Amor perenne en Verona

Amor perenne en Verona

“Todo el mundo tiene su sombra”
“La clase alta es muy maleducada y egoísta”
“Soy primario, y el más lindo entre los feos”
“A veces me agarran ataques de llanto”
La democracia del dedo

La democracia del dedo

“Se está construyendo una historia política”
“Los hombres son de otro planeta”
Cómo construir un santo

Cómo construir un santo

El estudiante

El estudiante

`Las siliconas me hicieron más mujer´
El escudo ético del Gobierno

El escudo ético del Gobierno

¿Izquierda y derecha?

Estimado señor Mauricio Macri:

Acepto su propuesta de debatir públicamente. Me alegra ver que su interés en Guillermo Barros Schelloto o Fernando Gago no le impide leer “La transformación de la política” de Daniel Inneraty. Y me alegra descubrir que también escribe muy bien: le recomiendo hacerlo más a menudo. Por lo pronto, espero leer su respuesta a este segundo capítulo de la polémica que solicitó continuar. Paso a explicarle por qué me disgustó su inacción en enero, especialmente su falta de sensibilidad ante la desaparición y, luego, reaparición de Luis Gerez.

Por comodidad o error de cálculo usted no parece rebelarse a la cosmogonía política que propone el Presidente quien por segundo domingo consecutivo, primero en el Panorama Político del diario La Nación y luego en el de Clarín, explicó su estrategia de polarizar el debate entre izquierda y derecha eligiéndolo a usted como su candidato ideal para representar a esta última.

Kirchner, como todo político ambicioso, no se limita a administrar su tiempo sino que aspira a reescribir el pasado construyendo un relato histórico propio que legitíme su accionar presente. Alfonsín instaló el concepto del pacto militar-sindical (“las corporaciones”) mientras concentró sus energías a reestablecer las libertades cívicas. Menem apeló a la muletilla descalificatoria de los que “se quedaron en el ’45” cuando proponía modernización y acercamiento al primer mundo. Y Kirchner, quien también precisa –quizás más aún que sus predecesores– de un chivo expiatorio que le dé sentido a su causa, eligió echarle la culpa de todos los males del país a la derecha.

Quien marca la cancha y coloca a los adversarios en una zona logra elegir el terreno donde se librará la batalla. En el caso de Alfonsín los bandos eran antidemocráticos versus democráticos; en el de Menem, anticuados versus modernos; y en el de Kirchner, derecha versus izquierda. Aunque en los tres casos todo se resuma a la clásica simplificación de malos contra buenos, típica de una película de Hollywood.

Los presidentes no construyen esas realidades solos. Precisan de opositores que en el imaginario colectivo puedan encarnar o por lo menos representar a “los malos”. Y también precisan un contexto histórico y regional que haga verosímil su puesta en escena. Alfonsín emergió cuando en toda Latinoamérica terminaba el ciclo de las dictaduras militares y fue contemporáneo del resurgir democrático en la mayoría de nuestros vecinos. Menem usó para su estrategia de marketing la ola de ortodoxia económica motivada por la caída del Muro de Berlín. Y Kirchner se suma a la proliferación de presidentes contestatarios que vienen surgiendo en gran parte de Latinoamérica: Chávez, Evo Morales, Ortega o, recientemente, Rafael Correa, fenómeno generado por la frustración de los ‘90 y financiado por el aumento del precio de las materias primas.

Pero, ¿se podría decir que estos presidentes contestatarios son de izquierda? La foto de esta página donde el ultraconservador y religioso presidente de Irán, Mahmoud Ahmoud, y Evo Morales comparten risas, afecto y camaradería en Ecuador durante la asunción de Rafael Correa, demuestra cuán elástica tendría que ser una sola palabra para aglutinar tantas motivaciones diferentes. No es izquierda la palabra que permite unirlos: Ahmoud es claramente de derecha, sino otras como populismo, nacionalismo y autoritarismo, definiciones que son aplicables tanto a gobiernos de derecha como de izquierda. Hace más de 70 años la humanidad ya concluyó que estalinismo, nazismo o fascismo –todos como Chávez hoy, reivindicaban para sí el término socialismo– son hijos de la misma madre aunque de diferente padre.

Veámos algunos tópicos.
De autoritarismo: Chávez (100% de los diputados son de su partido, además gobernará por decreto por 18 meses y fue reelecto hasta 2013) modificó la constitución, Morales intenta hacerlo y Rafael Correa, al séptimo día de haber asumido como presidente, anunció que modificará la constitución de Ecuador.
De conservadurismo: el socialismo bolivariano no tiene en su agenda temas como la unión entre homosexuales o el aborto y lo mismo podría decirse del ex sandinista Daniel Ortega que prohibió el aborto hasta en casos de violación y riesgo de muerte.
De estatismo: el autor del libro “El socialismo del siglo XXI” y asesor de Chávez, el intelectual alemán Hainz Dieterich Steffan, explica el modelo bolivariano como “un desarrollismo estatal el estilo del de Alemania y Japón previo a la Segunda Guerra”.
De nacionalismo: el mismo ideólogo de Chávez habla en su libro de “fuerzas telúricas”, identidad latinoamericana y sustrato biológico etnocéntrico.

En síntesis, el fenómeno de los nuevos presidentes contestatarios no parece pasar por ideas sólo de izquierda (el clásico debate de burgueses versus izquierdistas entre Kerensky y Bujarín) sino responder a una realidad más compleja donde la rebeldía, entre otras causas, está posibilitada por el crecimiento de la relevancia de China e India en el comercio mundial, la consiguiente pérdida de peso relativo de los Estados Unidos y el fenomenal aumento de los precios de las materias primas. Situación que para la Argentina y Brasil puede potenciarse en el futuro en la medida que los países desarrollados adopten el biodiesel y otros combustibles vegetales como sustituto del petróleo, lo que aumentará aún más el precio de los productos agrícolas.
Mi opinión es que la oposición y usted en particular no debería caer en la trampa de aceptar que el debate político argentino quede enmarcado en la equívoca polaridad derecha versus izquierda omitiendo matices de todo tipo (si Sarmiento y Roca vivieran ambos podrían ser considerados por Kirchner como representantes de la derecha, pero el primero era liberal y el segundo conservador).

En esta página se resume el “croquis de Kirchner” donde gráficamente se percibe por qué al Presidente le resulta más cómodo tenerlo a usted como opositor. Y también los croquis de los otros candidatos: el que sería de Carrió, en el que los vectores en lugar de izquierda-derecha cambian por democrático-autoritario; y el de Lavagna, donde cambian por prolijo-desprolijo.

Una muestra de por qué Kirchner prefiere la polarización izquierda-derecha y con usted representando a esta última, se evidenció en el desinterés por la desaparición y aparición de Gerez que le critiqué en mi columna anterior. La defensa de los derechos humanos (igual de grave sería la manipulación de un secuestro político), no debiera ser diferente para la izquierda que para la derecha: se trata de una cuestión de decencia personal y trasciende a cualquier ideología. El genocidio de la última dictadura militar lo padecieron representantes de toda la sociedad: hubo periodistas, religiosos, intelectuales, dirigentes gremiales y empresarios quienes pasaron por los campos de concentración militares. Considerar que los derechos humanos son una bandera de la izquierda desnaturaliza y desvirtúa su defensa, que debe ser irrestricta y sin agenda política.
Me pregunto también: ¿usted va a ser candidato a Jefe de la Ciudad Autónoma de Buenos Aire o a presidente? Si fuera esto último, ¿no debería haberse pasado el mes de enero recorriendo el interior del país donde el PRO casi no tiene estructuras partidarias ni candidatos locales porque nunca se presentó a una elección nacional? Le confieso que me resulta difícil imaginar quiénes serán sus candidatos a gobernadores como así también que usted crea que Horacio Rodríguez Larreta pueda triunfar en la Capital.

Me despido pidiéndole que reflexione sobre cuál es el núcleo del problema argentino. Desde mi óptica el principal problema reside en la concentración del poder que genera la disinstitucionalización: el Congreso y hasta el Poder Judicial quedan a merced del Poder Ejecutivo. Quien manda todo lo puede, no hay equilibrio entre oficialismo y oposición, ni división de poderes, pasamos sin escalas de un modelo al opuesto, y no hay consenso sino simple aniquilamiento del que piensa diferente. Esto, incluso, dentro del mismo partido, lo que lleva a que las opciones del presidente de turno sean reelección o Devoto (la cárcel). Todo lo contrario a lo que recomienda Inneraty en “La transformación de la política”.