Como casi todo buen periodista, Juan Pablo Varsky es un buen entrevistado. Y no sólo a la hora de hablar con voz firme y clara frente al grabador, también al momento de recibir a sus ocasionales visitantes, de prestarse a la sesión de fotos y de ayudar a crear el clima para la charla. Mientras ofrece y prepara café, se lo nota distendido y relajado: acaba de volver de su clase semanal de gimnasia “energética”, una de las actividades que comparte con Silvina, su mujer y madre de Valentín, el hijo que ambos tuvieron casi cinco años atrás.
En su cómoda casa en un country de zona norte, Varsky cuenta que su profesión (que hoy lo encuentra conduciendo “No somos nadie” en la mañana de radio Aspen, trabajando en “Fútbol de Primera” y escribiendo una columna para La Nación), empezó casi por accidente. Aunque sus amigos –gracias a su fanatismo por datos como “el nombre del 17 de Irán en el Mundial 78”– le pronosticaban que terminaría siendo periodista deportivo, el adolescente Juan Pablo tenía otros intereses: le gustaban la política y la economía, “tenía el delirio de ser ministro”, y para estudiar dichas ciencias se inscribió en la facultad. “Pero como también quería entrar gratis a la cancha –cuenta–, le pedí a mi vieja, que trabajaba en VCC, un carnet de periodista.”
Noticias: ¿Ese fue el puntapié inicial?
Juan Pablo Varsky: Sí. La credencial no me sirvió, pero mi vieja me dijo que había una vacante para una asistencia de producción. Yo era cadete en una productora de espectáculos que manejaba la carrera de Maxi Guerra. De hecho un día tuve que ir a laburar a la planta de Ford con un auto chocado por Maxi y decir que lo había chocado yo, el cadete. . . Entonces empecé a trabajar y descubrí que el periodismo era mi vocación.
Noticias: ¿Recordás tu debut al aire?
Varsky: Tenía que decir un speech de un minuto y medio: lo memoricé, y cuando tuve que hacerlo tardé tres horas, un desastre. Encima los técnicos no me podían decir nada porque yo era el hijo de la directora.
Noticias: ¿Ya habías abandonado la facultad?
Varsky: Todavía no. Hasta el 90 trabajé y estudié, y en el 91 el cuerpo me mandó un aviso: tuve mononucleosis. Entonces descubrí, en terapia, que tenía que decirles a mis padres que quería dejar la facultad, y a partir del 92 me dediqué sólo a esto.
Después de participar en Super Sport (un programa de Telefe que “de los 25 puntos de rating de Francella caía a 5”), a Varsky le llegó la oportunidad de trabajar en Canal 13, en donde revolucionó la forma de comentar fútbol en noticieros. Luego se mudó al canal América, y en 2001 empezó a conducir, junto a Matías Martin, “Basta de Todo”, el programa radial con que empezó a alejarse del periodismo deportivo.
Noticias: ¿Cómo te sentís haciendo periodismo general?
Varsky: Siempre me apasionaron la política y la economía. Y creo que es fundamental ponerle un marco teórico. Que no hay que ir siempre detrás de comentarios indignados como “qué barbaridad, qué desastre”. Un buen periodista es el que fundamenta sus puntos de vista. Y hoy veo demasiada pereza, inclusive en tipos grosos. Yo quiero pensar, no quedarme con lo que digan Mabel de Quilmes o Mario de Palermo.
Noticias: ¿A qué periodistas te referís?
Varsky: No doy nombres, pero está claro quiénes son los que piensan que el oyente siempre tiene razón. Veo poco análisis. Por eso diarios como Perfil o Crítica brindan una herramienta más al lector. Yo cuido al oyente. Si no tengo nada que decir, dejo que hablen Lennon y McCartney.
Noticias: ¿Te sentís cómodo escribiendo para La Nación?
Varsky: Estoy contento, aunque no siempre esté de acuerdo con lo que publican. A veces los jodo, les digo golpistas, desestabilizadores. Los chicaneo con eso.
Noticias: ¿Volverías a hacer noticieros deportivos?
Varsky: Nunca más, me harté de querer saber un equipo el martes cuando juega el domingo, de darle importancia a una gripe de Verón, o a un dolor de uñas de Palermo, de todo lo que se infla en la semana.
Noticias: En “Basta de todo” hablabas mucho de tu hijo, que acababa de nacer. ¿Cómo sentís que te impactó ese vínculo?
Varsky: Creo que la vida se divide entre ser padre y ser hijo: te replanteás todo, cambiás conductas, hábitos. Estás obligado a ser mejor persona, a no trasladarle a tu hijo tus propios vicios. Es un desafío enriquecedor, muy estimulante para la cabeza, para el corazón.
Noticias: ¿Todo eso influyó en tu carrera?
Varsky: Mucho: nació Valentín y cada año hubo un hito profesional, que encadenado con el anterior y con el siguiente, llevó a la situación actual. Fue una revolución creativa. Por ahí estoy laburando y viene Valentín y me dice “quiero ver You Tube”, juego con él cinco minutos y vuelvo a laburar . . . Hay que estar a la altura de semejante desafío.
Noticias: El año pasado dijiste que estabas en un proceso de cambio. ¿En qué consistía ese cambio?
Varsky: Tuve una etapa de revisión. Sentía que todos estos hitos laborales contrastaban con muchas dudas que tenía, y me preguntaba: “quién soy, ahora qué”. Me ayudó mucho tratar el tema en terapia. Yo no estaba armado como para soportar ciertas cosas. No quería vivir sólo para laburar, ni que la única satisfacción fuera que alguien me dijera “te escucho siempre”.
Noticias: ¿Cómo se originaron esas dudas?
Varsky: Había conductas personales con las que no estaba de acuerdo. Era muy irritable, muy de decir “no soy yo cuando me enojo”, como el Increíble Hulk. Cosas que no ayudan a nada. No está muy bueno que mi hijo me vea tirar una raqueta por el aire, todo mal.
Noticias: Además de jugar al tenis, ¿qué te gusta hacer?
Varsky: Me gusta jugar al fútbol, salir a correr, hacer gimnasia. Y también me gusta mucho leer novelas. Hace poco descubrí a Haruki Murakami, y me parece un escritor increíble.
Noticias: ¿Es cierto que admirás al ex presidente chileno Ricardo Lagós?
Varsky: Sí, me parece un ejemplo de gestión. Y es un tipo impecable desde lo discursivo, con sentido común y generoso a la hora de dejar crecer a sus ministros. Ojalá tuviéramos un político así en Argentina. Es un tipo con carácter. Y yo creo que el respeto se impone desde el conocimiento, la autoridad, el liderazgo, no desde el temor. No hay que creer que por gritar te van a escuchar más.