En la tarde del 16 de junio de 1999, una llamada interrumpió el trabajo del director de la revista, Héctor D’Amico. Hacía dos años y medio que habían matado a Cabezas y la verdadera arma asesina seguía sin aparecer. Era el gobernador Eduardo Duhalde y quería verlo. Urgente.
Una hora después, D’Amico estaba en las oficinas porteñas del comité de la campaña presidencial del entonces gobernador. Héctor todavía recuerda el halo de misterio que invadía esa habitación y a un Duhalde que parecía agotado y le confesaba que si perdía las elecciones presidenciales, ganaba “una vida”. Esta es la reconstrucción de aquella charla a solas:
Duhalde: Tengo una información muy delicada. Y muy difícil de contar a la gente sin que alguien piense que quiero utilizarla políticamente…
D’Amico: Lo escucho.
Duhalde: Un informante se acercó a nosotros y nos dijo que Gustavo Prellezo (el policía acusado por el crimen de Cabezas) le pidió que desenterrara un revólver del fondo de una propiedad que él tiene. Este informante no le hizo caso y vino a vernos. El hombre nos pide 300.000 dólares, una barbaridad. A lo sumo 100.000… estamos negociando.
D’Amico: ¿Y usted le cree?
Duhalde: Le tengo que creer, es una persona muy allegada a Prellezo. Un abogado es.
D’Amico: ¿El abogado de Prellezo?
Duhalde: Algo así. El arma está enterrada (…).
D’Amico: ¿De qué tiempos habla usted?
Duhalde: La semana que viene, digamos. Nosotros ya le estamos avisando al juez. Yo lo llamo por cualquier novedad…
(…) Tras semanas de dilaciones, arreglaron un encuentro en la quinta Don Tomás, la residencia privada del gobernador en el barrio de San Vicente. Esa vez, D’Amico nos pidió a Edi Zunino (por entonces jefe de la sección Política) y a mí, como editor general de Noticias, que lo acompañáramos. Suponía que iba a necesitar testigos para lo que iba a oír.
El gobernador nos esperaba con un jean gastado y cara de sueño.
Pidió café para todos y ordenó que nos dejaran solos.
D’Amico: Hace tiempo usted me habló de un revólver enterrado y, como temo que puedo haber entendido algo mal, me gustaría que Edi y Gustavo escuchen la historia.
Duhalde: Sí, el que nos trajo el dato fue abogado de Alfredo Yabrán. Dice que es la última persona que habló con él antes del suicidio…
D’Amico: Pero… ¿y el arma?
Duhalde: Está enterrada en una propiedad del detenido…
González: ¿De Prellezo?
Duhalde: Sí, la tengo custodiada por la policía, que no sabe qué cosa está custodiando…
D’Amico: ¿Y el juez?
Duhalde: El juez no sabe nada. Pero no es solo un arma, son tres o más, entre ellas un revólver con la mira pintada de rojo. Pero este hombre me dice, además, que otro detenido, el de mayor confianza de Yabrán… ¿me entienden?
D’Amico: ¿Gregorio Ríos?
Duhalde: Sí, dice que Ríos tenía tres cuentas bancarias en el exterior por donde pasó mucho dinero. Dos en Suiza y otra en los Estados Unidos. En una hubo como 10 millones de dólares. Parece que Ríos era algo más que un custodio… Pero yo, hasta el 24 de octubre estoy atado de pies y manos. ¿Quién me va a creer que esto no es un golpe de efecto político? Ya tuve la mala suerte de que a la cámara fotográfica de Cabezas la encontraran con ayuda de un rabdomante y no con estudiantes, como quería yo.
D’Amico: El tema ese de las cuentas…
Duhalde: Me dicen que vamos a tener datos la semana que viene.
González: ¿Cómo va a conseguir esos datos sin orden judicial?
Duhalde: Por canales informales se pueden conseguir esos datos, sobre todo los de los Estados Unidos. Con Suiza es más complicado (…).
D’Amico: Usted me había dicho que su informante pedía mucho dinero, ¿cobró?
Duhalde: Ya le dimos 50.000 dólares. Y si aparece lo de las cuentas bancarias le daremos 100.000 más.
D’Amico: Hay un problema, gobernador…
Duhalde: ¿Cuál?
D’Amico: Que usted dice que no puede hacer nada hasta el 24 de octubre, está atando todo a sus tiempos electorales. Pero nosotros ahora lo sabemos.
Duhalde: ¿Y qué quieren que haga? ¿Quién me va a creer? Yo con esto no quiero hacer campaña. El 25 de octubre, gane quien gane, va a haber más gente con ganas de hablar. Porque Yabrán tenía muchas relaciones por el lado de la Alianza. De los radicales digo, no del Frepaso.
D’Amico: ¿Su fuente querrá contar esto en público?
Duhalde: Yo creo que por plata este hombre habla hasta por cadena nacional.
(…) En cierto momento de la charla, Duhalde cortó por la mitad una frase para decir que aún no era tiempo de ir a la Justicia. Se quedó callado por un segundo y agregó: “La otra que nos queda es ir nosotros mismos al lugar…”. Uno de los tres le preguntó “¿para qué?”. Entonces el gobernador hizo un gesto con sus manos, como tomando una pala y empezando a cavar sobre un suelo imaginario.
“Qué sé yo –completó–, es una idea”.
Nos quedamos mudos por unos instantes. Duhalde nos habrá visto las caras de estupor porque encaminó la conversación hacia otro tema no menos sorprendente.
Duhalde: Yo les digo lo que me dice este señor. Me dijo, además, que un militar muy vinculado a De la Rúa, pariente de él (se refería a su cuñado, el contraalmirante Basilio Pertiné), le quiso comprar estas armas que están enterradas.
González: ¿Cómo que comprarlas? ¿Para qué? ¿Cómo se enteró?
Duhalde: No sé, se ve que este hombre las anduvo ofreciendo por todos lados. Pero el tema es que hay mucha plata del otro lado. Llegué a pensar en informar de todo esto a la Justicia, desenterrar las armas, poner otras en ese lugar y ofrecérselas a ese militar. Después, detenerlo y preguntarle para qué carajo las quiere.
Zunino: Parece una película. Pero, siguiendo con el revólver, ¿por qué lo va a dejar ahí enterrado?
Duhalde: Miren, yo descuento que ustedes quieren saber la verdad porque eran compañeros de Cabezas y no por razones… editoriales, digamos. Acá, encontrar el arma es lo más sencillo. Solo se trata de ir a buscarla. Pero quiero que las cosas se hagan bien, para ayudar y no para complicar todo.
Zunino: Lo mejor es volcar todo en la causa.
Duhalde: Bueno, pero hay que esperar. Ahora, si me disculpan, tengo que irme a un acto.
D’Amico: ¿Cuándo va a tener novedades?
Duhalde: La semana que viene ya tendría datos de la cuenta de Ríos en los Estados Unidos. En cuanto sepa algo, los llamo.
Eran poco más de las 11 de ese 7 de septiembre de 1999.
Durante las semanas siguientes, Duhalde no llamó. Fuimos nosotros los que requeríamos novedades periódicas a sus colaboradores, quienes nos repetían: “Dice el gobernador que cuando tenga informaciones se comunica”.
Le contamos lo que nos había dicho a Cristina Robledo, la viuda de José Luis, y a sus padres. Y empezamos a evaluar la posibilidad de romper el off the record y llevar lo que decía Duhalde a la Justicia.
Octubre aceleró todo. La fiscal del caso, Analía Ávalos, elevó a la Cámara de Dolores su acusación contra los diez detenidos por el crimen. La Cámara, por su parte, abrió la etapa de presentación de pruebas, cuyo plazo vencía el 14 de ese mes.
Junto a nuestros abogados y los de la familia Cabezas tomamos la decisión de contar lo que sabíamos a la Justicia antes de que venciera ese plazo. Lo hicimos el miércoles 6 de octubre.
Antes, se hizo un intento final para lograr que fuera el candidato presidencial del peronismo quien se presentara ante los Tribunales.
Hubo una última comunicación telefónica con él:
Noticias: Nosotros no podemos esperar más, el último día para presentar las pruebas del caso es el jueves de la semana que viene.
Duhalde: Ya les dije, quédense tranquilos que yo me voy a ocupar. Mis abogados están trabajando en el tema. Pero entiendan que la campaña me quita muchas horas por día.
Noticias: ¿Y por qué sus abogados no se contactan con los de la familia Cabezas para llevar todo a Dolores hoy mismo?
Duhalde: Yo me voy a ocupar…
Noticias: ¿De las cuentas de Ríos en el exterior tuvo alguna novedad?
Duhalde: No, ninguna novedad. No tuve tiempo. ¿Hace falta que les cuente que no tuve tiempo para nada? Me estoy yendo ahora mismo a un acto. Ya les dije que me voy a ocupar.
Ese día, comprendimos definitivamente que Eduardo Duhalde no iba a hacer más de lo que había hecho, y que no estaba dispuesto a ir a la Justicia a contar lo que sabía. Oscar Pellicori, abogado de NOTICIAS y de Candela Cabezas, se comunicó con el juez de la causa, José Luis Macchi, para comprobar si el gobernador se había comunicado con él en los últimos días. Después de cortar con el magistrado, nos contó: “Le pregunté concretamente si estaba al tanto del tema del revólver y le anticipé algo, casi se cae de culo. Nos pidió que esta misma noche vayamos al juzgado a declarar para dejar constancia de todo lo que sabemos”.
Primero fuimos a los Tribunales y luego decidimos romper el off the record para revelar esa información que nos venía quemando.
El del arma es quizás el gran misterio que sobrevivió al juicio en el que los criminales fueron condenados. Se habló siempre de la existencia de dos armas calibre 32 (…). Sin embargo, el revólver que según los mismos “Horneros” usó el policía Prellezo para terminar con la vida de Cabezas, fue otro: lo recordaban por tener un punto rojo en la mira, como el que mencionó Duhalde en aquella charla reservada en la quinta de San Vicente. Esa arma nunca apareció.
Hasta hoy creemos que se trataba del revólver del que hablaba el gobernador. Pero este jamás fue llamado a declarar por la Justicia.