Contra los límites de la razón, los mitos existen. Borges, Perón, Maradona, Gardel. Este último tiene todos los componentes: una voz excepcional, una sexualidad difusa, una muerte espectacular, una supervivencia asegurada por esa voz con la que, dicen, “cada día canta mejor”.
La apuesta de este voluminoso álbum sobre su figura más que sobre su vida y su obra, era altísima y riesgosa. Por suerte, ocupó a dos veteranos de la mejor historieta argentina en su momento de esplendor. En el guión, Carlos Sampayo teje con maestría hilos bien mezclados –históricos, supuestos o inventados–, mientras José Muñoz le extrae un rendimiento extremo a su gran poder expresivo y expresionista, a partir de un cortante blanco y negro.
Uno de los tantos programas polémicos discute quién podría cifrar con más nitidez el “ser argentino”. Varios veteranos especialistas proponen la figura de “El Zorzal”, con bemoles varios. Un espectador lo mira desde su casa y piensa que él lo conoció. Allí se salta al presente vivo de Gardel, para mostrar cómo un compositor y cantor que cree poder, si no igualarlo, al menos proveerlo de nuevos temas, lo persigue. Primero con calma, después con el propósito de matarlo, envidia mediante.
Los valores de una gran historieta, más que de una “novela gráfica”, refulgen en esta obra. La investigación de época, lejos de la frialdad de la arqueología, levanta una versión personal del presente desaparecido. El modo de saltar en el tiempo y entre personajes tiene la marca inconfundible de un modo expresivo único, equidistante tanto del cine como de la literatura o hasta del teatro. La combinación de imágenes y palabras (unión que no sólo expresa diálogos, sino también pensamientos caóticos y anónimos) construye una imagen renovada de Gardel, donde entran la madre, los amigos, la distancia con que se mantenía en un centro inmóvil, que en parte fue origen de su mito.