Benito Alén González no entiende por qué su jefa no quiere verlo. Es uno de los profesionales de la Unidad Médica Presidencial y le tocó, hace ya casi siete meses, ser el primero en tratar de salvarle la vida a Néstor Kirchner en la mañana en que un paro cardiorrespiratorio lo tumbó en su casa de El Calafate. Benito era el único médico de guardia y no pudo reanimar al ex presidente, como tampoco lograron hacer nada sus colegas que llegaron después al hospital de la zona. Cristina Fernández, que le tenía cierta estima, ya no aguanta estar ante su presencia: Benito le trae malos recuerdos, la devuelve sin proponérselo a ese momento de angustia extrema.
Luis Buonomo, el máximo responsable del equipo de médicos que sigue a la Presidenta, suspira cuando alguien le menciona el caso: “La verdad es que Benito no tiene ninguna responsabilidad en lo que pasó”. Pero tampoco él está cerca de Cristina por estas horas. Cuando la jefa más lo necesitaba, y confesaba en público que se sentía “pum para abajo”, que “ya dio todo” y que estaba haciendo “un enorme esfuerzo personal y hasta físico para seguir adelante”, Buonomo atendía su propio drama: a su esposa acaban de operarla durante 16 horas para extraerle un tumor maligno. La intervención salió bien y el médico de cabecera de la Presidenta está en condiciones de volver a lo suyo, aunque siga pasando más tiempo en Santa Cruz que en Buenos Aires, a contramano de su paciente.