Amor perenne en Verona

Amor perenne en Verona

“Todo el mundo tiene su sombra”
“La clase alta es muy maleducada y egoísta”
“Soy primario, y el más lindo entre los feos”
“A veces me agarran ataques de llanto”
La democracia del dedo

La democracia del dedo

“Se está construyendo una historia política”
“Los hombres son de otro planeta”
Cómo construir un santo

Cómo construir un santo

El estudiante

El estudiante

`Las siliconas me hicieron más mujer´
El escudo ético del Gobierno

El escudo ético del Gobierno

Mosquita muerta

Menuda, delgada y con simpatía natural. Así es la actual señora de Perón”. El epígrafe pertenece a una revista de mediados de los sesenta. Y sigue: “Por momentos, la desenvoltura de Isabel Perón era muy llamativa”. También hay referencias polí­ticas: “El pueblo dirá si el general debe retornar. Esperemos su opinión”. “¿Entrevista de Onganía y Perón? Si se hizo, yo no me enteré”.

La nota en cuestión relata el primer viaje de Isabel a la Argentina (recordemos que Perón estaba exilado y el peronismo proscripto) en calidad de mensajera oficial del general. El caudillo repetía la fórmula utilizada con Evita en la ya mítica gira europea. Es decir, “usaba” a su media naranja como vehículo para bajar línea y marcar territorio. Vestida a lo Jackie, las fotos de María Estela Martínez de Perón sorprenden. Buenas piernas, simpatía, y un dejo de ingenuidad entrador. Aunque precavido (dice que no se parece en nada a Eva), el cronista deja deslizar cierto encantamiento: “Su figura menuda y delgada hacen recaer la atención de quienes la miran sobre un rostro expresivo y simpático, cuando sonríe o gesticula”. Un “bombón asesino” bien de los sesenta. Eso sí, el entorno es de terror. Anteojos negros, expresiones mafiosas; un botón de muestra de lo que llegaría después.
Nuestra percepción de la historia es curiosa. La visión de Isabelita que privilegiamos es una mezcla deprimente alimentada por: su rostro crispado de los setenta, alguna que otra foto disfrazada de paisana y, sobre todo, esas últimas postales donde se la nota perdida y cansada. O sea, una mujer del montón arrastrada (y aplastada) por los vientos de la historia. Cenicienta que cayó a la fiesta con harapos y todo. Víctima de una hada madrina holgazana que dejó el trabajo por la mitad. ¿Será tan así?

Las imágenes de Isabel, a los treinta y cuatro años, parecen sugerir que no.
Los detractores de Eva Duarte (algunos no tan detractores también), la pintan como una mujer ambiciosa que, en una jugada digna del estratega más avezado, le tiró los galgos al general, y desplazó a esa manifestación de candidatas que, en fila india, se disputaban los favores del hombre que, con los años, sería tres veces presidente de la Argentina. Prácticamente se tiró (dicen) sobre la silla vacía que estaba a su lado en el acto benéfico por la víctimas del terremoto de San Juan.

Muy pocos conocen la leyenda del encuentro entre Perón e Isabel. Es más, a nadie le interesa. La mayoría supone que, abrumado por el exilio, Juan Domingo se dejó seducir por esa bailarina con futuro de coro. Incluso, hay quienes entienden que buscó un modelo opuesto a Eva. Su manera de prepararse para un invierno que suponía largo y, quizás, definitivo.

Error. El perfil de Evita “sin Perón” es bastante parecido al de Isabel. Una mujer nada espectacular que sobrevivía a los tumbos en los suburbios, casi siempre oscuros, del mundo del espectáculo. Si el general vio la pasta histórica de esa mujer única, o lo sorprendió en el camino, es imposible de saber. Uno de esos misterios que la historia guarda bajo siete llaves. Lo cierto es que, al menos en materia de envase, el caudillo tenía gustos predecibles.

Isabelita nos convenció de que era una pobre mujer puesta a ejercer responsabilidades para las que no estaba preparada (su “actuación” fue digna de un Oscar, hay que reconocerlo). Un títere manejado por López Rega and company. Ahora bien, salgamos un minuto de lo conocido y analicemos sin prejuicios la siguiente biografía: ignota bailarina provinciana (“bombón asesino” pero tampoco chocolatería), conoce a uno de los líderes más relevantes del siglo veinte. Se casa con él, llega a la presidencia de un país latinoamericano, es derrocada, y permanece presa varios años (como ningún otro político criollo) frente a la apatía de un pueblo que apenas la recordaba. Tiempo después, cuando muchos se preguntaban si vivía o no, dos jueces se pelean por repatriarla y juzgarla frente a un auditorio que apenas entiende de qué se trata. Falta la música y tenemos un éxito comparable a “Evita”.

¿Obra y gracia de la casualidad?
La mayoría de nosotros debe hacer malabares para sumar (o no descontar) posiciones en la escala social. Isabel llegó a presidenta y nos damos el lujo de llamarla “pobre mujer”. ¿No había nada de ambición en ella? ¿Fue arrastrada o llegó hasta ahí por su propia mano?
De movida sobrevivió a Perón (algo que no pudieron hacer sus otras dos mujeres) y llegó a la presidencia (algo que no pudo hacer la segunda).

La justicia dirá si Isabelita tiene responsabilidad en los horrores cometidos por la Triple A. El tiempo, si esta manía de abrir todas y cada una de las puertas del infierno nos va a matar. De todas formas, en este caso particular, el revisionismo sirve para descorrer los velos de un personaje enigmático, que se las arregló para convencernos de su ignorancia (no necesariamente de su inocencia). Hazaña nada despreciable para alguien que no sólo nos gobernó, sino que pasó casi toda su vida al lado de un hombre poderoso y emblemático. Qué la inocencia nos valga. .