé, se dan cuenta que no viene porque sus óvulos ya no sirven. Otra causa está relacionada con el divorcio y la formación de nuevas parejas que quieren tener más hijos”, explica Nicolás Neuspiller, director médico de Fecunditas.

EL DUELO GENETICO
Mónica, de 43 años, está expectante. Hace dos semanas le transfirieron un embrión al útero y espera, con nerviosismo, los resultados. Los óvulos no son de ella. Los espermatozoides son de un banco de semen. No tiene ni la mínima idea de cómo será su hijo. Perdió la fertilidad, su pareja, pero todavía está intacto su deseo de ser mamá. “Sé que relegué mi maternidad por otras cosas. Me costó aceptarlo, pero ahora estoy bien. Después de todo, el bebé se va a alimentar de mi sangre”, relata.

El principal problema de la maternidad que aflora cerca de la menopausia son los ovarios. “La función ovárica está relacionada en forma directa con la edad ya que el período más fértil de la mujer es alrededor de los 25 años, disminuye lentamente hasta los 30 y algo más hasta los 35, acentuándose a partir de ese momento. El mejor consejo es el de no postergar la maternidad por motivos triviales”, sostiene Sergio Pasqualini, al frente de Halitus.

Al igual que Mónica, las pacientes de ovodonación tienen, en promedio, alrededor de 40 años, y una posición económica sólida para afrontar los tratamientos que varían entre 10.000 y 14.000 pesos. Todas, sin excepción, sufren el peor golpe cuando reciben la noticia de que sus óvulos ya no sirven y deben atravesar por el “duelo genético”. Se sienten afuera del proceso, sin poder trasmitirles los rasgos físicos a sus hijos y creen que su rol es el de simples “incubadoras” (ver columna).
Ester Polak, directora del Instituto CER, lo desmiente: “Es como recibir una célula, muy especial, pero fertilizada con el esperma, en muchos casos, de su marido. En otro útero, no tendría las mismas características inmuno genéticas. La receptora produce cambios en el embrión y el intercambio es real”.

VIENTRE SE RENTA
El aviso clasificado que publicó el empresario cordobés Jorge Macía en el diario La Voz del Interior desató la polémica: “Busco vientre de alquiler para dar un hijo. Mujer bonita, de 18 a 28”. El hombre, de 40 años, residente en Barcelona, dice que recibió 600 mails de candidatas argentinas ofreciendo su cuerpo saludable. Se enfureció cuando lo acusaron de comercializar la paternidad: “No quiero que me extorsionen, no seamos hipócritas, ¿o no vemos a diario decenas de parejas que se pelean por la plata y ponen en el medio a sus hijos? Creo que eso es mucho más comercial que mi aviso”.

Macía y su oferta trajeron al centro de la escena un método que se propaga subterráneo. Existen foros de internet donde se promociona el servicio, y los demandantes arreglan citas. “Soy una mujer argentina que alquila su vientre. Soy sana, sin vicios y seria, que lo único que quiere es ayudar a realizar tu sueño de ser padres”, dice uno de los tantos avisos.

La mayoría de los centros de fertilización evita involucrarse con este procedimiento. Existe un vacío legal y lo único que aclara la normativa nacional es que madre es la que pare. “Creo que tenemos muy pocas consultas porque las personas saben que no lo hacemos. Pero estoy muy sorprendido por el fenómeno que se da en internet”, confiesa Chillik.

La historia es diferente para las parejas ABC1. Viajan al exterior, en general a California, Estados Unidos, donde la práctica está legalizada. La travesía cuesta entre 70 y 120 mil dólares.

La maternidad subrogada es técnicamente fácil de hacer. Hay dos alternativas: la pareja aporta todo el material genético y el embrión se implanta en el útero alquilado, o la madre sustituta también aporta sus óvulos, con lo cual será, además, la madre genética del bebé.

Desde la SAMER, Chillik opina: “Como institución, no estamos de acuerdo con el alquiler de vientres porque media un interés económico, aunque es discutible la maternidad subrogada con fines altruistas”. La ciencia avanza más rápido que el derecho, y recién se están discutiendo tres proyectos en el Senado para regular y controlar las prácticas de reproducción asistida en la Argentina. Ninguna de las iniciativas contempla la maternidad subrogada.

EL CASTING.
Juan y Pilar se animan a desafiar el vacío jurídico. Hace siete años que viven en Estados Unidos, pero regresaron a la Argentina en busca de un vientre nacional. A ella, de 49 años, le extirparon el útero por un cáncer. Además, sus óvulos están deteriorados.

Durante un mes y medio se zambulleron en un casting de 200 panzas. La gira incluyó Buenos Aires, Rosario, Córdoba y Tucumán. “Tuvimos en cuenta el entorno familiar, dónde trabaja, la formación, el perfil psicológico. Es decir, que tenía que ser una persona física y psíquicamente saludable”, cuenta Juan, socio de una empresa constructora, desde su finca de Jujuy, donde se alojan por estos días.

Noticias: ¿Ya eligieron a la madre?
Juan: Sí, tiene menos de 29 años, es muy linda, culta, tiene marido e hijos. Está muy contenta.

Noticias: ¿Cuánto le van a pagar?
Juan: No voy a decir la cifra, pero es lo que ella pidió. No regateamos. Ese dinero le sirve para saldar viejas deudas.

Noticias: ¿Cómo es tener un bebé con óvulos y vientre de otra mujer, que a su vez lleva los genes de su marido?

Pilar: La decisión no fue difícil. Es mi única solución. Está también la adopción, pero de esta manera mi bebé tendrá la sangre de mi esposo, al que amo con toda mi alma y a quien lo vi sufrir por un hijo igual que yo.

El matrimonio acordó que los procedimientos médicos se hagan en Jujuy -prefirieron no dar detalles- y ni bien nazca el bebé la madre biológica deberá ceder la tenencia al padre. “Se parece a una adopción plena, aunque más perfeccionada porque al menos tiene los genes de alguno de nosotros”, dice Juan. Y con naturalidad, advierte: “A nuestro hijo le vamos a contar toda la verdad. Él tiene derecho a saber su identidad”. Por ahora, están en la dulce espera. Juan, Pilar y la mamá rentada.