El 27 de octubre se cumplen 5 años desde que alguien, todavía anónimo, todavía inmune, todavía en libertad, asesinó de seis disparos a María Marta García Belsunce. Esas balas rozaron el exclusivo hermetismo del country El Carmel al punto tal que lo invadieron desde fantasmas hasta personajes animados de televisión. Los devaneos colaterales de aquellas seis balas nutren “No somos angeles” de Editorial Marea, escrito por los periodistas especializados Liliana Caruso, Florencia Etcheves y Mauro Szeta, sobre este y otros resonantes policiales. El libro permite leer en clave de anecdotario a una de las historias más revulsivas de la crónica periodística reciente:
Misterios y fantasmas. La casa del crimen está ubicada en el medio de uno de los lugares más tradicionales de la Argentina: el Carmel Country Club.
María Marta fue asesinada en la planta alta de su casa. Durante meses el fiscal ordenó la custodia permanente de ese lugar. Nadie podía entrar sin su autorización. Tres policías bonaerenses estaban encargados de la guardia del perímetro.
Hasta que uno de los uniformados le planteó al fiscal una situación extraña:
-Mire, doctor, esta casa está embrujada.
-¿Qué está diciendo? ¿Está loco? –se sorprendió Molina Pico.
-No le miento, doctor. De noche se escuchan llantos de mujer y pasos en las escaleras, ¡yo no quiero ir más! Pídame un relevo –suplicó el policía.
Aunque había quedado absorto por tal requerimiento, el fiscal resolvió el reemplazo del asustado agente.
Pero la historia no terminó así. Días después otros dos policías le cayeron a Molina Pico con el mismo relato. El fiscal no podía creer lo que oía.
Cuatro años después, esos mismos policías insisten en que el “fantasma de María Marta”, al menos por esa época, rodaban por los jardines del Carmel.
¿Guardapolvos o guardapruebas? Cuarenta días después del crimen se hicieron pericias en la casa de María Marta. Los peritos de la Policía judicial encontraron manchas de sangre en la pared de una habitación que linda con el baño donde apareció asesinada la mujer.
Las manchas habían sido limpiadas y más: sobre ellas alguien había colgado un cuadro para intentar tapar la maniobra de ocultamiento.
Fue entonces que, para recolectar esa prueba clave, los investigadores tuvieron que sacar parte del revoque de la pared. Esos pedazos de mampostería con sangre fueron guardados con cuidado en unos tubos especialmente acondicionados.
Una vez en el laboratorio, los técnicos abrieron los envases que contenían las pruebas. El último estaba tan bien cerrado que dos técnicos tuvieron que abocarse a la tarea. Finalmente la tapa cedió pero un pedazo de mampostería con sangre voló literalmente y fue a dar al delantal de la jefa de laboratorio de ADN de la Asesoría Pericial, la perito María Mercedes Lojo. Con su profesionalismo habitual, la perito no tuvo más remedio que recolectar la prueba, aunque nunca imaginó que sería desde su guardapolvo.
Mala puntería. Uno de los objetivos de la defensa de Carlos Carrascosa era probar que el viudo no tenía buen manejo de armas de fuego y que la instrucción naval que había recibido en su juventud no había sido de excelencia en lo que a prácticas de tiro respecta.
Por eso su amigo Carlos Otamendi fue a darle una manito al viudo. Otamendi declaró en la audiencia de manera contundente que “El Gordo” no sabía tirar, afirmación que despertó algunas sospechas.
A renglón seguido explicó que en su juventud un grupo de amigos iba de cacería y “El Gordo” no sabía disparar, no le pegaba a nada. “Por eso, siempre que íbamos a cazar lo llevábamos para que juntara las perdices”.
“Que conste en actas”, imploró el abogado defensor del viudo, Alberto Cafetzoglus, al escuchar semejante afirmación sobre la puntería de su cliente.
Acto fallido y peligroso. Durante el juicio, Carrascosa pidió hablar ante el Tribunal en varias oportunidades. Cuando el fiscal Diego Molina Pico preguntaba, al viudo se lo veía tenso. Pero cuando era interrogado por sus abogados, Carrascosa se relajaba… tal vez demasiado.
-¿Perteneció al Cartel de Juárez? –preguntó el doctor Diego Ferrari.
-No –respondió seguro el viudo.
-¿Tuvo negocios ilícitos? –insistió el letrado.
-Siempre –aseguró Carrascosa.
Hasta los jueces se rieron al ver la cara de pánico que defensor y defendido pusieron ante el acto fallido.
-No, perdón, siempre hice negocios lícitos en la Bolsa de Comercio –se enmendó el viudo.
El fiscal cabulero. No sólo el viudo se mantuvo austero con relación a su vestimenta. El fiscal Molina Pico no se quedó atrás: pantalón gris, camisa blanca y un saco azul con botones dorados. En un pasillo de los Tribunales de San Isidro un juez amigo le sugirió:
-Diego, no seas aburrido, ¡cambiate el saco un día de estos!
Molina Pico sonrió y argumentó el motivo de su atuendo.
-Ni loco, una vez en un juicio oral me lo saqué y ese día se me dieron vuelta dos testigos. A raíz de eso, ¡este saco azul es mi talismán! –aclaró por lo bajo el fiscal.
Pero Molina Pico no sólo usaba el saco azul de amuleto. Sobre su escritorio, un cuadernito violeta llamó la atención de todos.
-El violeta es el color de la energía positiva –murmuraba Molina Pico a todo el que le preguntaba.
Cuando la TV se coló. Hubo dos momentos en los que literalmente la televisión se filtró en el juicio más esperado de la crónica policial argentina.
En la mitad del juicio llegó una de las audiencias más cruentas. Fue la audiencia en la que se mostró la autopsia completa del cuerpo de quien fuera en vida María Marta García Belsunce. En pantalla gigante para que los jueces no perdieran detalle.
Pero el Tribunal tenía en una caja más de treinta cassettes VHS con filmaciones de distintas medidas de prueba. Los jueces, sabiendo que el fiscal Molina Pico conocía de memoria el contenido de cada tape, no dudaron en preguntar:
-Doctor, ¿usted se acuerda en qué número de cassette está la grabación de la autopsia?
-Si no recuerdo mal, creo que está o en el número siete o en el nueve –respondió Molina Pico.
Decidieron probar con el número siete. Lo metieron en el video reproductor y la imagen los dejó helados. Tino y Gargamuza, los simpáticos dibujitos animados del programa TVR, coparon con audio y video la pantalla gigante de la sala.
-Tino, ¿sabés lo que es un pituto? –preguntaba con su voz aflautada Gargamuza.
Las carcajadas llegaron hasta el pasillo donde estaban los periodistas que por cuestiones de decoro habían sido invitados a no presenciar el video de la autopsia.
Pero esa no fue la única vez que un programa de televisión tuvo su espacio.
El ex comisario Raúl Torre y el reconocido médico forense Osvaldo Raffo quisieron ilustrar su propia exposición con imágenes. La carátula de ese video, que también se vio en pantalla gigante, fue el logo del programa que se emitió por Canal 9 “Forenses. Cuerpos que hablan”.
Era lógico, los conductores del programa habían sido Torre y Raffo, que en el pasillo se lamentaron por no haber ganado el Martín Fierro.
El “afuera” de una noche agitada. En el bar que queda a la vuelta de los Tribunales de San Isidro, el interés estaba dividido. En una televisión el partido de fútbol, en la otra la sentencia contra Carrascosa.
En una mesa grande, un grupo de personas se comía las uñas de la ansiedad: los padres y la mujer del fiscal Molina Pico, el abogado del vecino Nicolás Pachelo, y dos colaboradores de la Fiscalía.
Un fotógrafo de un diario porteño identificó al grupo y encaró a buscar una foto más que inédita.
-¿Vos sos la mujer del fiscal? –preguntó apuntando su cámara.
Rápida de reflejos y cultora del mismo perfil bajo que hizo famoso a su marido, contestó:
-¿De qué fiscal? ¡Me parece que estás equivocado!
-¡Dale! Sos la mujer de Molina Pico –insistió el fotógrafo.
-No, nada que ver. ¿Vos me ves a mí con ese? –trató de disimular divertida la mujer que ya se sentía acorralada.
-Bueno, ¡tampoco sos Luciana Salazar! –asestó el fotógrafo frustrado.
Y así se fue el hombre, sin disparar una foto. Y sin darse cuenta del parecido impresionante que hay entre la mujer de Molina Pico y la conductora Carla Conte.
“El Tribunal resuelve ordenar la inmediata detención de Carlos Alberto Carrascosa…”.
-¡Yo voy a buscar a Diego! –gritó al mismo tiempo que saltaba de su silla el ex almirante Molina Pico y padre del fiscal.
Salieron juntos rodeados de periodistas, fotógrafos y camarógrafos. A los codazos, a duras penas, pudieron llegar a la esquina.
Por suerte un auto azul los esperaba para huir de la guaria periodística enloquecida.
-¡Eh! ¿Quiénes son ustedes? ¿Cómo se meten así en mi auto? –gritaba mientras ponía primera el conductor del auto azul.
-Discúlpeme, soy el fiscal Molina Pico, ¡y no tenía otro lugar donde meterme!
El conductor se dio vuelta y sus ojos no dieron crédito a lo que veían. El hombre más buscado por el periodismo estaba sentado en su asiento trasero.
-¡¿Cómo le va?! Escuché en la radio que condenaron a Carrascosa. Lo felicito. ¿Adónde lo llevo, doctor?