Miguel Ángel Toma, el ex jefe de la SIDE duhaldista, se lo advirtió a Francisco de Narváez en medio de un acto: “¿Ves a ese de allá al fondo? Es un ‘servicio’, cuidado. Trabaja en la base de la calle Billinghurst…”.
El candidato del PRO-peronismo quedó boquiabierto. “¿Lo conocés?”, preguntó. Toma asintió, divertido. Y se acercó al agente para saludarlo con tono irónico: “¿Cómo te va? ¿Te acordás de mí?”. El hombre sonrió incómodo, estrechó la mano de su ex jefe y minutos después se esfumó de la escena sin dejar rastro. Vestía jeans y camisa blanca, tenía más de 40 años, ojos marrones y cabellera escasa.
Ocurrió en uno de los actos políticos que De Narváez y su equipo vienen protagonizando en la provincia de Buenos Aires, donde desafían a Néstor Kirchner. El agente había logrado infiltrarse en el sector vip, donde no más de cien personas en sus asientos –dirigentes, colaboradores, familiares– escuchaban a De Narváez y a los demás oradores. Estaba sentado en la última fila, cabizbajo, sin nadie a su lado. Y cuando desapareció, De Narváez quiso saber más: le explicaron que la “base Billinghurst” era una cueva de la SIDE en la esquina de esa calle y Juncal, en el barrio porteño de Recoleta. También le habían llamado la atención los fotógrafos de medios no identificados, más preocupados por capturar imágenes de algunos asistentes que del candidato dando su discurso. ¿Eran espías como el que acababan de descubrir? ¿Y los ruidos en su celular, que siempre se corta cuando habla con algún aliado de peso?
El caso del infiltrado descubierto es una anécdota menor en medio de las operaciones que la Secretaría de Inteligencia viene lanzando contra opositores y aliados en duda, de cara a una elección que los Kirchner juzgan como definitoria. Hay de todo: sabotajes, imágenes comprometidas, chantajes, hackeos, documentos que desaparecen, plata para los aliados y pinchaduras para los adversarios. La SIDE está en campaña y se hace notar.