Amor perenne en Verona

Amor perenne en Verona

“Todo el mundo tiene su sombra”
“La clase alta es muy maleducada y egoísta”
“Soy primario, y el más lindo entre los feos”
“A veces me agarran ataques de llanto”
La democracia del dedo

La democracia del dedo

“Se está construyendo una historia política”
“Los hombres son de otro planeta”
Cómo construir un santo

Cómo construir un santo

El estudiante

El estudiante

`Las siliconas me hicieron más mujer´
El escudo ético del Gobierno

El escudo ético del Gobierno

Liderazgo en juego

Akela, el jefe de la manada de lobos que crió a Mowgli, ponía en juego su liderazgo en cada persecución de una presa. El día que comenzara a perder esas batallas cotidianas, empezaría a declinar ese liderazgo que describió Rudyard Kipling en “El libro de las tierras vírgenes”.

La fórmula del viejo lobo se trasluce en el tradicional caudillismo latinoamericano. Por eso los caudillos no pueden ser estadistas. Como la palabra indica, lideran a un sector en el que son vanagloriados y puede ser, o no, la porción mayoritaria; pero no representan sino que enfrentan a los demás sectores, donde son visceralmente repudiados.
El estadista, por el contrario, no es amado ni vanagloriado por nadie; a fin de cuentas, quienes practican el culto a los liderazgos son las “multitudes bobinas” que detesta Vargas Llosa, o sea el hombre masa, sin dignidad ciudadana ni soberanía intelectual. A su favor respecto del caudillo, el estadista tiene que nadie lo aborrece y todos se sienten representados por él. Por eso desprecia darse baños de multitudes, convencido de que, aclamando a un líder personalista, mil hombres equivalen a la milésima parte de uno.

La forma de construir poder de Néstor Kichner, digna de un manual de conducción política, tiene los signos de Akela. Desde que entró en la Rosada adoptó la pose de un héroe díscolo y apostó su liderazgo en la persecución de cada presa. El precio fue la desvirtuación, incluso de políticas acertadas. Por caso, el acierto de sepultar leyes de impunidad para que abyectos criminales como Etchecolatz estén donde deben estar (la cárcel), se devaluó por ese afán de convertir todo en materia inflamable para discurso de barricada, que implicó la “panfletización” de los derechos humanos y de la historia.

De todos modos, el resultado fue sorprendente. Parecía coronar la razón de Virgilio al afirmar que “audentes fortuna juvat” (la suerte está con los audaces). Kirchner tuvo buen resultado porque en Latinoamérica, con honrosas excepciones, aún tiene vigencia el comportamiento de manada, extinguido hace tiempo en las democracias maduras.

Sin embargo, en sus últimas batallas, las presas no sucumbieron fácilmente y el Presidente salió con magullones y heridas. Pensó que todos sus castigados con el suplicio de la humillación actuarían con la indignidad del vicepresidente Scioli o del empresario Coto, pero Lavagna fue la primera excepción al convertirse en opositor, y al ex ministro no es fácil acusarlo de resabio de los noventa porque en el actual modelo económico es incluso anterior al propio Kirchner.

Agamenón sometía a los jefes aqueos a la humillación de sus caprichos, hasta que Aquiles se ofendió y lo abandonó. Lavagna puede ser el primer Aquiles de nuestro iracundo Agamenón.

El Presidente también creyó que castigando a la prensa no alineada, como la editorial Perfil, y a periodistas creíbles, como Joaquín Morales Solá, lograría condescendencia. Sin embargo, ni el uso arbitrario de la publicidad oficial ni las acusaciones públicas que tienen como consecuencia amenazas anónimas, lograron hasta ahora silenciar esas voces independientes.

Posiblemente, el Presidente también pensó que el gobierno uruguayo cedería frente a la acción de fuerza con que la Argentina atacó a las papeleras. Creyó que agacharía la cabeza frente a la ira kirchneriana, pero Tabaré Vázquez resultó una presa dura de cazar y, tal vez por eso, el Presidente busca una salida decorosa en el rey de España actuando como “facilitador de diálogo”, rol que eludió Lula faltando a la última cumbre Iberoamericana

En el escenario nacional y regional, los actores empiezan a no cumplir con el guión que imaginó el Presidente. Como en ese bosquejo de cuento con que Nataniel Hawthorne impactó a escritores como Borges, Pirandello y Guide: un hombre está escribiendo una historia cuyos personajes comienzan a independizarse del autor, mientras ocurren hechos no previstos por él, que encaminan la trama hacia un desenlace trágico.

Cuando estalló la desopilante batalla de San Vicente, otro síntoma de la “barrabravización” de la política argentina, Kirchner se pareció a ese escritor que imaginó Hawthorne. La desaparición de Julio López lo muestra en similar situación. Y él empieza a comprender que los personajes no actúan siguiendo su guión, ergo, la trama puede encaminarse hacia un desenlace que el autor no imaginó.

Hegel explicó que Napoleón debió sufrir dos derrotas por no haber comprendido el significado de la primera, ya que recién después de Waterloo entendió que el primer fracaso no fue una desgracia militar accidental, sino la expresión de un cambio histórico más profundo.

A Menem, no haber comprendido la derrota de su plan re-releccionista lo encaminó a su Waterloo (la última elección presidencial). Lo mismo puede pasarle a Kirchner si no lee correctamente las razones de sus recientes tropezones. Sobre todo, la derrota kirchnerista en Misiones.

El Presidente no podía oponerse públicamente al reeleccionismo eterno porque su gobernación en Santa Cruz fue pionera en ese rubro. Pero al menos pudo evitar involucrarse del modo en que lo hizo.

Por apoyar a un déspota de métodos violentos, inescrupulosos y fraudulentos, confundió a Joaquín Piña con Baseotto. El ex obispo castrense es un reaccionario recalcitrante, pero el sacerdote catalán que doblegó a la dupla Kirchner–Rovira tiene como antecedentes haber enfrentado la dictadura de Stroessner defendiendo los derechos humanos en Paraguay, y ser un buen exponente del clero
comprometido con los pobres.

En el marco de esa contienda, Kirchner tuvo razón en el ataque que lanzó contra la Iglesia. La falta de coraje institucional de la jerarquía eclesiástica para enfrentar a la última dictadura contrasta con la forma en que monseñor Silva Enríquez opuso la Vicaría de la Solidaridad al afán exterminador de Pinochet. Tal vez esa sea una de las razones que expliquen por qué la dictadura chilena mató muchísima menos gente, habiendo sido igual de sanguinaria y triplicando en duración a la dictadura argentina.

Pero la Iglesia devolvió el golpe al Presidente diciendo algo que todos saben pero que sólo Alfonsín se había atrevido a decir públicamente: Kirchner ha reinventado su propio rol durante la dictadura, presentándose como el paladín de los derechos humanos que no fue.

En la película “Don Juan de Marco”, el personaje de Johnny Depp reinventa su propia historia, convirtiendo a sus padres y a él mismo en héroes románticos. El psiquiatra protagonizado por Marlon Brando comprende que la locura de su paciente lo salva de todo lo mediocre y gris que hay en su verdadera historia.

Kirchner también reemplazó lo gris y mediocre de su propia historia en los tiempos del Proceso por un inventado heroísmo. Pero esta alteración de la memoria, que resulta conmovedora en una película entrañable, es patética y fraudulenta en otras situaciones.

Günter Grass reveló recién en su último libro haber integrado las Waffen SS creadas por Himler como cuerpo de elite del nazismo. No es condenable que un joven haya sucumbido ante la atracción hipnótica del fanatismo, ni que lo haya ocultado toda su vida como se oculta una vergüenza. Lo cuestionable es que, durante todo ese tiempo, se haya erigido en modelo ético y guardián de la memoria, esgrimiendo como lema para los jóvenes “pregúntale a tu padre qué hizo durante la Segunda Guerra Mundial”.

La derrota de su alianza con Rovira en la evitable batalla de Misiones, tuvo aspectos increíbles. Platón escribió un diálogo confrontativo entre Sócrates y Calicles, donde el primero postula el “hombre verdadero” contra el “hombre feliz” que defiende el segundo. El “hombre verdadero” de Sócrates es “el justo” en el sentido filosófico del término; mientras que el “hombre feliz” que defiende Calicles es el que entiende que el derecho es el poder, o sea el déspota que vence a los demás mediante la astucia y la fuerza.

En ese diálogo platónico, el vencedor fue Sócrates, pero en el descarnado escenario de la realidad, lo normal es que Calicles derrote al maestro ateniense. Sin embargo, Misiones fue la excepción. Rovira es el hombre que confunde el poder con el derecho y que siempre se impone por la fuerza y por la astucia; mientras que Piña representó al “hombre justo”.

Frederik Ratzel, un geógrafo alemán del siglo 19, escribió que “el gobierno arbitrario tiene su base, no en la fuerza del Estado ni en la de su líder, sino en la debilidad moral de los individuos que toleran las arbitrariedades”. Y en Misiones, gracias a la credibilidad ética de un cura catalán, la mayoría de los individuos actuaron sin debilidad moral. Pero Kirchner estuvo del lado de Calicles en esta excepcional contienda con vencedor socrático.

La magnitud del error debiera llevarlo a la autocrítica sobre su forma de hacer política, tarea en la que no lo va ayudar un entorno temeroso y obsecuente. Al fin de cuentas, para Akela, fracasar frente a una presa implica perder autoridad en la manada que describió Kipling en “El libro de las tierras vírgenes”.