Sólo los secretarios Carlos Zannini y Héctor Icazuriaga podrían revelar un secreto reeleccionista que, a esta altura, parece no ser tal. Pero como no hablan con los periodistas, el Operativo Cristina eterna sólo se conoce por la “obra” de esos funcionarios, maestros del ocultismo. El menú es variado y puntilloso. El culto mediático a la personalidad de Néstor Kirchner como eje de propaganda electoral. La contratación masiva de encuestadoras que repitan en cadena que “Cristina ya ganó”. La intimidación a las consultoras económicas para que no recuerden mes a mes, con sus propias mediciones de precios, que el INDEC miente. La creación de un rating oficial de la TV abierta y paga para demostrar lo contrario, que IBOPE miente, por ejemplo.
La promoción de una candidatura de “derechas”, como la de Mauricio Macri, para que el Gobierno quede, sin demasiado esfuerzo, del lado “progresista” (es tan fuerte el empuje del oficialismo por “elegir” al adversario electoral que el propio Macri, en la intimidad, empieza a descreer de sus posibilidades nacionales).
Luto electoral. Pero los verdaderos dilemas de Cristina candidata empiezan en la soledad de Olivos, aunque sus decisiones más personales se emparientan perfectamente con la devoción kirchnerista por los signos exteriores, las representaciones simbólicas, el relato y el show mediático. El vestuario del luto eterno es un dato central de la actual imagen presidencial, incluso si se la mira con perspectiva electoral.