Sería exagerado considerar que la abundancia de títulos con ribetes de “serie negra” significa un renacimiento de la novela policial como género. En realidad gran parte de las novedades vienen empujadas por algún éxito anterior: el “Código Da Vinci” procreó incontables tramas con sectas entre religiosas y satánicas; la minucia para describir partes del cuerpo violentadas proviene directamente de las exitosas series de “CSI” televisivas; Camilleri es un desprendimiento del tono de Vázquez Montalbán. Y así sucesivamente.
Por su decisión de estructurar, por sus códigos, la policial también alienta la puesta en duda, la parodia, la sobrecarga de experimentos textuales, de Robbe Grillet en adelante. Es más bien en este territorio donde se inscribe “Gallo”. Al principio todo parece más o menos claro y conocido: el investigador deteriorado pero tenaz, la trama que mezcla políticos con orgías y una muchacha desaparecida.
Pero ya en el estilo mismo hay una estudiada demora, un detenimiento en los infinitos detalles de la sordidez y las vidas paralizadas. A su vez un cinismo considerable, incluso una cansada aceptación de los límites de las relaciones humanas, sobre todo de pareja, inunda todo. Llega un momento en que es casi imposible no pensar en Juan Carlos Onetti, que también usó elementos policiales en novelas con otro calado. También como en él, las adolescentes tienen un papel central, empezando por la hija de Gallo.
Pronto la inserción de fragmentos donde figura el Escritor (así llamado), en ámbitos aislados como bosques y montañas, tratando de escribir esta novela, agrega el plano de la metaliteratura, o del relato que habla de su propia escritura. Un vínculo de unión entre las dos zonas es el moroso estilo ya mencionado. Como suele ocurrir en este tipo de experimentos, pronto lo lateral y cuantitativamente menor se va devorando la trama específicamente policial.
Yeyati decide no eliminar del todo los detalles claramente del género: un misterioso auto de vidrios polarizados, sucesivas mujeres, personajes secundarios recortados (un policía, un ayudante, un “colorado”), alguna muerte. Y acentuar a su vez los relumbres específicamente literarios: el clima agobiante de ambas zonas, que facilitan la mezcla; la referencia explícita a lo que “debería pasar” en una policial; y lo que en realidad pasa.
Como ocurre con las novelas de Onetti, hay que tener cierta paciencia entrenada de lector para otorgarle al autor las libertades imprecisas que se toma con los códigos de un género. Y si se ama ese género en sus mejores manifestaciones (Chandler, Hammett, Thompson), el resultado final del experimento puede sonar incierto, quedar un poco a dos aguas.
E. L. Yeyati vive en Nueva York. Su primera novela, “El juego de la Mancha” fue finalista en el concurso La Nación-Sudamericana de 2005. Es doctor en Economía y enseñó en las universidades Torcuato Di Tella de Buenos Aires y Pompeu Fabra de Barcelona.