Una de las pocas cosas buenas que hizo Carlos Bianchi antes de renunciar fue bajarse el sueldo a casi la mitad: había firmado por 1.700.000 dólares hasta el 2012. En ese sentido, su renuncia fue un alivio.
El horno del club no estaba para bollos: Boca Juniors había declarado, en el último ejercicio, un déficit de casi 11 millones de pesos y un pasivo de 135 millones. Hasta el presidente, Jorge Amor Ameal –que confesó no entender nada de fútbol y que se encontró con el cargo sólo por la repentina muerte de Pedro Pompilio– debió sincerar la crisis: “Hay que pesificar los contratos”.
Pero a la encrucijada financiera, Ameal le sumó su propia debilidad política y falta de peso en la feroz interna del club. Trató de ganarse a la hinchada colocando a Bianchi de manager, pero en esa misma jugada terminó desplazando del manejo del fútbol a dos dirigentes que venían desde la época de Mauricio Macri, los más influyentes: Juan Carlos Crespi –secretario general del sindicato de petroleros, muy vinculado a las barras– y José Beraldi –de Transportes Beraldi S.A. una de las transportadoras de combustibles, asfaltos, sustancias químicas y productos secos a granel más importante del Mercosur–. La llegada de Bianchi, automáticamente, les limó la influencia a Crespi, que pasó a representar al club en la AFA, y a Beraldi, que quedó a cargo de la remodelación de la Bombonera. Simultáneamente, se agrandó el peso de Marcelo London, un oscuro dirigente que se convirtió en el ladero preferido de Bianchi dentro y fuera del vestuario. Encargado, además, de las gestiones para conseguir los urgentes refuerzos que precisaba el plantel y reclamaba Basile. El manager siempre desmintió que su hijo Mauro, representante de futbolistas, hiciera negocios con Boca durante su gestión. Sin embargo, una de la pocas incorporaciones al club fue Matías Giménez, ex mediocampista de Tigre, representado por Mauro Bianchi.
Bianchi vs. Basile. Cuenta un directivo que extraña a Macri: “Cualquier negociación para incorporar a alguien en Boca tiene que contar con la venia de (Juan Ramón) Riquelme o de (Martín) Palermo. Son los viejos los que manejan el plantel, lo hicieron con (Alfio) Basile y lo iban a hacer con Bianchi. Por eso no agarró. Lo pusieron contra la pared”. Riquelme en sí mismo es una metáfora: lo fueron a buscar a Europa por 12 millones de dólares y se les transformó en un boomerang, él aprueba o desaprueba a los juveniles. “Si él juega, el equipo rinde y cuando se lesiona, todos lo extrañan”, ilustra un directivo.
Por eso también huyó Basile, incapaz de hacer que el equipo funcionara en la cancha y harto del propio Bianchi. Dicen que luego de la derrota ante River en Mar del Plata, los dos tuvieron un encontronazo en los vestuarios: “Por eso a vos no te quiere nadie en el ambiente del fútbol”, le habría espetado el Coco a Bianchi después de que este le prometiera que no aceptaría reemplazarlo si renunciaba. Basile no le creyó: había escuchado que, a sus espaldas, Bianchi trabajaba por su destitución.
La relación entre Bianchi y Basile siempre fue tirante. Jamás tuvieron la menor sintonía. El Coco le bajó uno a uno los refuerzos que le proponía el manager: Leandro Desábato, o el mismísimo colombiano Breyner Bonilla, fichado por el propio Bianchi y que recién debutó en el superclásico versión mendocina. Sólo se pusieron de acuerdo en la llegada de Matías Giménez a cambio de un millón de dólares. Basile ya sabía que había perdido el apoyo en las oficinas de la Bombonera: estaba más preocupado por convencer a Bianchi de que se calzara el buzo que de su propia gestión. Se sintió con fecha de vencimiento, y por eso apuró los plazos. Esa aceleración terminó siendo una jugada maestra: su huida cambió el centro de atención, que pasó a ser el propio Bianchi. En Mendoza, un cónclave de dirigentes, Ameal, London, Beraldi, Crespi, y Horacio “Cholo” Palmieri, –otro histórico que responde al radical cobista Enrique “Coti” Nosiglia– le hizo la propuesta oficial para que se hiciera cargo del equipo. Al ver cómo se comportaba el nuevo Cabaret y un plantel dominado por los “viejos” en franca decadencia, Bianchi optó por rechazar la propuesta que era “técnico o nada”. Nada. Pese a que su mujer, Margarita, le había dado el visto bueno. Fue entonces cuando los dirigentes le empezaron a pasar las facturas: fracasó en la repatriación del arquero Roberto Abbondanzieri, quien resultó un fiasco caro; se desentendió de la renegociación de los contratos de los principales referentes, como el propio Palermo o Hugo Ibarra (que se quedó en el club por la insistencia de Basile) y tampoco consiguió que los refuerzos traídos a mitad de año prestigiaran al plantel (por ejemplo, el del uruguayo Adrián Gunino, que hasta ahora no convenció a nadie).
Alves vs. referentes. De todos los directivos que estaban en el salón del hotel mendocino donde se alojaba Boca, Bianchi sólo confiaba en London y Ameal. “Me traicionaron bastante”, fue la explicación que dio a sus íntimos para justificar su intempestiva salida del club.
¿Cómo queda Boca? El plan para efectivizar al histórico entrenador de la reserva, Abel Alves, se convirtió en el Plan A de Ameal para sostenerse en el poder. Alves es una suerte de mascarón de proa para potenciar a los jugadores salidos de las inferiores y un tiro por elevación a los caudillos del plantel, quienes ya saben que el nuevo entrenador preferirá darle todos los minutos que le hagan falta a un pichón de crack mientras los costosos veteranos no respondan con goles y buenas actuaciones.
Que el máximo dirigente de Boca haya hablado a la prensa en soledad habla a las claras de los cortocircuitos internos que vive el club. El temor de los hinchas es que los cortocircuitos internos lleven a una “aguilarización” de Boca, término acuñado en algunos foros partidarios en referencia al ex presidente de River que hundió a su club. Si bien la situación económica de Boca está a años luz de la que sufren los “millonarios” –entre otras cosas, porque casi todo el plantel xeneize le pertenece en un ciento por ciento a la institución–, el club necesita sí o sí un éxito deportivo importante para bajar los decibeles de la pelea interna. Boca no jugará la Copa Libertadores, por lo que su gran objetivo es el Clausura.