“¿Alguna vez vamos a hacer algo que realmente sea actuar?”, pregunta la adolescente del reducido grupo de personas que toman un seminario de actuación de seis semanas. La respuesta es definitivamente no.
En realidad, los distintos ejercicios físicos, lúdicos, vocales, sensoriales y emocionales, ligados al difícil arte teatral, que desarrollarán en ese breve lapso, más que brindarles herramientas para transformarse en otro ser, impensadamente les revelarán a todos por igual el abismo de sus propias existencias. Claro que confrontar la imagen distorsionada que cada uno tiene de sí mismo con la verdadera, aquella que cruelmente nos devuelve el espejo de la vida, no resulta nada fácil.
La muy leve pieza de la joven autora Annie Baker (1981) reúne en una sala de ensayo de danza a cinco personajes que desbordan ansiedad. Una exigente profesora de teatro (Soledad Silveyra), conduce con excesivo entusiasmo a los cuatro únicos alumnos de su clase; entre ellos su propio marido (Boy Olmi), quien cae hechizado por la involuntaria seducción que ejerce otra compañera de curso. La muchacha en cuestión (Andrea Pietra), inconsciente de su belleza, y en desesperada búsqueda de horizonte propio, a su vez cree dibujado el amor en un cincuentón divorciado (Jorge Suárez), quien amortigua la incomodidad de su soledad con la avidez por simpatizarle a todo el mundo. Se suma a ellos la retraída chica mencionada al inicio (Victoria Almeida), cuyo único deseo es integrar el elenco del musical que dará cierre a su ciclo escolar, y en donde se intuye el alter ego algo escéptico y la mirada escrutadora de la dramaturga norteamericana.
Con semejante argumento y tan sólido elenco, no le debe haber resultado difícil al director Javier Daulte hilvanar el entramado de las distintas escenas. Autor y puestista de obras mucho más sólidas, como “Estás ahí”, “Nunca estuviste más adorable” o “Baraka”, ya demostró su capacidad para resolver y generar acciones y climas interesantes.
Enmarcados en un ritmo demasiado parecido a una sitcom, es en las interpretaciones donde se destaca la propuesta. Desde un correcto Olmi y la exacta criatura de Pietra, hasta el desopilante Suárez, pasando por una estupenda Silveyra, en delicioso regreso a las tablas, y la encantadora Almeida, que por fin ingresa al circuito comercial con su ascendente talento.
Tal vez sea otra prueba de que los actores son, en definitiva, quienes pueden lograr el milagro de engrandecer cualquier diálogo y hacernos reír y emocionar en dosis parejas.