Ante la pregunta: ¿dónde nació Jesús?, la respuesta parece sencilla: en Belén. Lo aprendemos desde niños al celebrar la Navidad y lo cantamos todos los años en los villancicos alrededor del pesebre. Sin embargo, al analizar con detenimiento el Nuevo Testamento descubrimos que no es tan fácil fijar el lugar del nacimiento de Jesús.
Es cierto que dos evangelistas, Mateo y Lucas, afirman expresamente que Jesús nació en Belén. Mateo dice: “Cuando nació Jesús en Belén de Judea, en tiempos del rey Herodes…”. Y Lucas: “Cuando ellos (José y María) estaban allí (en Belén), ella dio a luz a su hijo primogénito”. Pero los otros dos evangelistas, Marcos y Juan, presentan a Jesús como si hubiera nacido en Nazaret. En efecto, siempre lo llaman “Jesús de Nazaret”; y sabemos que en la Biblia, cuando después del nombre de una persona se menciona una ciudad, es porque se trata de su lugar de nacimiento.
¿Cuál sería, entonces, la cuna de Jesús: Belén o Nazaret?.
Marcos. El primer Evangelio que se escribió, el de Marcos, da a entender que Jesús nació en Nazaret. Ya al principio, cuando relata su bautismo, dice que Jesús “vino de Nazaret de Galilea”. Es decir, no menciona ninguna otra ciudad de origen fuera de esta. Después, cuando Jesús se va a Nazaret, dice que “se fue a su patria”, y patria (en griego: “patris”) significa literalmente “la tierra natal”, “el lugar de nacimiento”. Esto lo confirma el mismo Jesús cuando, ante el escándalo que producen sus enseñanzas en Nazaret, él exclama: “Un profeta sólo en su patria, entre sus parientes y en su casa, es despreciado”.
Además, todo el mundo lo conoce como Jesús de Nazaret: el endemoniado de Cafarnaúm, la criada del Sumo Sacerdote, el ángel del sepulcro y hasta el mismo evangelista Marcos.
Por lo tanto, cuando Marcos escribió su Evangelio, dio a entender a sus lectores que Jesús había nacido en Nazaret.
Un pueblo de mala muerte. El cuarto evangelista, San Juan, también afirma que Jesús nació en Nazaret. Comienza presentándolo como “un profeta de Nazaret” y dice que todos saben que era de Nazaret. Por ejemplo, Natanael, no quiere creer en él porque dice: “¿Acaso de Nazaret puede salir algo bueno?”.
En efecto, Nazaret era una ciudad ignota, minúscula y de mala fama. Tan insignificante, que en el Antiguo Testamento no se la menciona nunca. Incluso cuando el libro de Josué describe la región de Galilea, saltea a Nazaret. Tampoco la nombra Flavio Josefo, el gran historiador judío del siglo I; al describir las guerras judías contra los romanos, menciona 54 ciudades galileas, pero ignora a Nazaret. Y el “Talmud”, una antiquísima colección de escritos judíos, enumera una lista de 63 ciudades galileas entre las que está ausente Nazaret. Debió de haber sido, pues, una pequeña aldea sin ninguna importancia. Por eso, que alguien tan importante como Jesús hubiera nacido allí, producía escándalo entre la gente. A pesar de eso, el “Evangelio de Juan” en ningún momento aclara que Jesús no era de Nazaret. Al contrario, lo afirma varias veces.
Por ejemplo, al contar una discusión entre los judíos sobre el origen de Jesús, dice que algunos lo rechazan como Mesías porque sabían que había nacido en Nazaret y comentaban: “¿Acaso el Mesías va a venir de Galilea? ¿No dice la Escritura que vendrá… de Belén?”. Y nadie se encarga de explicar que Jesús había nacido en Belén. Más adelante, San Juan afirma que los judíos no querían creer en Jesús porque era de Galilea, y “de Galilea no sale ningún profeta”. En el “Cuarto Evangelio” tampoco se afirma que Jesús haya nacido en Belén. Al contrario, siempre está presente la idea de que había nacido en Nazaret.
Sólo para la infancia. Vemos, pues, que las dos únicas veces en todo el Nuevo Testamento que se dice que Jesús nació en Belén son en los relatos de la infancia de Mateo y Lucas. En ninguna otra parte se menciona ni una sola palabra sobre el origen belenita de Jesús. Ni siquiera San Pablo, que tuvo que discutir acaloradamente varias veces con los lectores de sus cartas para tratar de convencerlos de que Jesús era el Mesías, y a quien le hubiera venido muy bien el argumento de que Jesús había nacido en Belén, parece conocer tal información. Entonces, ¿son o no históricas las afirmaciones de Mateo y de Lucas sobre el nacimiento de Jesús en Belén? Posiblemente, no.
En primer lugar, porque incluso estos dos evangelistas, a pesar de decir que Jesús nació en Belén, cuando lo presentan en su vida adulta cambian su discurso y lo llaman “Jesús de Nazaret”. En segundo lugar, porque los relatos de Mateo y de Lucas se contradicen. Según Mateo, Jesús habría nacido en Belén porque sus padres vivían en Belén. En cambio, según Lucas, Jesús habría nacido en Belén porque su familia estaba de paso en dicha ciudad con motivo de un censo. También se contradicen en cuanto al tiempo que Jesús vivió en Belén. Según Mateo, estuvo allí casi dos años (Mateo 2,16), hasta que su familia huyó a Egipto. En cambio, según Lucas, Jesús se fue a vivir a Nazaret cuando tenía un mes y medio de vida (Lucas 2,39).
Las pruebas evangélicas sobre el nacimiento de Jesús en Belén son más bien débiles. Pero resultan ser abrumadores los datos en contra. Por eso, la mayoría de los biblistas hoy sostiene que la ciudad natal de Jesús no habría sido Belén, sino Nazaret. Entonces, ¿por qué Mateo y Lucas colocan su nacimiento en Belén?
Cada sucesor, una desilusión. En la actualidad, los estudiosos sostienen que el nacimiento de Jesús en Belén, más que una indicación histórica, resulta una indicación teológica. Es decir, los evangelistas Mateo y Lucas pretendieron transmitir una idea religiosa —enunciada en forma de relato histórico— con el fin de dejar una enseñanza. Se trata de una manera de expresarse muy propia de los pueblos semitas. ¿Y cuál es la enseñanza del nacimiento de Jesús en Belén? Quisieron decir que Jesús era el Mesías esperado por el pueblo de Israel.
Con objeto de entender esto, tengamos en cuenta que para la mentalidad judía el futuro Mesías debía ser un descendiente de la familia del rey David, porque según una antigua promesa que el profeta Natán había hecho al rey David cuando este vivía, Dios había asegurado que nunca iba a faltar un descendiente suyo en el trono de Jerusalén. Frente a la inseguridad en la que vivían los monarcas antiguos —de la falta de un hijo varón para que les sucediera y de que otra familia reinara en su lugar—, Dios le garantizó a David un descendiente suyo (un mesías, es decir, un ungido) en Jerusalén, y que lo haría con sabiduría y con justicia.
Pero cada nuevo rey que subía al trono de Jerusalén era una nueva desilusión para la gente, que veía cómo se sucedían gobernantes corruptos y malvados, desentendidos del pueblo y preocupados sólo por sus intereses personales. Por eso, cada vez que moría un rey y subía su hijo, el pueblo se preguntaba si este sería el Mesías que estaban esperando, que traería la prosperidad y la paz al pueblo.
Abandonar el ambiente de la capital. Hacia el año 500 a. C., un profeta anónimo anunció que iba a modificar estas expectativas. Esa profecía hoy se encuentra en el libro de “Miqueas”, y dice así: “Pero tú, Belén de Efratá, aunque eres pequeña entre las aldeas de Judá, de ti saldrá el que ha de dominar Israel… Él gobernará con el poder y la majestad de Yahvé, su Dios”.
El profeta anunciaba que sí iba a llegar el tan ansiado Mesías, pero vendría de Belén, de donde procedía el rey David. El profeta no se refería directamente al nacimiento de Jesús. Los profetas no adivinaban el futuro ni buscaban predecir hechos desvinculados de la realidad en la que vivían. Su misión era anunciar una palabra de Dios que tuviera que ver con el presente de sus oyentes.
Lo que el profeta quiso decir era que Dios no miraba con buenos ojos a la corte de Jerusalén. Esta ciudad, en la que se habían prostituido tantos reyes con el lujo y el poder, no resultaba ser el mejor ambiente para que surgiera el Mesías. David, el rey más grande que tuvo Israel, había nacido en la humilde Belén. Si ahora ellos querían tener al nuevo Mesías, había que volver a preparar el mismo ambiente de Belén.
La profecía no pretendía fijar un lugar geográfico para el nacimiento del sucesor del Rey. Simplemente, proponía a los gobernantes de Jerusalén volver a la humildad y a la sencillez de sus orígenes. Es decir, sugería cortar con el actual modo de hacer política.
Con las formas literarias que tenían. Con el paso del tiempo, la profecía de Miqueas se volvió famosa, y en la época de Jesús un gran sector del judaísmo esperaba literalmente que el futuro Mesías naciera en el pueblo de Belén.
Por eso, durante los primeros años del cristianismo, cuando los apóstoles salieron a proclamar el Evangelio después de la resurrección de Jesús, tuvieron dificultades en ciertos ambientes judíos, porque Jesús era de Nazaret.
Frente a este problema, algunas comunidades cristianas, que gustaban de preparar sus predicaciones en formas de relato, decidieron presentar el nacimiento de Jesús como sucedido en Belén. Por supuesto que no pretendían falsear la realidad. A los primeros cristianos no les preocupaba el hecho puramente histórico de que Jesús hubiera nacido en Nazaret. La certeza de que Él era el Mesías esperado constituía lo único importante. Por lo tanto, cuando Mateo y Lucas afirman que Jesús nació en Belén, lo que dicen es que Jesús resulta ser realmente el Mesías que todos esperaban; el que cumplió las expectativas que ningún otro rey de Israel había cumplido. El acento de los evangelistas se pone en esta idea. Y así lo entendieron y lo tomaron también los lectores de los primeros siglos.
Dos maneras de nacer. Cuando Marcos —el primer evangelista que escribió— compuso su relato, no incluyó el dato del nacimiento de Jesús en Belén. Como la mayoría de sus lectores eran de origen pagano, no tuvo problemas en conservar el recuerdo de que había nacido en Nazaret.
En cambio, cuando escribieron Mateo y Lucas, muchos de sus lectores eran cristianos procedentes de los judíos, a quienes sí les preocupaba que Jesús fuera el verdadero Mesías esperado por Israel, el descendiente de David. Por eso ambos evangelistas recurrieron a la narración teológica de su nacimiento en Belén, cada uno de manera diferente, según lo que ellos conocían. Mateo presentó a Jesús naciendo en Belén porque su familia era de allí; y Lucas presentó a Jesús naciendo en Belén por un accidente histórico.
Por último, Juan, que en el momento de componer su Evangelio había llegado a la convicción de que Jesús era Dios y existía desde siempre, tampoco tuvo interés de incluir el nacimiento de Jesús en Belén. Para él, su origen terreno no tenía ninguna importancia porque su verdadero origen era el cielo; Él procedía de Dios y eso bastaba para declararlo Mesías. Por eso, Juan, al igual que Marcos, conservó el dato histórico del origen nazareno de Jesús.
Recordarlo en Navidad. ¿Dónde nació pues Jesús? Probablemente, en Nazaret. Su origen nazareno aparece afirmado en veinte lugares del Nuevo Testamento. Aunque las dos únicas veces que aparece Belén como su patria son Mateo 2 y Lucas 2.
Su nacimiento en Belén es una afirmación teológica; no expresa una evidencia histórica, sino una idea religiosa. Entonces, ¿debemos abandonar las tradiciones de Belén o dejar a un lado los villancicos, renunciar a los pesebres y excluir las peregrinaciones a la ciudad de Belén, donde actualmente se venera la gruta de su nacimiento? Por supuesto que no, así como no desechamos la celebración de la Navidad el 25 de diciembre, aun cuando sabemos que ese día no nació Jesús.
Decir que Jesús nació en Belén continúa siendo, para los creyentes, una afirmación fundamental. Equivale a afirmar que Dios, a pesar de ser omnipotente y poderoso, optó por una ciudad minúscula. Prefirió apostar por la debilidad, por la humildad, por los oprimidos, por la mansedumbre. Significa que un Mesías frágil y endeble basta para quebrar el poder de los poderosos de este mundo. Y que quienes afirman seguir a este Mesías deben emplear sus mismas armas.
* Doctor en Teología Bíblica