Puesto que hoy en día parece ser tan difícil oponerse al “modelo productivo” duhaldista-kirchneriano como lo era diez años antes hablar mal del uno a uno, desde comienzos de 2003 a esta parte Ricardo López Murphy se ha visto convertido de un presidenciable con un futuro muy promisorio en un dirigente periférico, uno de los escasos representantes confesos de una forma de pensamiento que, según los comprometidos con el consenso de turno, todos los hombres de bien del país han repudiado para siempre jamás. Que ello haya ocurrido es irónico, ya que las hazañas económicas nacionales de los años últimos fueron posibilitadas por la aplicación exitosa de variantes de la estrategia que recomendaría López Murphy en los Estados Unidos, China, la India y otros países que están liderando el gran boom internacional que tanto nos está beneficiando, pero esto no le servirá de consuelo. Desgraciadamente para él, la Argentina es diferente. Ni el grueso de la clase política ni el electorado tienen la intención de dejarse impresionar por la experiencia ajena. Siempre y cuando el crecimiento continúe, se aferrarán con terquedad al statu quo, celebrando el hecho de que a juicio de los demás se trate de un modelo bastante heterodoxo y negando con indignación que un día el país y sus habitantes podrían pagar un precio muy alto por haberse resistido a acompañar los cambios que están modificando el mapa mundial. Así las cosas, por ahora parece poco probable que en octubre López Murphy logre acercarse al más del 16 por ciento de los votos que le tocó en 2003 antes de que, merced en buena medida a una coyuntura internacional insólitamente benigna, se consolidara la recuperación económica. Para superarlo, tendría que protagonizar una campaña brillante en medio de una crisis económica fenomenal, desastre que, por fortuna, no parece ser inminente.
Lo que sí podría hacer es complicarle la vida a Roberto Lavagna. Si bien las ideas de López Murphy son en el fondo muy distintas de las del ex ministro de Economía kirchnerista, que es un partidario de la versión actual del modelo proteccionista y dirigista, asentado sobre un peso baratísimo, que es tan caro a los populistas locales, comparte con él su oposición al gobierno cada vez más caprichoso y vengativo de los Kirchner, de modo que puede confiar en atraer una cuota de los votos de quienes están menos interesados en las teorías económicas que en la salud institucional y que se sienten preocupados por la manía del gobierno de seguir “construyendo poder” cuando ya posee más que suficiente. A esta altura es imposible prever cuántos votos López Murphy podría sacar a Lavagna – la larga campaña apenas ha comenzado y mucho podría suceder antes del domingo último de octubre -, pero cada uno reduciría las posibilidades de conseguir el batacazo soñado del abanderado de la franja del establishment populista que fue desplazado por el presidente Néstor Kirchner. También tiene motivos para lamentar su participación en la carrera la ex correligionaria radical Elisa Carrió que, como López Murphy, quiere hacer suya la bandera de la honestidad personal y la defensa de las instituciones republicanas.
Otro que se sentirá perjudicado por la decisión del bulldog, ejemplar de una raza que es famosa por su tenacidad, es, cuando no, Mauricio Macri, su presunto socio de PRO, el frente bicéfalo formado por sus respectivos minipartidos. Aunque Macri figura como un centroderechista, se trata de un político con menos inquietudes ideológicas que López Murphy y por lo tanto le es fácil pasar por alto las diferencias que en teoría por lo menos debería separarlo de personajes como Lavagna. Como López Murphy ha señalado, al borrarse Macri de la contienda nacional, lo que llama el “electorado centrista” –sabe que en esta parte del mundo “derechista” es una mala palabra aun cuando se le agregue “centro”– quedaría sin un candidato convincente, eventualidad que no le parece aceptable. Tiene razón porque los esfuerzos del mandatario neuquino Jorge Sobisch por apropiarse del lugar así supuesto no han mostrado señales de prosperar, pero sucede que a Macri le hubiera gustado contar con el apoyo de Lavagna en la ciudad de Buenos Aires para entonces devolverle el favor en la campaña presidencial.
En un país sin partidos políticos serios como la Argentina, tales arreglos tácticos pueden considerarse lógicos, pero por una cuestión de principios López Murphy siempre se ha manifestado reacio a subordinar todo a los meros cálculos electoralistas poniéndose a sumar adhesiones sin preocuparse en absoluto por lo que piensan los dispuestos a colaborar con su proyecto particular. Como el político profesional y ambicioso que es, entiende que le sería inútil exigirles a sus partidarios compartir todas sus ideas y actitudes, pero también es consciente de la necesidad de manifestar respeto por el electorado fijando ciertos límites, razón por la que incluye a Lavagna entre sus adversarios.
Para los Kirchner, la decisión, al parecer definitiva, de López Murphy y también de Carrió de participar de la carrera presidencial es una buena noticia. Al dividir aún más la oposición, hace más probable que el pingüino o pingüina que representa al matrimonio reinante triunfe en la primera vuelta sin tener que arriesgarse en una segunda que podría depararles una sorpresa desagradable. López Murphy es consciente de esta realidad, pero a diferencia de Macri entiende que sería un grave error permitir que la oposición se viera dominada por quienes a su modo están consustanciados con el pensamiento único “nacional y popular” que es típico de la mayoría de los peronistas, radicales, aristas e izquierdistas. Aunque él mismo es de raíz radical, rompió hace años con aquella forma de afrontar los problemas del país por sentirse más afín a las corrientes primermundistas denostadas por Raúl Alfonsín y sus laderos. Por motivos comprensibles, no se propone reconciliarse con ellos sin otro fin que el de de hacerle la vida más difícil a los Kirchner.
Entre las muchas rarezas de la política argentina está la ausencia de un gran partido a un tiempo conservador y liberal que no procure disimular su compromiso con el capitalismo tal y como se lo practica en todos los países desarrollados y que, de modo sui géneris, está difundiéndose con rapidez en China y la India, dos países gigantescos que luego de liberarse de la hostilidad tradicional hacia las recetas occidentales más potentes están avanzando a un ritmo tan vertiginoso que hasta los norteamericanos se sienten asustados. Lejos de apurar la formación de un partido así, la debacle de 2001 y 2002 sólo sirvió para demorarla. Por ahora, sigue siendo una ilusión decididamente minoritaria: puesto que incluso cuando la economía nacional se hundía en una crisis tras otra, los partidarios del liberalismo no lograron formar una alternativa genuina a la hegemonía populista peronista-radical, no es demasiado sorprendente que después de cuatro años de crecimiento casi chinesco López Murphy esté predicando en el desierto. Tampoco lo es que se haya sentido constreñido a suavizar su mensaje, lo que no es necesariamente malo ya que es mejor desempeñar un papel clave en un movimiento amplio que respete sus ideas aunque muchos afiliados las consideren un tanto duras de lo que sería resignarse a ser el gurú de una pequeña secta de creyentes auténticos.
Para que el rol de López Murphy no sea sólo testimonial, tendrá que aliarse con muchas personas que tienen sus dudas acerca de la conveniencia de emprender reformas tan profundas como las que plantearía pero que así y todo reconocen que en términos generales está en lo cierto y que por lo tanto pueden militar en el mismo partido sin que nadie abjure de sus convicciones. Es lo que sucede en todos los países desarrollados donde es normal que los partidos que aspiran a gobernar toleren diferencias ideológicas que aquí se considerarían insalvables. Por ejemplo, en el Reino Unido, conviven en el laborismo hombres como Tony Blair y George Brown, cuyas ideas básicas se parecen bastante a las de López Murphy, con izquierdistas e independientes cuyas posturas no son muy distintas de las de Carrió, una situación que a pesar del respeto mutuo que sienten estos dos ex radicales parecería inconcebible en el crónicamente fragmentado mundillo político argentino. Mientras éste sea el caso, el país seguirá gobernado por movimientos caudillistas mayormente peronistas que cuenten con el respaldo de la clase de oportunista que, sin sonrojarse, puede cambiar de camiseta de un día para otro, transformándose de menemista en duhaldista y entonces en kirchnerista sin otro propósito que el de aprovechar en beneficio propio la popularidad pasajera del mandamás del momento.