Sólo vos y yo vamos a tener las llaves de la caja fuerte. Si llega a faltar algo, vos sos el responsable”. Con frases de este tipo, el gerente de una multinacional solía dirigirse a su colaborador de confianza. Injusta, ofensiva y absurda, esta frase verídica pinta de cuerpo entero al interlocutor, un manipulador “de manual”, que abusa de la vulnerabilidad de su víctima a través de humillaciones, intimidaciones y actos denigratorios. El contacto prolongado con personas que presentan esta patología puede resultar nocivo para la salud en general, debido a que el cuerpo permanece en un estado constante de alerta y estrés, con consecuencias que van desde trastornos psicosomáticos y fatiga, hasta enfermedades graves. Todos estamos expuestos a ser manipulados: nos encontramos ante una verdadera “epidemia”, acicateada por la creciente tolerancia a las conductas manipuladoras. En la sociedad actual, estas no sólo son toleradas sino valoradas, por la relación estrecha que tienen con el ejercicio del poder que el manipulador opera sobre otros. Esto a veces se confunde con tener éxito.
Perfil psi. Pese a que aparenta lo contrario, un manipulador es una persona insegura que ejerce el poder de forma tortuosa y abusiva sobre otra, apropiándose de su voluntad para dominarla en beneficio propio. Es permisivo consigo mismo e intolerante con los demás. Critica constantemente a todos y a todo y hace creer a los otros que deben ser perfectos. Jamás transmite con claridad sus sentimientos. Tampoco escucha respetuosamente ni con el tiempo suficiente al prójimo, salvo cuando la situación le resulta favorable. Suele manejar con habilidad su discurso, aunque algunos no necesitan usar palabras: a veces les basta un gesto para manifestar su descalificación. También se sirven de la amenaza o el chantaje.
Una persona con estas características manipula a otras porque el modelo aprendido en sus experiencias traumáticas infantiles no le permite hacer otra cosa. Quizá haya sufrido abuso o manipulación en su infancia y, de adulto, transita por la vida como si esta fuera un campo de batalla: “matar o morir” es su lema.
Todos manipulamos a alguien alguna vez. Pero no hay que confundir la manipulación circunstancial a la que se recurre para lograr un objetivo con la manipulación constante. La línea que separa a ambas es su sostenimiento en el tiempo: es la frecuencia y la repetición lo que hace a la segunda tan destructiva. Por el contrario, lo efímero de la manipulación circunstancial no modifica la vida del manipulado.
No cualquiera cae bajo la influencia de un manipulador: de hecho este se aparta de aquellos a quienes percibe como insensibles a su poder. En general, sus víctimas tienen ciertos traumas de la infancia no resueltos. La pérdida de un progenitor a edad temprana, la convivencia con adultos manipuladores en su entorno afectivo, entre otras razones, podrían ser la génesis de dicha vulnerabilidad. Estas personas buscan, inconscientemente, sentirse dignas de ser amadas. Son complacientes, temen el conflicto, ofender o herir al otro.
Estrategias. No es fácil detectar a un manipulador: hay que estar atento y observar indicios. ¿Qué se puede hacer para frenarlo, si sospecha que convive con uno? Cuando la vida o la integridad psíquica del manipulado están en riesgo, la separación es la única salida. Sin embargo, sobre todo en situaciones laborales, hay vínculos que pueden mejorarse. Pero el manipulado debe entender que es imposible que el manipulador cambie y que alguna vez logre una relación ideal con él. Recién entonces podrá elaborar una estrategia de defensa efectiva.
Es vital no justificarse: rendir cuentas de los propios actos implica someterse al manipulador. Ante un comentario denigratorio, lo ideal es encarar una estrategia de protección, la ironía. El sentido del humor es una buena táctica, siempre y cuando el contexto lo permita y la víctima se sienta con las fuerzas necesarias. Otro recurso es ser sintético en la comunicación a fin de beneficiarse con la menor exposición posible a las críticas. Es bueno recordar que todo lo que diga “podrá ser usado en su contra”. Un recurso muy utilizado por ancianos que manipulan a sus hijos es “enfermarse” ante la partida de uno de ellos y mejorar cuando el viaje se suspende. En este caso, es útil retacear la información y anunciar la partida a último momento. También es vital aprender a decir “No” de forma cortés pero firme. Nunca permita que lo extorsionen, aunque más no sea con un favor en apariencia insignificante. Hay que evitar entrar en discusiones, sobre todo si existe el riesgo de quedar expuesto a una nueva desvalorización. Recuerde que para discutir hacen falta por lo menos dos personas. No se debe intentar “hacerle entender”: es preferible el silencio y, si es factible, el abandono del “campo de juego”.
El manipulador es un especialista en camuflajes. Se oculta bajo disfraces diferentes e intercambiables. En esto radica la dificultad para detectarlos. En nuestro trabajo de campo, elaboramos varios perfiles de manipuladores: el “despótico”, el “irresponsable”, el “simpático”, el “seductor”, el “generoso”, el “desvalido” y el “dependiente”, entre otros. No es fácil marcar el límite entre cada uno, sobre todo cuando se combinan los rasgos de varios al mismo tiempo. Todos, sin embargo, interpretan la realidad de manera deformada y culpan constantemente a los demás. Indefectiblemente, sus víctimas terminan asumiendo comportamientos que van en contra de sus propios intereses y que minan su autoestima. Es vital poner un freno a su sed de control y poder. Lo paradójico es que por más que dominen y sometan a los que los rodean, nunca pueden llenar ese vacío interior que sienten, el verdadero origen de su inseguridad.