Según quién responda, Elvira González Fraga (66) es la secretaria, la última compañera, la presidenta de la fundación Sabato. O su viuda.
No se casaron, aunque Ernesto Sabato quiso: “Es Elvira quien desde hace años no ha aceptado. Calla, como siempre, las veces que se lo he pedido”, contó él cuando acababa de cumplir 93. La quería y la necesitaba: cuando la vista le impidió leer, ella se transformó en la mediadora entre el célebre escritor y la literatura. “En estos años dolorosos y finales de mi vida, muy a menudo recaigo en sombrías tristezas. Elvirita de mil maneras me ha rescatado, muchas veces leyéndome cuentos y poesías que me llevaron lejos”, dice en el prólogo de la selección “Cuentos que me apasionaron”, publicada en 1999. Lo escribió ella misma, dictado de la boca de Sabato en la casona de Santos Lugares.
“Tenemos una relación armoniosa, pero no me parece elegante hablar de su relación con mi padre”, aseguró Mario Sabato. Tampoco Elvira quiso hablar con NOTICIAS: “Estoy muy triste y todavía no es el momento”, se excusó. Fue una presencia constante durante las últimas tres décadas e incluso se mudó allí durante algunos años. “No diría que la relación entre ellos era romántica”, relativiza un hombre que fue cercano. Los amigos se resisten a pensar en ella como la mujer de Sabato y remarcan que no convivió con él durante su agonía. Se ocupaban de su cuidado dos enfermeras y Gladys, la histórica mucama que seguirá viviendo en la casa de Severino Langeri 3135 cuando se convierta en museo.
Elvira tenía 35 años cuando empezó a trabajar para el escritor, que entonces ya había publicado sus mejores obras y le doblaba la edad. Desde una habitación de esa misma casa llevó su agenda, ordenó sus papeles y organizó la edición de su trabajo. A fuerza de confianza y permanencia, se volvió parte de la dinámica familiar: fue ella la que le comunicó la noticia de la muerte de su hijo Jorge Federico, víctima de un accidente en 1995. Elvira atravesó con él sus momentos de mayor depresión. Se sentaban juntos en el jardín y, entre magnolias y cipreses, ella le hablaba de Cristo para aliviar su dolor. Ya estaba avanzada la enfermedad de su esposa, Matilde Kusminsky. A su muerte en 1998, Sabato desarrolló con su asistente una dependencia total. La llamaba “Elvirita” y pedía a los gritos por ella cuando la perdía de vista. Le dictó sus últimos textos y no son pocos los que sospechan que sus publicaciones de los años finales tienen tanto de él como de ella. Sabato hizo un testamento en el que le dejó el 20 % de sus bienes, todo lo que la ley permite fuera de los herederos forzosos. Pudo haber sido más si ella hubiese aceptado su propuesta de casamiento. Pero siempre le dijo que no.
El rol de Matilde. En rigor, Sabato se casó dos veces. Se acercaba a los 80 cuando quiso que su unión con Matilde fuese también religiosa. Inspirado por sus charlas con el cura Jorge Casaretto en la diócesis de San Isidro, le pidió que los casara en el jardín de su casa. El escritor eligió la música y quiso que sonara Wagner. De la ceremonia participaron unos pocos amigos, sus hijos y los nietos. Nadie recuerda si estuvo también Elvira.
La enfermedad de Matilde fue una tragedia para el escritor y agudizó su tendencia a la tristeza. Dejó de compartir la habitación con su mujer. La actriz China Zorrilla le regaló un televisor para distraerla y Sabato miraba con ella novelas. “Hubo una brasileña que a él le gustaba mucho”, recuerda su hijo Mario. Cuando perdió la conciencia, el escritor pasaba largas horas tomándole la mano y hablándole como si fuese un bebé. “Desde que enfermó Matilde, Elvira ha sido para mí la persona en quien he volcado mi desazón y mi angustia. En este tiempo de dolor, sin el apoyo y la fe de Elvirita, me hubiera muerto”, dijo en sus memorias, tituladas “Antes del fin”.
Matilde había sido su compañera durante más de 60 años. Corregía con lápiz los borradores de su marido y más de una vez tuvo que rescatar papeles del fuego cuando Sabato se empeñaba en destruir su obra. Lo protegió siempre de la angustia que le generaba su necesidad de aceptación: fue ella quien pasó a retirar el manuscrito de “El Túnel” a la editorial Sur, que lo rechazó una vez antes de publicarlo. Él no se había atrevido.
Era un hombre frágil. Una anécdota muchas veces repetida asegura que en una cena, Matilde hizo circular entre los invitados un papel pidiendo que hablaran de Ernesto porque estaba triste. “Era más sincero que el resto de los hombres y transparente en su necesidad de que le demostraran cariño”, admite su hijo Mario. Elvira vino a suplir a Matilde en ese cuidado: “Vos sos un violento entramado de ternura. Si no, la gente no te hubiera demostrado tanto afecto”, interrumpía hace cinco años en una entrevista que el escritor le daba a su amiga Magdalena Ruiz Guiñazú.
La herencia. Sabato no dejó dinero. La enfermedad de su mujer primero y los largos años de propia agonía dilapidaron su capital y su sepelio lo pagó la Municipalidad de Tres de Febrero. “Sabato fue siempre pobre. Cuando tenía plata, la donaba. Los últimos años sobrevivió gracias al apoyo que pudieron darle amigos como el rey Juan Carlos de España”, asegura un hombre muy cercano. En el 2006 fue víctima del llamado “robo del siglo” en el Banco Río de Acasusso, pero de la caja de seguridad violentada no se habrían llevado efectivo sino manuscritos originales que atesoraba Elvira fuera de la casa de Santos Lugares. Ni ella ni la familia del escritor aceptaron hablar nunca del tema.
La herencia es cultural: los derechos de autor, textos inéditos y la totalidad de su obra pictórica, que nunca quiso exhibir y que vendió de forma excepcional, acosado por alguna penuria económica. Hasta ahora, ese patrimonio había sido manejado por Elvira, que ahora podrá disponer del 20%. El resto será para la familia, que planea crear la Fundación Amigos de la Casa de Ernesto Sabato para restaurarla y abrirla al público. “La idea es que allí siempre viva un Sabato y que las nietas hagan las visitas guiadas a su biblioteca”, adelantan. Sin embargo, ya existe una Fundación con el nombre del escritor, que recibió en el 2005 un aporte de $ 1.500.000 de manos de Cristina Fernández de Kirchner, entonces Primera Dama y senadora. “Es un intento de sumarnos al gran movimiento mundial que lucha por salvaguardar los valores que engrandecen a la humanidad”, dice la carta de intención que firma Sabato junto a Elvira, presidenta de la Fundación. Ni el hijo ni ningún otro miembro de la familia ocupan un lugar en esa estructura.