Aunque egresó de la carrera de Historia, siempre sintió pasión por la literatura. Quizá por eso se convirtió en editor de manera natural, aunque hasta el año 94 se dedicó también a la docencia universitaria y a la investigación. Alberto Díaz, director editorial de Emecé, dice que nunca tuvo que buscar trabajo, que siempre se lo ofrecieron. Tenía apenas 25 años cuando comenzó a trabajar en Siglo XXI. Hoy, es el director editorial de Emecé, lo que incluye también Seix-Barral, Destino, Espasa Calpe y otros sellos de perfil literario de la editorial Planeta.
Ha editado a Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Ernesto Sabato, Juan Gelman, Abelardo Castillo, Juan José Saer, Manuel Puig, Andrés Rivera, por nombrar sólo algunos de los escritores consagrados.
Noticias: ¿Cuál es su balance luego de 16 años de trabajar en el grupo Planeta?
Alberto Díaz: El grupo me ha permitido incorporar autores de muy poca venta, seguir una política de renovación de contratos, publicar todas las obras de un autor. He tenido mucha libertad en eso. Una de las cosas de las que estoy orgulloso es de que disponemos de un catálogo muy amplio que está hecho con criterio de editor. Hay autores que son muy importantes dentro del canon literario argentino y tengo el mayor cuidado tanto en la edición como en el trato personal en el caso de que estén vivos.
Noticias: ¿En qué se manifiesta el cuidado de la edición?
Díaz: En muchas cosas. Por ejemplo, aunque los textos de contratapa siempre son hagiográficos, trato también de que sean informativos y de que no mientan, intento ser respetuoso de la obra y del lector. En el mundo editorial hay un caso paradigmático. El editor propietario de Adelphi, la famosa editorial italiana, ha hecho famosa a la editorial por sus contratapas, que son perfectas. Incluso ha llegado a publicarlas en un libro. La edición tiene esos pequeños secretos. Si uno quiere este oficio, hay modelos para copiar. En un género como la contratapa, que se cree que no es nada, se puede innovar y se puede llegar a la calidad. Lo mismo sucede con el diseño de portada. He tenido la suerte de ser amigo de Daniel Gil, el portadista de Alianza. Él cambió el concepto de lo que era una tapa.
Noticias: Es decir que la materialidad del libro es muy importante, más allá del contenido.
Díaz: Sí, la materialidad del libro es muy importante. Los lectores de ficción que tienen un hábito de lectura permanente establecen una relación erótica con el libro. No es lo mismo una edición “desajustada”, que no guarde una relación armónica entre el papel, el tamaño de la letra y las solapas, que una edición ajustada. Hay toda una serie de paratextos que conforman un libro.
Noticias: A las personas que no pertenecen al medio les cuesta mucho entender cuál es la tarea de un editor. Parece que los libros fueran objetos “naturales”, que ya nacen con su forma.
Díaz: Sí. Javier Pradera, director de Alianza, decía que las editoriales son “humo en botella” porque no tienen una imprenta, podrían funcionar en una oficina o en un bar. Pero ese “humo en botella” hace que el texto le llegue al lector. Por supuesto, también intervienen otros agentes y todos son importantes, pero el editor es el más indefinido de todos. La categoría “librero” o “imprenta” son más fáciles de explicar, pero la categoría “editor” es difusa.
Noticias: Usted egresó de la carrera de Historia. ¿Cómo fue que se dedicó a editar libros? ¿De qué manera se forma un editor?
Díaz: Fui siempre lector. Me gustó la lectura desde chico, leía los libros de la colección Robin Hood y tenía mi pequeña biblioteca. No es posible establecer una regla porque siempre aparece un contrafáctico que la niega. Uno se pregunta qué tienen en común los grandes editores como los Gallimard, los Feltrinelli, los del siglo XIX. Por ejemplo, Orfila Reynal, que dirigió Fondo de Cultura y lo llevó a lo que es y que fundó también Siglo XXI, era bioquímico; Boris Spivacow provenía de las ciencias duras; Gonzalo Losada era autodidacta; Bonifacio del Carril era abogado; López Llausás, el mítico editor de Sudamericana, era librero. Por el lado de la formación, no se encuentra algo en común.
Noticias: ¿Tampoco hay otro tipo de pautas que definan la tarea de edición?
Díaz: Hay varios lugares comunes, por ejemplo, que un buen editor no publica su biblioteca. porque el gusto personal es limitado y hay que dirigirse a un público más amplio. La editorial puede ser de nicho, es decir, puede estar destinada a un público específico, pero siempre tiene que ir más allá de los gustos personales del editor. Este planteo tiene una trampa.
Noticias: ¿Cuál?
Díaz: Es un argumento que agitan mucho los que son pro mercado. Acepto que no hay que publicar la propia biblioteca, pero también creo que no puede haber un editor que no tenga biblioteca. Es decir, hay que tener una formación, que puede estar legalizada por un título o no. Hubo una época de lo que llamo “editores-presidentes”, como Losada, Seix, Barral, Aguilar, Espasa, que le ponían su nombre a las editoriales y que centralizaban todo. Su gusto armaba la editorial. Los libros se publicaban por una especie de decreto real, porque al editor le gustaba, aunque sus asesores le dijeran que era malo.
Noticias: ¿Ese modelo ya no funciona?
Díaz: El modelo se fue sofisticando y aparecieron los especialistas. Por ejemplo, un editor de marketing y management sabe todo lo que hay que saber sobre ese tipo de libro. Hoy, los grandes grupos editoriales tienen todo muy seccionado. Pero todavía queda algo de un modelo que es del siglo XIX y de principios del XX: el editor-estrella, el editor-propietario. Yo nunca he sido propietario, sino fuerza de trabajo, pero me seguí moviendo en un paradigma que no correspondía con mi situación laboral. Con un grupo de amigos fundamos Siglo XXI y yo era un empleado, pero todos tomábamos decisiones como si fuera una empresa nuestra. Luego pasé a Alianza Editorial y sucedió lo mismo. Publicábamos poca ficción, pero muy importante: “Yo, el supremo”, de Roa Bastos, a Carpentier. En esas elecciones funcionaba el gusto, pero cada vez hay menos margen para eso, porque interviene el Departamento de Marketing, se hacen estudios de mercado, encuestas. Pero siempre sigue habiendo algo que tiene que ver con el gusto, la intuición, el “olfato” o la suerte. Hay libros que se construyen racionalmente, con todo el aparataje de la investigación de marketing, pero eso se puede venir abajo como las Torres Gemelas. En cambio, un hombre como Stieg Larsson, que murió antes de ver su obra publicada, que había nacido en Suecia, un lugar editorialmente marginal debido a la lengua, vende millones. ¿Quién va a contratar tres libros de un promedio de 750 páginas cada uno, en sueco? Nadie contrata una trilogía de un autor desconocido. Sin embargo, una pequeña editorial francesa confió en él y lo contrató. Luego, una editora de Destino lo lee en francés y contrata los tres. Sólo en España lleva vendidos más de 3 millones de ejemplares. Proust no pudo editar en Gallimard.
Noticias: Porque lo rechazó nada menos que André Gide.
Díaz: Sí. Un gran editor como Gide hizo la grandeza de Gallimard y comete un solo error que no fue error, sino que hace algo que hubiera hecho cualquier editor. Si aparece un loco al que no conoce ni su madre, con siete libros y encima escribe raro, ningún editor lo publica. Los Gallimard se convirtieron en los editores de Proust luego de que este murió.
Noticias: Algo similar se dice que ocurrió con “Cien años de soledad”, de García Márquez
Díaz: Sí, que anduvo dando vueltas por todos lados. Pero también pasa con obras comerciales. Por ejemplo, “El Código Da Vinci”, de Dan Brown, pasó por todas las editoriales y todas lo rechazaron. Incluso pasó por Emecé. Cuando, por fin, apareció, se convirtió en el libro que más vendió en la década. Apareció en la editorial Urano, que publica autoayuda. ¿Por qué? Porque quería editar algo del tipo “¿Quién se ha llevado mi queso?” y la agencia le dio lo que quería a cambio de que también se llevara el de Dan Brown. Urano vendió millones.
Noticias: Es decir que hay algo que no se puede evaluar a priori.
Díaz: Exacto. El “olfato” es el capital del editor y no se puede explicar.
Noticias: ¿Qué casos recuerda en que su “olfato” fue un buen consejero?
Díaz: Uno de los primeros libros que recomendé en Siglo XXI fue “Las venas abiertas de América Latina”, de Eduardo Galeano. Yo era un historiador “duro” de la escuela de Eric Hobsbawm y el libro de Galeano es generalista. Mis compañeros de la editorial, que también eran historiadores y que compartían conmigo la misma línea dura, se opusieron a su publicación, fueron coherentes. Yo le dije que sí incluso sabiendo los defectos que tenía y se lo mandé a Orfila, lo vio y se publicó.
Noticias: ¿Conoció a Borges?
Díaz: Sí, lo conocí cuando estaba en Siglo XXI porque hizo una antología personal que es la única que hay de él, porque María Kodama no quiere que se hagan. Hizo un prólogo muy lindo en el que dice que si se quemaran todos sus libros y quedara esa antología, quedaría lo mejor de él. Cuando yo regresé a Buenos Aires lo publicaba Emecé y también Alianza en versión bolsillo. Desde el ‘83 hasta que murió, semestralmente yo le llevaba las liquidaciones a su departamento de la calle Maipú muy chiquito, con una biblioteca de hierro con 20 o 30 libros en inglés, pero ningún libro de él. “Póngame el cheque en el libro de Stevenson, me decía Borges, que el jueves cuando venga María se ocupa”. La famosa Fanny, su ama de llaves, era más mala que las arañas, pasaba la aspiradora justo en ese momento y mientras charlábamos teníamos que levantar los pies para que ella pudiera aspirar. Un día, cuando comenzó a escribir “Los conjurados”, me preguntó si tenía buena letra y me dictó tres o cuatro versos que escribí en un cuaderno Éxito. Esto se repitió un par de veces. Por el contacto que yo tenía con él fue el único libro que salió primero por Alianza y no por Emecé. También un par de veces fuimos a comer. Él pedía arroz blanco con aceite o manteca, que comía con cuchara.
Noticias: De Saer fue muy amigo, ¿no es así?
Díaz: Sí, muy amigos. Nos divertíamos mucho y compartíamos muchas cosas. También nuestras familias eran amigas. Comencé a leerlo cuando no lo conocía nadie. Contraté “Nadie, nada, nunca” para Siglo XXI, aunque Orfila me decía que ese autor estaba loco porque había pedido mucho adelanto. Eso era algo que “el turco” hacía siempre y después no se preocupaba más por si el libro salía bien o mal y se jugaba la plata. Jugaba a tal punto que él mismo se denunció para que no lo dejaran entrar en los casinos, cosa que en Francia se puede hacer. Cuando su hijo me avisó que había fallecido inmediatamente me fui a París, presencié la ceremonia de cremación y acompañé a sus hijos a recibir las cenizas.
Noticias: ¿Cómo era Saer?
Díaz: Un escritor exquisito que, sin embargo, hacía chistes groseros de colegio secundario. Decía que él sólo era escritor cuando escribía. Con Beatriz Sarlo siempre terminaba discutiendo. Ella no entendía que un escritor tan exquisito pudiera ser tan basto. Era un hombre de una gran generosidad, soberbio y narcisista, pero muy auténtico. Era muy buen padre. Producía muchísimo.
Noticias: ¿Cómo ve el panorama de la literatura argentina como editor?
Díaz: Creo que hay demasiada. Se escribe mucho y se publica mucho. De todos modos, mi impresión es que la mejor literatura en lengua española se está produciendo acá. Hay mucha diversidad, pero esa diversidad desorienta al lector, no hay un canon de calidad o de ordenamiento.