Evita era una migrante más en Buenos Aires. Era parte de un proceso histórico que no la tuvo como protagonista sino como víctima. Una entre millones que habían dejado su tierra empobrecida buscando un horizonte en la gran ciudad que iba diversificando su economía. Gobernaba el país, gracias a un escandaloso y persistente fraude electoral, la más rancia oligarquía ganadera, que se desentendía de los dramas sociales de la mayoría de la población y se dedicaba prolijamente a aprovechar los beneficios colaterales de la crisis: compraba por monedas campos que antes valían millones; monopolizaba los créditos que los bancos oficiales les negaban a los chacareros, peones y trabajadores; rebajaba los sueldos de sus asalariados y aumentaba notablemente sus márgenes de ganancia, predicando el sacrificio ajeno “para salir de la crisis” y practicando el despilfarro gracias a aquel sacrificio.
Durante los primeros meses de su residencia en Buenos Aires, Eva vivía en una humilde pensión de la zona de Congreso. Como millones de argentinos que sobrevivían aquella “década infame”, su trabajo era buscar trabajo.
No tenía demasiados contactos, así que debía recorrer los cafés donde paraba la gente del ambiente y los teatros, en fin, el recorrido de los que deben pagar su derecho de piso. No quería trabajar en otra cosa; quería ser actriz y su persistencia rindió frutos: pudo ingresar a la Compañía Argentina de Comedias, que encabezaba Eva Franco y dirigía Joaquín de Vedia.
Evita había soñando muchas veces con aquella noche, la de su debut en un teatro porteño. Fue el 28 de marzo de 1935 en el Teatro Comedia, de Carlos Pellegrini 248. La obra era “La señora de Pérez”, de Ernesto Marsili. Eva hacía el papel de una mucama y mereció el comentario de Edmundo “Pucho” Guibourg en el legendario diario Crítica, donde señaló: “muy correcta en su breve intervención Eva Duarte”.
En Junín ya se hablaba de ella en el periódico local: “Nosotros, por nuestra parte, contentos de ver los exquisitos valores artísticos que surgen de nuestro ambiente, auguramos a esta señorita el más florido triunfo, y esperamos que su elogiosa labor y sus excelentes dotes personales se vean prontamente coronadas del meritorio éxito al que se hace acreedora.”
El tema excluyente en los cafés de Buenos Aires era “el debate de las carnes”, iniciado hacía unos meses cuando el senador santafecino Lisandro de la Torre denunció por fraude y corrupción a dos ministros del gobierno del presidente Justo –Federico Pinedo, de
Hacienda, y Luis Duhau, de Agricultura y Ganadería–, y por evasión impositiva y fraude al fisco a los frigoríficos Anglo, Swift y Armour. De la Torre probaba claramente el trato preferencial que recibían estas empresas, que prácticamente no pagaban impuestos y a las que nunca se inspeccionaba, mientras que los pequeños y medianos frigoríficos nacionales eran abrumados por continuas visitas de inspectores impositivos.
El debate era seguido con mucho interés por la gente, que agotaba los pases para presenciar las sesiones del Senado. La imagen del gobierno conservador estaba sufriendo un duro golpe. El alivio vendría de Colombia, más precisamente de Medellín. Un cable informaba que el 24 de junio había fallecido en un accidente aéreo Carlos Gardel. La trágica noticia desplazó el escándalo de las carnes de las tapas de los diarios.
Pero las denuncias de Lisandro continuaron y fueron subiendo de tono hasta que el poder corrupto decidió acallarlo. Un ex comisario, matón del Partido Conservador y hombre muy cercano al ministro Duhau, Ramón Valdez Cora, el 23 de julio de 1935 entró armado al recinto del Senado y en plena sesión disparó contra De la Torre, asesinando a su amigo y compañero de bancada Enzo Bordabehere. Era una muestra más de la impunidad de aquel régimen corrupto y fraudulento que gobernaba al país al margen de las leyes y la voluntad popular. La noche del crimen, el presidente Justo, lejos de decretar duelo nacional, concurrió a una función de gala del Teatro Colón a escuchar al tenor italiano Beniamino Gigli.
Mientras tanto, Evita estudiaba arte dramático en el Consejo de Mujeres y estrenaba “Cada hogar es un mundo”, de Goicochea y Cordone. Trabajó con Eva Franco hasta enero de 1936, aunque no la convocaron para todas las obras que representó la compañía. Tuvo dos pequeños papeles en “Madame Sans Gene”, de Victorien Sardou y Émile Moreau, y en “La dama, el caballero y el ladrón”, una comedia de Mateos Vidal estrenada en el Teatro Cómico. Cuenta Eva Franco que Evita recibía la mayor cantidad de flores al terminar las funciones: “La confusión provocó las bromas de todos los compañeros, que la apabullaron con chanzas de todo tipo. El incidente trascendió a la prensa y se dijo que yo me enojé y que quise despedirla de la compañía. No fue cierto pero debo confesar que no salía de mi asombro al ver cómo una jovencita recién iniciada en el teatro tenía ya tantos admiradores.”
Todos los teatros de Buenos Aires suspendieron sus funciones el 6 de febrero de 1936, cuando finalmente llegaron a Buenos Aires los restos de Carlos Gardel y dio comienzo su velatorio en el Luna Park. Al día siguiente, el cortejo fúnebre más sentido y multitudinario visto hasta entonces acompañó a contramano por la avenida Corrientes, que empezaba a dejar de ser angosta, los restos del Zorzal Criollo hasta la Chacarita.
Eva no quería acostumbrase a los papeles intrascendentes. Aspiraba a más, a ser primera actriz, cabeza de compañía, pero sus pequeñas intervenciones le permitían pagar su pensión, comer salteado y hacer lo que más le gustaba en la vida: actuar.
En mayo de 1936, con sus diecisiete años recién cumplidos, se incorporó a la Compañía de Comedias de Pepita Muñoz, José Franco y Eloy Alfaro, para una gira por el interior del país. El 22 de mayo debutaron en el teatro Odeón de Rosario con “Miente y serás feliz…”, de Arnaldo Malfatti y Nicolás De las Llanderas. Realmente “a pedido del público”, la compañía estuvo en Rosario hasta el 11 de junio, cuando los espectadores colmaron el teatro para ver “El beso mortal”, un melodrama moralista sobre las enfermedades venéreas, de Le Gouradiec, auspiciado por la Liga Profiláctica Argentina.
De allí partieron a Mendoza, luego a Córdoba y cerraron la gira nuevamente en Rosario el 14 de septiembre de 1936. Evita actuó en casi todas las obras, aunque la mayoría de las críticas la ignoraron. Su vida era la de una actriz de reparto: mal paga y, como el hilo se cortaba y se corta por lo más delgado, no cobraba si la recaudación era mala, comía mal y poco, ensayaba mucho y actuaba en varias funciones por día. (…)
En diciembre de 1936 se incorporó a la Compañía de Pablo Suero, que puso en escena “Los inocentes”, de Lilian Hellman. Viajaron a Montevideo y regresaron en enero del 37. Tras un nuevo período de inactividad, volvió a trabajar en marzo, dirigida por el notable Armando Discépolo en “La nueva colonia”, de Luigi Pirandello, en el Politeama de Corrientes 1478. En aquel homenaje a Pirandello en el primer aniversario de su fallecimiento, Evita interpretaba a Nela, una campesina que decía unas pocas frases en el tercer acto. Pese al prestigio de su director, la obra no tuvo éxito y Eva volvió a ser una desempleada.
El teatro fue la actividad cultural que más se resintió con la crisis económica: las compañías duraban una temporada y sólo estrenaban comedias ligeras y sainetes con bajos costos de producción. El teatro de revista mantenía su éxito en Buenos Aires, pero según los productores, Eva no reunía las condiciones exigidas por el género.
Vivía con lo justo y se alimentaba a mate cocido y bizcochos y algún que otro café con leche con medialunas.
El cine y la radio soportaron mejor la crisis y Evita consiguió un pequeño papel casi invisible en la película “¡Segundos afuera!”, dirigida por Chas de Cruz y Alberto Echebehere y protagonizada por Pedro Quartucci, Pablo Palitos y Amanda Varela. Ese mismo mes de marzo de 1937, se incorporó a la compañía “Remembranzas” de radioteatro en Radio Belgrano, en la obra “Oro Blanco”, de Luis Solá, adaptada por Manuel Ferradás Campos. Su tema era la colonización del Chaco y la lucha de los inmigrantes por la subsistencia contra los atropellos de los terratenientes de la zona.
El 5 de septiembre de aquel año unas fraudulentas elecciones dieron el triunfo al presidente Roberto Marcelino Ortiz, de origen radical antipersonalista. El candidato había sido proclamado en la Cámara de Comercio Británica de la Argentina. El binomio presidencial se completaba con el conservador Ramón Castillo y asumió el gobierno el 20 de febrero de 1938. Un día antes, Leopoldo Lugones se suicidaba en el Tigre, dejando inconclusa una biografía del general Julio Argentino Roca, el “conquistador del desierto”. Borges comentaría años más tarde: “Yo creo que empezar a escribir una biografía sobre Roca es un motivo suficiente como para llegar al suicidio.”
Mientras Aníbal Troilo “Pichuco” debutaba con su orquesta en el Marabú, estrenando “Mi tango triste”, Evita ingresaba a la compañía de Comedias y Sainetes de Leonor Rinaldi y Francisco Chiarmello, que puso en escena “No hay suegra como la mía”, de Marcos Bronenberg. La obra permaneció en cartel hasta marzo de 1938. Fue entonces cuando, gracias a su amiga Pierina ealessi, pudo incorporarse al elenco de “La gruta de la fortuna”, comedia de Ricardo Hicken que se estrenó en el teatro Liceo de Rivadavia y Paraná. Pierina recordaba así a la Eva Duarte de aquellos años: “Evita era una cosita transparente, delgadita, finita, cabello negro, carita alargada. Tenía un busto divino, como de mármol, pero le caía muy llovido, por su flacura; una vez me sacó las medias para abultarse un poco, ¡la pobrecita! Yo siempre le decía: ‘Alimentate… No te vayas a acostar tarde. No estás en condiciones de trasnochar’. […] Le pregunté si había trabajado alguna vez y me dijo que venía de una gira con Pepita Muñoz. La contratamos con un sueldo mísero: $ 180 por mes. […] En el teatro no se descansaba ningún día y los domingos hacíamos cuatro funciones. Eso era lo común en esa época. A la tarde tomábamos algo en el camarín. Evita tomaba mate, pero como era muy delicadita de salud yo le ponía leche en el mate. Era tan flaquita que no se sabía si iba o venía… Entre el hambre, la miseria y el descuido, tenía siempre las manos frías y transpiradas. Como actriz era muy floja. Muy fría. Un témpano. No era de esas muchachas que despiertan pasiones. Era muy sumisa y daba la sensación de timidez.
Lo llevaba adentro. Evita era una triste. Era devota de la Virgen de Iratí.”
El crítico Edmundo Guibourg la conoció por aquellos años: “Evita era una muchacha muy linda, simpática, enfermiza, de piel muy blanca, y ya por entonces había anuncios de leucemia en su físico. Teníamos una inmensa amistad porque ella se sentía protegida en un ambiente que no solamente la rehuía, sino que también la ofendía porque había tenido una vida bastante complicada y no se lo perdonaban…”
Todos los que la conocieron elogiaban su cutis, ignorando seguramente la anécdota que cuenta su hermana Erminda, referida a un grave accidente. A los cuatro años, Evita se quemó la cara con aceite hirviendo al volcársele accidentalmente una sartén. Al curarse, la piel de su rostro se tornó notablemente suave y blanca.
Evita pasó a la compañía de Camila Quiroga y debutó en “Mercado de amor en Argelia”, donde interpretaba a una odalisca.
En aquellos días la revista Sintonía convocó un concurso radial, al que Evita se presentó con su habitual entusiasmo. Allí conoció al director de la publicación, el chileno Emilio Kartulowicz, con quien viviría un complicado romance.
El 19 de septiembre de 1938 la revista de su novio le dedicó una doble página bajo el título “El credo amoroso de una adolescente” y el subtítulo “Eva Duarte cree que el amor llega una sola vez en la vida”. La autora de la nota, Dora Luque Legrand, la describe como alguien que “no tiene el sello inconfundible e inevitable que cataloga inmediatamente a la artista. Muy por el contrario: tiene el airoso y sano físico de una maestrita buena, la simpatía y fresca cordialidad de nuestra vecinita de cualquier barrio. Evita Duarte es un descanso, un respiro, un rostro aparte en el grupo maquillado y artificial de la farándula. Ante la pregunta ‘¿Tiene algo que ver el amor con el hombre?’, responde: ‘Desgraciadamente para nosotras, sí. Y digo desgraciadamente porque no hay hombre que se merezca el amor de una mujer. Son incapaces de comprenderlo, hasta de adivinarlo, y menos, por consiguiente, de apreciarlo en todo su valor y conservarlo’. En cuanto a su hombre ideal, lo define como ‘un hombre que, ante todo, no sea celoso ni nervioso. Son estos los dos defectos más serios e intolerables. Y los más comunes, naturalmente. Mi hombre ideal debe ser cariñoso, muy cariñoso. Debería ser una combinación de amante y esposo. Amante para brindar el cariño-pasión que es fuente de vida; marido para ofrecer la seguridad, la tranquilidad, la relativa eternidad de ese cariño. Los príncipes azules de los cuentos actuales son reales cultores del cuento propiamente dicho; se han adaptado excesivamente a la época y resultan profundamente antifeministas, con lo quiero decir que no pueden interesar a la mujer-mujer, que, cuando es tal, sigue siéndolo a través de todas las épocas, pese a todos los modernismos, y es incapaz de transar en ciertas cosas’.”
Un mes después de publicada esta entrevista, el 25 de octubre de 1938, otra mujer-mujer, la poetisa Alfonsina Storni se internaba en el mar para siempre.
En 1939 finalmente su suerte comenzó a cambiar: encabezó junto a Pascual Pelliciotta la Compañía de Teatro del Aire. Debutaron el 1° de mayo en Radio Mitre, con libretos de Héctor Blomberg, en “Los Jazmines del 80”. Por primera vez, la revista Antena publicó su foto: se la veía muy flaca, tenía el rostro pálido pero mantenía su sonrisa entradora.
Mientras tanto, a comienzos de septiembre de aquel año 39, Hitler invadía Polonia haciendo estallar la Segunda Guerra Mundial. El presidente Ortiz declaró la neutralidad de nuestro país, que como en la primera contienda fue sugerida por Gran Bretaña: prefería una Argentina proveedora de alimentos y cuero antes que una aliada de escasa importancia militar.
Por aquellos días Evita incursionó nuevamente en el cine, con un papelito en “La carga de los valientes”, dirigida por Adelqui Millar. Volvió al teatro en agosto de 1940, con la compañía cómica de Leopoldo y Tomás Simari que estrenaba “Corazón de manteca”, de Hicken, y en la que sería su última actuación en un teatro, con el premonitorio título de: “¡La plata hay que repartirla!”.
En marzo de 1999, Nilda Quartucci –hija del actor Pedro Quartucci– presentó una demanda de filiación ante el Juzgado 38 de la jueza Mirta Ilundai. En ella dice haberse enterado a los veintiocho años de que Eva Duarte era su verdadera madre. Nilda, nacida en 1940, solicitaba un estudio de ADN que permitiera confirmar el vínculo y acceder entonces a sus posibles derechos hereditarios. La versión de Nilda Quartucci fue puesta en duda por el recientemente fallecido historiador peronista Fermín Chávez, en un reportaje concedido a Carlos Ares: “Esta señora dice que nació en octubre de 1940, yo seguí semana a semana la actividad de Evita ese año y es imposible que haya tenido un embarazo y un parto. Es un disparate. A fines de agosto, cuando supuestamente ya estaba embarazada de ocho meses, Evita trabajaba en una obra de teatro. Terminó esa obra y comenzó con otra. No hay ninguna mención en ningún lado sobre su embarazo. En 1940, Evita ya tenía el problema de útero que desencadenaría en el cáncer que le provoca la muerte en 1952, a los 33 años. Ella no podía tener hijos. Perdió un embarazo de Perón en 1945.” El asunto terminó el 15 de febrero de 2006, con la resolución de los jueces de cámara Galmarini, Posse, Saguier y Zannoni, que dictaminaron: “descartado cualquier vínculo biológico entre el Sr. Quartucci y la peticionante, se desvirtúa la verosimilitud de la demanda incoada, fundada en la aparente relación sentimental del primero con la Sra. Duarte. […] Tras reconocer eficacia probatoria a los resultados de la prueba genética y en virtud de los fundamentos doctrinarios y jurisprudenciales que invoca, la sentenciante concluyó en la inexistencia del vínculo biológico alegado entre la actora
y la Sra. María Eva Duarte.”
Mientras la carrera cinematográfica de Evita continuaba sin éxito, a pesar de su noviazgo con Olegario Ferrando, el dueño de Pampa Film, en los radioteatros su ascenso fue notable. A mediados de 1941 consiguió un contrato por cinco años para sus programas radiales con el auspicio de la empresa Guereño, que producía el jabón Radical.
El país comenzaba a salir de la crisis, pero la riqueza seguía mal repartida. El gobierno de Ortiz difundió a finales de aquel año cifras sobre el desarrollo nacional: teníamos 41.121 kilómetros de vías férreas que transportaban 165 millones de pasajeros por año. Los caminos nacionales recorrían 55.000 kilómetros. Los argentinos enviaban anualmente 441 millones de cartas (…) Solamente en Buenos Aires se publicaban 72 diarios y periódicos, 990 revistas y 520 periódicos barriales. El 7 de enero de 1942, la sección de grafología de la revista Sintonía, llamada “Psicoanálisis del garabato”, está dedicada a Evita. Al analizar sus dibujos, saca las siguientes conclusiones: “Hay un repetido síntoma de la escalera, tantas veces analizados ya en estos garabatos de artistas. El deseo de subir, de alcanzar la fama. El síntoma tiene mucha fuerza, pues se da el mismo sentido ascensorial a todos los garabatos y a la firma misma. Las vocales cerradas indican hermetismo de carácter, quizás egoísmo. Hay, en cambio, expansividad y cordialidad en otros aspectos. En general revelan un temperamento inclinado a la alegría frívola y a las fiestas, tendencia ésta que la hace alejarse con frecuencia del verdadero rumbo de su vida: el arte.” (…)