Tiempo y espacio son los dos elementos fundamentales de la física. Con los satélites primero y masivamente gracias a internet y los teléfonos celulares, nuestra generación logró vencer al espacio. Quizá las próximas generaciones –o quizá ninguna– logren vencer al tiempo si, como Albert Einstein especulaba, se logra viajar más rápido que la luz.
La disputa por el espacio y su control fue clave en todas las batallas hasta el siglo XX. En la Guerra del Golfo ya no fue así. El cambio físico que representó la transformación del concepto espacio no sólo tuvo consecuencias militares o económicas, plasmadas en la globalización (la anterior mundialización que acortó el espacio y transformó todo la produjo las carabelas que pudieron cruzar los océanos a partir del siglo XVI). También cambió las batallas políticas.
El último sábado en el diario Perfil, el creador de Crónica TV, Héctor Ricardo García –hacia quien primero se dirigió la mirada crítica desde el Gobierno por haber cubierto más ampliamente los cacerolazos del martes de la semana pasada y con sus imágenes “incitar a la imitación”– explicó los cambios que produjo la televisación en directo de las protestas.
Hasta hace sólo diez años, era imposible transmitir en directo desde la calle. Era necesario un gigantesco camión satelital de los que había un puñado en el país y sólo se podían trasladar para contadísimos eventos. García contó que durante el menemismo todavía era necesario que los camiones de exteriores fueran hasta enlaces de microondas para emitir lo filmado. Transmitir en directo desde la calle era una excepción muy costosa y que debía programarse.
Sobre esa lógica se construyó la liturgia del peronismo: concentrar en un sólo punto a sus partidarios para que, filmado como si se tratara de un estudio, con escenario, equipos de sonido, una escenografía de carteles y cotillón que teatralice el acto, los medios pudieran reproducirlo a todo el país. Este protocolo fue la ventaja del peronismo.
También esa fue la lógica de los paros generales de la CGT: un acto, un lugar, una concentración. La unión hace la fuerza. Hace dos años, para una entrevista de NOTICIAS, el sindicalista que derrotó a la Unión Soviética, Lech Walesa, me explicó su técnica: “Hasta los años 70, nuestras protestas eran en la calle y los tanques soviéticos nos barrían; en los 80 pasamos a concentrarnos dentro de las empresas principales donde los tanques no podían entrar”. Control del espacio correcto y redefinición del terreno de batalla fue su aporte.
A De la Rúa le tocó presidir el país cuando el cambio del concepto espacio se cristalizó. Apenas un puñado de años antes, los cacerolazos del 19 de diciembre hubieran tenido que esperar hasta el día siguiente para que lo reflejaran los diarios y los noticieros del mediodía de la TV. La no existencia del efecto dominó, progresión geométrica, inercia, aceleración, imitación o como quiera llamárselo, no hubiera cambiado la historia, pero sí habría generado matices.
Lo mismo sucedió ahora con los cortes de las rutas por los ruralistas que no sólo no hubieran podido transformar 300 piquetes diferentes en un sólo lugar virtual, sino que no podrían haberse mantenido coordinados sin celulares. Los de más edad recordarán que en los golpes, los militares primero ocupaban el edificio del Automóvil Club Argentino porque tenía un sistema de comunicación de radio que les permitía enlazar a todo el país.
El campo es el lugar donde la tecnología de las comunicaciones redujo más las distancias. En el siglo XX, el campo llegaba masivamente a la ciudad de Buenos Aires una vez por año a través de la exposición de la Sociedad Rural, expresando apenas a una mínima parte de sus productores. Nuevamente, un acto, un sólo lugar, una concentración y una teatralización: silbar al presidente de turno, mientras fuera democrático.
El acto para ser popular requería un espacio público. La Plaza de Mayo es su mayor expresión en la Argentina, pero lo mismo sucedía con la Plaza Roja, en Moscú, y con la Plaza de Tiananmen, en Pekín. Pero Stalin y Mao, como Perón, fueron líderes del siglo XX.
Los ruralistas construyeron una mega plaza sumando centenas de espacios públicos unidos por la televisión que hasta se acostumbró a dividir su pantalla en cuatro para mostrar simultáneamente varias manifestaciones en directo. La protesta del campo no hubiera tenido el mismo efecto hace diez años aunque los sentimientos fueran los mismos. Tampoco el cacerolazo del martes de la semana pasada.
El fenómeno tecnológico que generan las cadenas de mails o de sms por celular, no es un hecho menor y modifica las formas de hacer política. Mientras Fidel Castro presidió Cuba, los teléfonos celulares sólo los podían tener los funcionarios.
Hasta el siglo XVI, antes de la invención de la imprenta, la comunicación entre muchas personas sólo era posible en las plazas o lugares públicos. El teatro, los conciertos, las ferias y los templos resultaban ser los únicos medios de comunicación masiva. El libro y luego el diario, con su capacidad de comunicar mensajes a miles de personas sin necesidad de que se reúnan en un mismo lugar, donde cada uno individualmente compartía un mensaje común, cambiaron el mapa político.
Los mail y los sms están produciendo un cambio aún mayor, porque ya no sólo personas separadas geográficamente entre sí comparten un mensaje, sino que ellos mismos lo emiten.
Cuando la Presidenta en su último discurso dijo: “Esta vez (los golpistas) han sido acompañados no por los tanques, sino por generales de los medios, que han cambiado y tergiversado la información”, demostró, entre otras cosas, que no comprendió aún la transformación que se produjo en la tecnología de la comunicación y sus consecuencias sobre el espacio. Esta batalla del Gobierno con el campo se superará, aunque no sin dolorosas y perennes heridas mutuas. Pero la revolución de las comunicaciones continuará irreversiblemente su marcha haciendo posible, cada vez más, que las expresiones generalizadas no surjan desde arriba hacia abajo, de la vanguardia de los líderes hacia sus seguidores, sino de abajo hacia arriba, de las bases hacia la dirigencia y, no pocas veces, llevándose puesta en su camino a la propia dirigencia.