Aunque de sus 32 años Fabián Tablado pasó los últimos 11 encerrado en varias cárceles –desde Sierra Chica y Florencio Varela hasta la flexibilidad del pabellón evangelista en Magdalena, del que saldría en el 2024–, jamás resignó el hábito de enamorarse. Al menos, en sus propios términos. Que no excluyen ni el odio ni la violencia. Para ciertas mujeres, ese cóctel entre los enormes “te amo”, al pie de cada una de sus cartas carcelarias, plagadas de autorretratos del tipo “me apodan el nazi porque tengo porte de oficial de la Gestapo alemana” o advertencias químico-pasionales como “si me sos infiel sería como mezclar cloruro de sodio, potasio y azufre, podría reventar todo en lo impredecible”, alcanzan la cuota de seducción suficiente.
Cuestiones sensibles. Funcionó en la correspondencia que le enviaba a Gabriela Palavecino, una testigo de Jehová con la que se carteó entre 1999 y el 2001, y con Roxana, una maestra de 23 con la que se casó el último 24 de septiembre, en la cárcel, tras 4 años de arrebato epistolar. “Estos casamientos son corrientes”, comenta un allegado a los Tablado. “Apenas entró a la cárcel dijo que la cuestión mujeres la tenía resuelta. Le escribían muchas chicas”, recuerda, aludiendo a lo que los especialistas llaman “enclitofilia”: amor por los criminales.
La relación con Gabriela terminó como todos (hasta hoy) los romances del hombre que en 1996 apuñaló 113 veces a su novia Carolina Aló (17). De una manera abrupta. Ella fue a visitarlo a la cárcel, a gusto de Tablado, con un pantalón muy concesivo ante las miradas ajenas. “Entonces la atacó con una bombilla como arma”, cuenta Edgardo Aló, el padre de Carolina. Aquellas cartas escritas por Tablado están en su poder: la atacada se las entregó tras cortar la relación y denunciar que “el oficial de la Gestapo alemana” –más bien morocho y retacón antes que ario– “amenazaba de muerte a toda su familia” y “planeaba realizar varios homicidios”.
Como muchas otras, las cuestiones de amor –”tocás a mi hembra y soy un carnicero”, escribió–, higiene moral –”tengo muchísimo honor y palabra para destruir a mis enemigos”–, sexualidad –”qué ganas de dártela toda por todos lados”– y respeto a los valores religiosos –”el poder de Satanás es manejado por judíos, masones y clanes”– no son un detalle menor para la idiosincrasia de Tablado. La ha destilado en muchas páginas y la estadística recomendaría que su nueva mujer jamás la pasara por alto. En palabras de Edgardo Aló, “esta chica Roxana está en la lista de espera”.
Al filo de los celos. A punto de recibirse de abogado en prisión (“Ahora soy un profesional, no va a haber errores”, escribió a pocas líneas de un “por mí le metan bala a quien sea”), Tablado se jacta de pensar como Nietzsche y Marx, apoyar con un espíritu ecléctico a Hitler, Mussolini, Eichmann y el Che Guevara en simultáneo, pero no de superar su inconveniente con los celos. Es un patrón que se repitió con Carolina Aló, Gabriela Palavecino y también con su flamante esposa Roxana. Sus cartas se indignan cuando elucubra la posibilidad de que lo abandonen; se crispan cuando se imagina traicionado. Es uno de los motivos por los que no ahorra tinta y prescribe a sus destinatarias a quiénes evitar: “no quiero que tus amigas tengan una forma de vida diferente a nuestro concepto de moral”.
Sobre Roxana, que fue, dijo, “atracción a primera vista”, Tablado comentó poco antes de casarse que en el matrimonio hay tres factores vitales: la atracción, el amor y la confianza. “Aún así –insistía– es posible que haya celos”.
La otra obsesión de Tablado es la familia: hasta el día del ataque, a Gabriela Palavecino le prometía, como hoy a su esposa, un horizonte de amor e hijos.
Desmoronamiento. Entre letras de trazo fluctuante y cursivas que se entremezclan con mayúsculas, la fijación de Tablado con el deber familiar nace en 1996, cuando dio a entender que uno de los motivos por los que habría asesinado a Carolina Aló era que ella había abortado un hijo, frustrando su paternidad. Recurrente, a Gabriela le recriminó haberse embarazado de él para después abortar. Aquellos abortos jamás se comprobaron, pero la obsesión persiste hasta hoy: sobre Roxana confesó que “el año pasado perdió un embarazo”.
A poco de conocer a Gabriela Palavecino, Tablado la llamaba “mamá” y firmaba sus cartas como “papá” de sus hijos. “Una mujer me trajo acá. Ahora alzo mis ojos y una mujer me saca, ¿asumís cuál es tu rol en mi vida?” Para el psicoanalista Federico Aberastury, los dibujos familiares en las cartas de Tablado pueden representar elementos que asienten la existencia de un Yo en peligro de desmoronamiento. El uso de grafía árabe, en cambio, podría formar parte de un lenguaje ritual: una escritura psicótica (ver recuadro).
“Matar es complaciente”. Ni aquellas firmas –”¡¡Te amo!! Tu Bebé”– ni los nombres tentativos para sus futuros hijos –como repite de idéntica manera hoy–, detuvieron lo que siguió. “Abrite de la causa Aló, te vamos a matar”, le dijo una voz anónima por teléfono a Gabriela. Ella intuyó que provenía del mismo hombre que hoy espera una reducción de condena y “le agradece a Dios” haber conocido a otra mujer “creada para mí”. El mismo que le había escrito que “sería hora que Dios empiece a matar sin piedad a todos los tipos y minas infieles”.
Para Edgardo Aló, el régimen de salidas transitorias y la buena conducta de la que Tablado goza desde abril (y que lo llevó al pabellón de evangelistas, según Aló, acompañado de dos “custodios” que protegieron su espalda) sólo se explica por el dinero de su familia, dueña de varias mueblerías en Tigre.
“Es difícil matar, pero cuando tenés una muerte aprendés que es muy fácil y complaciente”, escribe Tablado en una de sus cartas. No bastó para que una nueva mujer evadiera el matrimonio. ¿Será hasta que la muerte los separe?