Fabián Casas hizo su primera, casi secreta fama, con dos brevísimos libros de poesía, “Tuca” (1990) y “El salmón” (1996), donde la brevedad se combinaba con una gran contundencia para la expresión poética de la experiencia. Después participó de una revista, “18 whiskys”, de brevísima duración, pero con largas repercusiones en el tiempo, en parte por ser eso que llaman “generacional”.
Los últimos cinco o seis años lo convirtieron en una figura de presencia cada vez más firme y más amplia. Además de lanzarse a la ficción o la prosa, con “Ocio” (2000), y los relatos de “Los Lemmings y otros” (2006), opinó con humor, filoso y sentido crítico sobre libros, música y fútbol. Para redondear el asunto, obtuvo este año el premio de la fundación alemana Anna Segher.
“Ensayos bonsai”, que recoge buena cantidad de ese material divertido y vigorosamente polémico, es su libro más extenso. Va dibujando además, en solapa y contratapa, ese perfil sintético, “para los medios”, que todo quien empieza a figurar (honesta o espuriamente) inspira: se lo denomina creador del “boedismo zen”, se lo llama “sensei”. Incluso goza hoy de la confirmación de una nota ácida de alguien ya famoso (Alan Pauls en la revista “En otra parte”).
El volumen es una muestra variada de las mejores virtudes de ese género tan esquivo: el ensayo. Hay un poco de todo: bajadas de caña (a la segunda etapa de los Redonditos de Ricota, a la “sanata” con Osvaldo Soriano, a Pekerman como entrenador de la Selección), homenajes (a Ricardo Zelarrayán, a los Beatles, a Joan ManuelSerrat) y una seguidilla de notas sobre el Mundial (pero que conviene leer aún no siendo futbolero).
Como en los buenos ensayistas (el americano Gore Vidal, Alberto Giordano, Truman Capote, Edgardo Cozarinsky, D. H. Lawrence) hay mucha salsa personal: el padre, la madre, el hermano menor, el barrio, los amigos, se van filtrando en todo. Y un tono preciso, que en este campo suele ser lo principal. Puede haber manía, muerte, enojo, euforia, ritmo, pero cada uno de esos rasgos es un camino de acceso al mundo pintoresco de quien escribe, que pasa de inmediato a ser el mundo pintoresco del que lee. Algunos textos son excelentes críticas, al margen de que se comparta o no la opinión: sobre Eliot, sobre Andrés Caicedo, sobre Daniel Durand.
Tres ventajas le dan un pique adicional a Fabián Casas: el sentido del humor, la puntería para elegir las citas, y, no por último menos importante, ser poeta. Las cosas se ven desde otro ángulo.