Si la última década del siglo XX fue la del esplendor del clan Macri en Punta del Este, el siglo XXI, en cambio, comenzó a encontrarlos cada vez menos unidos y finalmente dominados por sus propias internas. Ni Mauricio, ni Mariano, ni Gianfranco, ni Sandra, ni Florencia se reunieron alrededor de la mesa de papá Franco y su novia Nuria Quintela para recibir el 2008.
La serpentina no es PRO. El primer faltazo con aviso lo dio Mauricio. Recién instalado en el cargo de jefe de Gobierno porteño, y mientras sale al cruce de las críticas sobre su plan de gestión hospitalaria en Buenos Aires, su primera medida PRO fue ser y parecer un hombre con responsabilidades que no toleran ningún descorche: ni para Navidad ni Año Nuevo hubo aproximación alguna a los balcones propios o paternos alrededor del complejo Manantiales, búnker histórico de los Macri en Uruguay. Convencido, el jefe de Gobierno le puso fin a una tradición de 35 años consecutivos y se encaprichó con un paso más: hacer extensiva su abstinencia de serpentinas y brindis a todo su gabinete, recomendándoles incluso que procuraran no acercarse a la orilla más cara del mar. La única privilegiada fue su novia María “Malala” Groba. Sin Mauricio, la última pieza en añadirse al mosaico femenino de los Macri pudo pisar la arena de Punta del Este hasta la segunda quincena de diciembre, para retornar a Buenos Aires dos semanas antes del ya clásico aterrizaje de Franco y su novia, Nuria Quintela.
Mientras tanto, en el otro extremo de la ciudad, la ex de Mauricio, Isabel Menditeguy, pasa sus días en relativa tranquilidad (ver recuadro).
La diáspora italiana. Don Franco, todavía el personaje más totémico del clan, también decidió obviar la opulencia de sus fiestas de Navidad para hacer acto de presencia sólo en la de fin de año. De aquellas nostálgicos ágapes multitudinarios en los que se apilaban invitados, periodistas y curiosos en “No me olvides”, el restaurante propiedad de Nicolás Palacios –un hijo de Franco con portación de derechos pero no de apellido que vive en el Uruguay–, quedó apenas la versión light de una carpa blanca con equipo de parlantes ad hoc sobre la terraza en Manantiales. Equipo ideal para amenizar este año una de las reuniones más sobrias en la agenda del 31 de diciembre, y que ni siquiera contempló el cumpleaños de otro de los Macri, Gianfranco, el día 28.
Para la esposa de Gianfranco, Elaine, la disolución del gran evento familiar fue un alivio: harta de mirar el paso demorado de las agujas del reloj mientras el resto de las nueras socializaban a su alrededor, tampoco le era fácil soportar la presencia de Nuria.
La competencia tácita entre las nueras Macri en aquellas fiestas no era ninguna novedad; sí lo fue la presencia cada vez más firme de esa chica tan joven y tan desclasada. Sólo Marie France Peña Luque, la esposa de Mariano, se atrevía a traspasar la barrera de la pertenencia social y hablar sin pudor con la jovencita que había encandilado a Franco tanto que, al resto de las mujeres, llegaba a provocarles a veces cierto pudor sumar la cifra de viajes, regalitos y estadías en hoteles de lujo con los que el fundador del Grupo Socma deleitaba a su más reciente adquisición.
Ajena como siempre a la sintonía del resto de su familia, Sandra Macri, la díscola, vendió su propiedad en Punta del Este. Su marido, el parapsicólogo Néstor Daniel Leonardo, con quien se casó en el 2004 tras un noviazgo de siete años, tampoco tenía un perfil adecuado a los requisitos estéticos de uno de los balnearios más elegantes del Atlántico. Con el antecedente de un casamiento en la Catedral de Morón, más relajado, el matrimonio prefiere descansar en las arenas menos exquisitas y más populares de Mar del Plata. Un lugar donde el perfil y la silueta del parapsicólogo Leonardo, recordado por su pesadillesco parecido a “Tito” Roldán (el personaje que Miguel Ángel Rodríguez hizo famoso en televisión hace unos años), logra pasar perfectamente desapercibido, hasta perderse en la multitud.
El dilema Marie France. Mientras Florencia Macri sigue su vida pop en Europa, su hermano Mariano, en medio de un divorcio con un patrimonio de 50 millones de dólares en juego, lo cual lo vuelve más agitado que la lengua del RR.PP. Gaby Álvarez en las playas de José Ignacio, es otro de los Macri que este año se sumó al efecto diáspora y prefirió “guardarse”, en principio, hasta finales de enero. Pasó la Navidad en Bariloche junto a su madre y cambió el look: mientras la mujer con la que estuvo casado durante 17 años, Marie France, le reclama un pasar equivalente al que llevaba con sus hijos antes del adiós, el flamante encargado de administrar los nuevos negocios automotrices de la familia en China se cansó del saco y la corbata de rigor, y ahora luce un estilo entre “yuppie” y “grunge”: pelo largo, barba a la buena de Dios y la clase de prendas que los modistos franceses suelen llamar, sencillamente, zaparrastrosas.
La lucha de Marie France es una esquirla aparte en medio de la disgregación de los Macri: en medio de su separación, Mariano trajo de Brasil a Buenos Aires a sus dos hijos (de 11 y 16 años), y le impuso a Marie France una orden de desalojo sin aviso previo. Sin su mansión de 1.200 metros cuadrados, jardines y piscina, la mujer voló desorientada hasta Buenos Aires. Cuando regrese de sus vacaciones en Aruba, volverá a ocupar el departamento porteño desde donde batalla los horarios de visita a sus hijos y teme la posibilidad de que el padre se los lleve con él a la China.
Por culpa de sus propios enconos familiares o por los rozamientos maritales entre sus distintos miembros –pero también por proyectos de imagen política a la par del mero desgaste de lo que, alguna vez, fue el menos indeclinable de los “must” esteños–, la tradicional fiesta para recibir cada Año Nuevo desde el corazón de Manantiales se fue apagando como cualquiera de los atardeceres en Casapueblo.