Había una vez una chica buena y modosita, con trenzas y todo, lentes de vidrio de sifón y boca electrificada de brackets. Le decían Patito Feo. Había también una vez una chica perversa y pendenciera, pero monísima. La llamaban Antonella. En cualquier cuento de hadas que se precie, el público haría fuerza por la heroína desvalida. Pero esto no es un cuento, sino una de las ficciones más exitosas entre el público preadolescente –en el debut de su segunda temporada, por Canal 13, de lunes a viernes a las 18, llegó a marcar 14,9 puntos de rating– y esto no es la Europa del siglo XVIII. Quizá por eso nada funciona aquí como en el esquema del cuento clásico ni tan siquiera como en “Betty, la fea”, exitosa telenovela de la que Patito es una suerte de versión teen. Aquí, como reza el estribillo de la canción que popularizaron la pérfida Antonella y sus secuaces, “mandan Las Divinas”. Aquí, un look mal elegido, unos dientes desparejos o un par de kilos de más pueden ser el pasaporte a las burlas, primero, y al aislamiento, después. Aquí se discrimina ya no sólo a las no tan “divinas”, sino también a una mujer que –como sucede con la madre de Patito en esta segunda temporada– engorda a raíz de un embarazo y desde entonces no deja de ser hostigada por las dueñas de la moral fashion. Aquí la segregación deviene en modelo estético –lo popular vs. lo divino–, y se corea “Fuera feas, fuera feas/ para ustedes no hay lugar” con la tranquilidad de quien entona la “Canción de la Alegría”. Aquí los teatros se vienen abajo no cuando Patito y sus amigas (las “populares”) salen a escena, sino cuando la antagonista –una asquerosita de manual encarnada maravillosamente por la actriz Brenda Asnicar– impone sus mohines y la tribuna de hasta 15 años de edad la aplaude, grita “¡Anto diosa!” y dispara las cámaras de sus celulares. Aquí, en la Argentina, es también un secreto a voces que en Ideas del Sur sonó la señal de alarma. El método Cenicienta empezaba a hacer agua. Por más que la corrección política indique que la admiración debe reservarse para la protagonista de anteojos telescópicos, las chicas opinan otra cosa. Y, se sabe, el cliente siempre tiene la razón. Tal vez por eso, esta temporada, en la novela más vista por telespectadoras en plena edad de los granitos, las pilosidades incómodas, las lolas a medio leudar y complejos por el estilo, la discriminación –por peso, por look, por fama– campea y se vuelve más evidente que nunca.
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