Pone y saca técnicos. Lo consultan hasta cuando no juega. Su relación con Carlos Ischia.
Por Alejandro Casar González
Boca vive un fin de año turbulento. Cuando parecía que la Copa Libertadores ganada en junio traería un bálsamo de tranquilidad, la derrota en la final del Mundial de Clubes revivió viejos fantasmas. Y se deglutió a un técnico, Miguel Ángel Russo. Encima, cambió rey (Mauricio Macri) por alfil (Pedro Pompilio), y su nueva pieza fuerte pasó a ser Juan Román Riquelme, el líder que importa hasta cuando no juega.
Todo lo bueno que Boca hizo en el 2007 fue gracias a Riquelme. Si algunos decían que los dos millones de dólares que Macri había pagado al Villarreal por cuatro meses de préstamo era una fortuna, la obtención de la Libertadores acalló a los detractores. Con JR como genio, su figura se acrecentó al nivel de mito, al extremo de convertirse en el jugador franquicia del equipo, el símbolo.
Ahora bien, semejante revuelo en torno a un jugador de fútbol —eso es, en definitiva, Riquelme— se tradujo en entrevistas a toda hora, y en Riquelme teniendo la batuta dentro y fuera de la cancha. A tal punto creció su importancia, que cuando el equipo viajó a Japón para jugar la final del Mundial de Clubes, la opinión del enganche —que no pudo ser inscripto para la competencia— fue incluso más valorada que la del propio entrenador (Miguel Ángel Russo). En el mismísimo hotel de Yokohama y con el traspié consumado, JR fue más que claro: “Sería una falta de respeto pensar en cambiar a estos jugadores y a este cuerpo técnico por un partido. Hace menos de seis meses ganaron la Copa Libertadores”. Sin embargo, el mensaje no caló demasiado hondo. Pese a la importancia “riquelmeana”, Pompilio ya tenía la decisión tomada: pedirle a Russo el despido de Guillermo Cinquetti (preparador físico) como condición para que siguiera en el club. Acto seguido, la comisión directiva fue a buscar al candidato de todos: Carlos Bianchi. La negativa del Virrey demostró que no había plan B. El técnico más ganador de la historia reciente de Boca les dio una idea —¿se las habrá cobrado—: Carlos Ischia, lo más parecido a Bianchi en la forma de pensar-ver-jugar al fútbol. Pero claro, mucho más barato. De la manera en que el nuevo DT de Boca encare la relación con Riquelme, dependerá su suerte. Los últimos dos (Basile y Russo) fueron permisivos. Tal vez, en exceso.
Chispazos. Ante el evidente cortocircuito entre la dirigencia y el actual líder del grupo (como ocurrió hace unos años con Mauricio Macri cuando Riquelme le regaló el famosísimo “Topo Gigio”), la pregunta es obligada: ¿cuán importante es un jugador como Riquelme? Ricardo Rubinstein —médico psicoanalista y director de Sportmind—, una consultora especializada en psicología del deporte, explica: “Las derrotas deportivas llevan a un conflicto de poderes en un equipo. Y si encima se descabeza al técnico, como ocurrió en Boca, el grupo termina necesitando sí o sí la presencia de un líder”. Este líder, propulsado por el resto del grupo, “es aún más importante que en condiciones normales, porque el resto del grupo está golpeado y necesita alguien que, por prestigio o por ascendiente sobre el resto de los jugadores, pueda cargar con la presión”, concluye Rubinstein, que además es psiquiatra de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA).
Desde que se supo de la salida de Miguel Ángel Russo, el vocero del plantel fue Juan Román Riquelme. Por decisión propia o no, lo cierto es que habría tumbado a quienes eran número puesto por la dirigencia para hacerse cargo del equipo: Guillermo Barros Schelotto y Diego Cagna. Eso sí, en cuanto sus preferencias tomaron estado público, Riquelme reculó y las negó: “Me molesta que digan que yo le dije que no a la llegada de Guillermo o Cagna. Quiero aclararlo para que no se confundan las cosas”.
Palitos. En medio de la tormenta, vale la pena rescatar los privilegios de Riquelme en Boca: es el jugador mejor pago del plantel (cerca de 310.000 dólares mensuales. Ver infografía); dentro de la cancha, juega “de lo que quiere” y es amo y señor para correr o no. Riquelme resulta ser —en términos futboleros y no tanto— el dueño del equipo. Y eso se nota hasta en las declaraciones.
“Siempre hay un liderazgo claro en un equipo de fútbol. Muchas veces es operativo, como en el caso de algunos jugadores que representan la ‘voz’ del entrenador dentro de la cancha”, detalla el psicólogo Rubinstein. La función le cae perfecto a Riquelme, que suele gritar y arengar a sus compañeros mucho más de lo que él mismo corre. La historia reciente no habla demasiado bien del Riquelme-líder: indicado por muchos como el gran responsable de haber catapultado al Villarreal español a la cima del fútbol europeo, volvió más tarde de lo previsto por el club de las vacaciones navideñas y se enemistó para siempre con Manuel Pellegrini, su técnico. “Riquelme se creyó más importante que el club”, le dedicó el chileno. Ahora, resta saber qué clase de Riquelme importó Boca para su versión 2008. Si el “bueno”, que le hacía ganar partidos y callaba cuando debía, o el “malo” del Villarreal, peleado con técnicos y dirigentes y caprichoso. Por su importancia dentro y fuera de la cancha, de eso parece depender el futuro de Boca.