Cada vez que los medios lo critican por algo, a Mauricio Macri se le transforma la cara. Y enfurece. “¿Quién es el culpable, quién es el culpable? Alguien filtró la información”, brama ante sus íntimos, acostumbrados al pánico mediático que padece el jefe de Gobierno porteño desde que su nombre y la política caminan de la mano.
La estrategia comunicacional de Macri siempre estuvo ligada a su fobia mediática, pero se acentuó cuando asumió al frente de la ciudad de Buenos Aires: cada vez que Macri y su equipo de colaboradores toman conciencia de que una obra va a tener un rebote negativo en los medios, no dudan en dar un paso atrás, sin importar siquiera quedar en ridículo.
Sucedió, por ejemplo, hace algunos días en el Parque Chacabuco. Ante el asedio de 15 vecinos y un notero del programa “Caiga quien caiga”, Macri suspendió obras de ascenso y descenso en la Autopista 25 de Mayo. “Les pido disculpas a los vecinos”, fueron las palabras del jefe de Gobierno. “Lástima que esto costó 4 millones y medio”, balbuceó contrariado. Se trataba de una obra reclamada históricamente por otros vecinos que tienen la autopista cerca, pero que sin rampas para acceder a ella no les sirve para nada.
No era la primera vez que Macri daba marcha atrás. El temor al escrache mediático es el que parece marcar su ritmo de la gestión.
Ataque de pánico. Quince días antes de asumir la jefatura porteña, Macri sintió la fobia en sus espaldas. Luis Rodríguez Felder, por entonces su futuro ministro de Cultura, se despachó contra las vanguardias, el arte conceptual y la obra del artista León Ferrari. Las críticas arreciaron y Macri no lo dudó ni un segundo: lo bajó a Felder antes de asumir. El líder del PRO sabía que sostenerlo en su cargo implicaba una lluvia de reproches mediáticos que nunca pudo soportar, ni cuando el barro de la política era un horizonte lejano entre sus preferencias.
Nicolás “Nicky” Caputo también sabe de las contramarchas de su amigo Mauricio. Cuando el 15 de enero pasado el Gobierno porteño publicó en el Boletín Oficial la incorporación como personal de planta ad honorem de “Nicky”, la tormenta mediática no tardó en llegar. ¿Cómo el jefe de Gobierno designaba a su mejor amigo y socio, y uno de los principales contratistas de la ciudad? El interrogante es bien acertado, pero para qué se arriesga a los papelones alguien que como él es tan sensible al escarnio mediático. El final ya se conoce: el nombramiento duró una semana. Claro que “Nicky” no necesita un cargo en planta para continuar asesorando a su amigo.
La increíble obsesión de Macri sumó varios capítulos más, algunos irrisorios. El contracarril que intentó implementar en la Avenida Rivadavia –para evitar el corte de calles provocado desde que se incendió Cromañón– duró sólo tres horas. Cuando los medios desnudaron que los colectivos no llegaban a doblar, el macrismo retrocedió y nunca más se supo de la medida. También dio un paso atrás con el cierre del canal Ciudad Abierta cuando algunos intelectuales se le colgaron de la yugular. Además de dar marcha atrás con las obras de Parque Chacabuco, clausuró otra obra en marcha en Mario Bravo y Sarmiento, en el barrio de Almagro. Todavía no sabe qué hacer con la ley de soterramiento del cableado en la ciudad: ahí el pánico se multiplica porque se imagina que todas las empresas de cable lo harían sufrir con sus canales de noticias por los costos de tal obra. Y tampoco avanzó con la licitación de la cartelería pública, que sigue en manos de Enrique “Pepe” Albistur, el polémico secretario de Medios del kirchnerismo de gran influencia por su caja publicitaria en varios medios que le harían la vida imposible al pobre Mauricio.
Tampoco se decide con los baches, con la policía porteña y con la calle cortada del boliche Cromañón. La idea de Macri era sacar el santuario de Bartolomé Mitre, pero quedó en medio de la puja entre vecinos a favor de la liberación para el tránsito y familiares que se oponen. Para el bacheo, lanzó una campaña publicitaria con los trabajos que se hicieron y los que aún faltan: los afiches del PRO increíblemente festejan que se taparon 6.000 baches, pero sobre un total de 17.400, es decir, que a Macri le falta hacer dos tercios de la tarea que promociona. Y la policía porteña, después de pelearse con el Gobierno nacional por el traspaso de la Federal, no sabe cómo la va a implementar.
Otro caso polémico es el del Instituto de la Vivienda de la Ciudad (IVC), el primer escándalo del macrismo retratado en NOTICIAS en su edición del 12 de abril: habían designado a un director sin experiencia en el tema, y con abundante personal y poder de caja. Allí, la fobia a la prensa desnudó hasta dónde es capaz de llegar el jefe de Gobierno: atormentado por la posibilidad de una escalada mediática del escándalo, contrató a un consultor experto en crisis para que frene cualquier tipo de información negativa. A las pocas semanas, el especialista huyó despavorido.
Loco por la imagen. Hace años que el ecuatoriano Jaime Durán Barba es una de las piezas clave en la estrategia comunicacional de Macri. Desde que lo conoce, padece como los demás la fobia a los medios que persigue como un karma al jefe de Gobierno. En marzo, cuando estalló el conflicto entre el Gobierno nacional y el campo, el ecuatoriano no dudó un segundo en sus consejos. “No te metas con el tema del campo, no lo capitalices, vos seguí con lo local”, le dijo a Macri. El mandamás de la ciudad tenía temor de cómo la guerra gaucha podía impactar en forma negativa en su imagen. Cuando el conflicto se instaló de manera definitiva en los medios, el jefe de Gobierno no pudo hacerse el distraído, y buscó asesoramiento en Felipe Solá, el ex gobernador bonaerense.
Semanas atrás, un conocido encuestador comprobó lo pendiente que está el jefe de Gobierno porteño de la opinión pública: le acercó números que le daban 58% de aprobación a él y diez puntos menos a su gestión en la ciudad. Macri se quejó, como si supiera que esas estadísticas eran negociables. “No, no, bajame la imagen del Gobierno, yo tengo que estar veinte puntos arriba. Bajá la gestión a 40 ó 42, y a mí dejame en 60”, le dijo como quien atina a dar una orden. El encuestador, que también trabaja para la Casa Rosada, se rió: “Al final, sos igual que Kirchner”. Le importaba más su popularidad personal que la del gobierno que encabeza, y los medios parecen marcarle la agenda.
No es un mal menor para alguien que aspira a la Casa Rosada.