Algunos periodistas se sienten satisfechos cuando sus notas dejan contentos a todos. No sé, será un resabio infantil, pero yo siento una alegría íntima cuando sucede lo contrario. Tiendo a creer que cuanto más molesta, mejor; que los textos más equilibrados son los que inquietan a todos los interesados por igual.
Hablar es barato porque la oferta siempre supera a la demanda. Y decir lo que todos dicen garantiza dos cosas: que nadie saldrá lastimado y que no hacía falta agregar una palabra más a lo que ya estaba dicho.
Hace dos semanas escribí la nota sobre el Personaje del Año 2007, Ernesto Guevara. Y debería decir que desde esta regla profesional, el resultado fue bastante bueno. De la inusual cantidad de mails, cartas y llamados recibidos, una importante proporción –digamos un 40%– me mostró de manera inconfundible (en ese sentido los insultos ayudaron a reafirmar el concepto) que mi columna había provocado, incluso, más inquietud que la buscada.
Entre los que optaron por el elogio, hubo de todo. Desde los que aplaudieron contentísimos porque creyeron encontrar en la nota la ratificación de sus preconceptos (bah, estaban contentísimos con ellos mismos), hasta la chica de 16 años que se sintió impulsada a estudiar sobre el tema para pensar por su cuenta. Desde algunos que me dieron un poquito de vergüenza (un abogado mendocino que reivindicaba a la dictadura y un ex ERP que proponía aplicar hoy el guevarismo), hasta los que me brindaron cierto orgullo, como el de Pacho O’Donnell, el argentino que más conoce de esta historia.
En cuanto a las devoluciones críticas, me sorprende en general el nivel que denotan sus autores tanto para reivindicar a Guevara con un notable bagaje histórico, como para demoler con arte su figura. Con la misma pasión, unos y otros creyeron leer en la nota una obsesión por destruir al comandante. O exactamente lo contrario.
Me sorprendió que tanto los elogiosos como los críticos pudieran leer cosas tan distintas en un mismo texto. Creo que la controvertida figura de Guevara llevó a algunos a confundir el intento periodístico de acercar una historia más completa del Che con una columna de opinión. En síntesis, la nota pretendía cubrir los baches de una historia que fue contada por la mitad al recordarse en el 2007 los cuarenta años de su fusilamiento. La idea no fue contar sólo la mitad que faltaba, sino la historia completa, en la medida en que eso sea posible en ocho páginas. Allí se recordó la familia de alcurnia del Che, el asma que lo familiarizaría tanto con la muerte, las casi 200 personas a las que ejecutó, su feroz concepción de la violencia, su éxito militar en Cuba, sus patéticos fracasos en el Congo y en Bolivia, sus choques con Castro y la Unión Soviética (y con los Estados Unidos, claro), su idealismo y su pasión por la aventura, entre otros aspectos. De opinión, poco: se arriesgaban un par de hipótesis sobre por qué se convirtió en mito y cómo el mito del héroe violento transmutó en los años de la posmodernidad pacifista a ícono cool. Además de algunas dudas sobre si las ideologías son de verdad un medio para alcanzar el bien común o meras excusas para conseguir objetivos íntimos o defender intereses sectoriales. O todo eso junto.
Entre los lectores más molestos, estuvieron quienes criticaron una “información tan estúpidamente contradictoria”. El textual corresponde a un mail anónimo, pero con otras palabras otros parecieron igual de turbados. No lo dijeron así, pero la bronca parecía esconder esta recriminación: “¡Esperábamos que usted nos dijera si este hombre fue malo o bueno, no que nos llenara de datos tan contradictorios!”.
Brecht decía: “Esta cerveza no es una cerveza, pero esto queda compensado porque este cigarro tampoco es un cigarro. Si esta cerveza no fuera una cerveza, pero este cigarro fuera realmente un cigarro, entonces habría un problema”. La mente tiende a buscar orden dentro del caos, aun a riesgo de simplificar hasta el absurdo. Si el Che fuera idealista y además valiente, todo estaría claro. O si fuera sólo un asesino y un aventurero delirante. Pero si Ernesto Guevara Lynch de la Serna fuera al mismo tiempo asesino, idealista, valiente y aventurero egoísta, estaríamos en problemas. La realidad sería menos simple de lo que me planteó un taxista esta semana. Y la vida sería mucho más entreverada y misteriosa.
La mala noticia es que si la información expuesta en la nota es correcta (y entre los mensajes recibidos ninguno la cuestionó), existe una alta probabilidad de que los hombres estemos un poco locos o que, al menos, tengamos algunos pliegues de interés psicológico, económico y cultural que nos diferencien de la transparencia logarítmica de una calculadora.
Es una lástima que las vidas reales no sean tan lineales como la de los personajes de Hollywood. Si Menem fuera un simple ladrón, Kirchner un autoritario y Carrió una republicana altruista, las cosas estarían en su lugar y todos sabríamos quiénes son los héroes y quiénes los villanos. Si Favaloro se suicidó simplemente por el bien común, Maradona es Dios y los argentinos no somos corruptos como nuestros políticos, nos podríamos ir a dormir tranquilos creyendo que entendemos lo que pasa. De verdad, es una pena que no sea así.
Por último, tanto en los mensajes favorables como en los lapidarios, la palabra más repetida fue “violencia”, a raíz de lo que se recordaba en la nota sobre los fusilamientos ordenados por Guevara y su método de “foco insurreccional” que llevó a la muerte a tantos en la Argentina y en América Latina.
Tiendo a dudar de lo “políticamente correcto” porque lo asocio enseguida a un pensamiento único, pero hay preceptos que la corrección política ha instaurado con sabiduría, como el rechazo a todo clase de violencia.
Sin embargo, ese repudio actual a la violencia lleva a veces a mentir(nos) sobre la violencia pasada o a convertir a guerreros en mitos pacifistas. También lleva a considerar a la violencia sólo como símbolo de alienación y eje del mal (sea Bush o Bin Laden el protagonista) y a caer en la trampa de analizar la violencia del pasado con los ojos del presente.
¿Hubiera sido mejor ocultar el sesgo violento de un Guevara multifacético y apostar a la simplificación mediática?
Creo que no. Nos hubiéramos perdido el debate.
*Jefe de Redacción de NOTICIAS