El décimo aniversario del crimen de José Luis Cabezas vino acompañado de una sucesión innumerable de homenajes de políticos, medios de comunicación, sindicatos y hasta funcionarios. Enhorabuena. Los informes televisivos en horario central y los suplementos especiales recuerdan con sentido énfasis al fotógrafo que, de no haber sido por esos dos tiros en la nuca, andaría por esta redacción, riéndose de escritorio en escritorio o sacando pecho por haber logrado una buena foto.
Todos intentamos homenajear a la víctima con palabras grandilocuentes. Con esa pomposidad que autoriza la tragedia decimos: memoria, impunidad, injusticia. Palabras que por usadas –en éste y en otros casos- terminan por ser cáscaras.
¿Éste es el mejor homenaje que le podemos hacer al fotógrafo de NOTICIAS? Las páginas y páginas sobre la obra de José Luis, los reclamos de justicia sobre lo ya juzgado y las ediciones especiales… ¿son suficientes? El lema “No se olviden de Cabezas” usado ahora, a diez años de su crimen, para preguntar si, en realidad, no nos habremos olvidado de Cabezas, no va más allá de un juego de palabras. En realidad, muchos de los que hoy preguntan sobre ese olvido, deberían reconocer que el asesinato de José Luis sobrevino porque demasiada gente miró para otro lado, y no hacia donde enfocaba la cámara del periodista en aquella época en que la Argentina “era una fiesta”. Y aunque es difícil que una situación histórica se repita calcada, hoy también hay demasiados mirando para otro lado, y demasiados desentendidos.
Si Cabezas viviera, qué duda cabe, sería una molestia para muchos de los que hoy lo homenajean. Si José Luis no hubiera sido asesinado e incinerado en esa cava rural el 25 de enero de 1997, hoy estaría fotografiando, además de las modelos y los autos último modelo, a los poderosos de turno. A ésos que les preocupa que se sepa más que lo que dejan ver.
A principios de los ’90, cuando esta revista comenzó a investigar al fantasmal Alfredo Yabrán y su red mafiosa que incluía a peronistas, radicales, testaferros, periodistas a sueldo, ejército de matones y hasta algún obispo, la mayoría de los medios se preocupaba por “la mafia de taxistas en Aeroparque”.
A mediados de los ’90, cuando Cabezas fotografiaba a Yabrán en Pinamar, parte de los grandes diarios se dedicaba a investigar “la mafia de los panchos”, un grupo de vendedores de salchichas que pululaban por el microcentro porteño. En ese marco, cuando el periodismo intentaba disimular su falta de avidez por cuestionar los agujeros negros del poder, ocurrió el crimen que conmocionó a gran parte de la sociedad argentina.
Lo positivo, lo negativo. Aunque la mayoría de los detenidos por el crimen de Cabezas está en libertad, el balance sobre hasta dónde llegó la Justicia no es un dato para ignorar. Es cierto que la elasticidad legal del dos por uno permitió que los asesinos ya estén en sus casas, pero pocas semanas después del crimen –incluso meses- todo indicaba que nunca se llegaría siquiera a los verdaderos autores materiales del homicidio. La presión social y el saludable despertar de la mayoría de los medios de comunicación empujó a la Justicia a investigar y desechar las pistas plantadas para embarrar la causa. Si el caso Cabezas hubiese quedado en la nada, si el grupo Yabrán hubiese terminado de construir el Estado paralelo que pretendía, tal vez aún hoy reinaría Carlos Menem. Sus ministros Carlos Corach y Alberto Kohan seguirían diciendo frente a cámaras, y a diez años del asesinato, que a Cabezas lo mató una banda de delincuentes comunes no ligados con el poder.
Aunque en ese momento se intentó despegar al asesinato de toda connotación política, un sinnúmero de indicios parecía mostrar lo contrario. Y hubo entonces muchos que intentaron usar el crimen para sus negocios y sus objetivos políticos. Por caso, Enrique Albistur, el actual secretario de Medios de la Presidencia, aprovechó la ocasión para mandar a editar una revista que se llamó “Pistas”. Bajo la dirección honorífica del experimentando periodista de policiales, Enrique Sdrech, la publicación tenía como fin robustecer la posición del entonces gobernador bonaerense Eduardo Duhalde. Albistur le vendió la idea de aprovechar el crimen de Cabezas para llevar agua al molino bonaerense: intentaba pegarle a “la corrupción menemista” y poner a Duhalde como víctima.
Por supuesto, la publicación terminó siendo un fracaso comercial, y Albistur –quien no figuraba en los papeles- pretendía cerrar las puertas sin cumplir con sus obligaciones de pago. Cambió de idea cuando un periodista del staff le comunicó que develarían quién era el verdadero dueño de la revista si no pagaba sus deudas. El actual secretario de Medios, y por entonces publicista de Duhalde, aceptó liquidar los gastos.
Hoy, Albistur contribuye a montar otras revistas e intenta beneficiar a Néstor Kirchner atacando, por ejemplo, a NOTICIAS a través de esas publicaciones ad hoc mediante una campaña sucia. Parte de la historia se repite. Si Cabezas viviera tal vez estaría retratando a los socios ocultos de Albistur, cumpliendo con esa obligación histórica del periodismo de cualquier época: investigar al poder real, el presente. Revisar a los ex poderosos casi siempre es una tarea cobarde, aunque eficaz para el marketing.
El miedo de ayer, el miedo de hoy. Antes del asesinato de Cabezas, la palabra Yabrán causaba temor cuando se lo nombraba en ciertos círculos. En 1991, después de que NOTICIAS hizo la primera investigación sobre ese ser sin rostro que había llegado desde Entre Ríos sin un peso y se había convertido en un magnate, en distintas redacciones se intentó mirar hacia ese nuevo personaje.
Pero enseguida se encendieron las alarmas. En un diario nacional, uno de sus directivos alertó: “Con ese muchacho no nos metamos, tiene artillería pesada”. Alfredo Yabrán tenía un cuerpo de seguridad cuyos hombres más experimentados habían llegado a integrar los grupos de tareas de la dictadura. Por eso, hasta ocurrido el crimen de Cabezas, casi nadie hablaba del empresario que a su vez mantenía a una larga lista de periodistas con sus obsequios. Desde Bernardo Neustadt a Daniel Hadad, pasando por personajes menores, recibieron la “generosidad” de “Don Alfredo”.
Por supuesto, resulta incomparable, pero hay que mencionarlo. Miedo y mano suelta para los amigos también forma parte de la doctrina Kirchner en materia de comunicación. Sus funcionarios “aprietan” a periodistas y medios de comunicación, pero quienes se alinean con la postura oficial reciben la recompensa de la publicidad presidencial.
La muestra más acabada de esa mezcla de autocensura, dinero negro y presión contra la prensa es el caso Prodan. En la misma semana en que se recuerda el crimen del fotógrafo de la revista NOTICIAS por ejercer su profesión, una funcionaria del ministerio de Defensa es echada por… ¡dar una entrevista a NOTICIAS!
El compromiso con Cabezas. En este marco, donde mostrar el poder –el verdadero poder- está vedado, salvo que se lo haga con la endulzada voz de los oficialistas, el mejor tributo a José Luis Cabezas es revelar más que nunca ese costado que los Kirchner, los Menem o los Duhalde quieren mantener en las sombras. El compromiso para que no vuelva a ocurrir la trágica noticia del 25 de enero de 1997, es señalar todas y cada una de las amenazas institucionales. Desde la corrupción a las pretensiones hegemónicas, nada debería quedar protegido por pactos no escritos entre funcionarios y medios, entre el Gobierno y los periodistas.
El mejor homenaje que se le puede hacer a José Luis Cabezas, cuya cámara fotográfica desató un vendaval político, es ejercer a pleno la libertad de expresión. Ejercerla, que es mucho más difícil y republicano que declamarla.