Yo hice el 17 de octubre”, repetía Cipriano Reyes, sindicalista histórico y fundador del Partido Laborista que le permitió a Perón alcanzar el poder en el ’45; favores ambos que el General retribuyó con años de cárcel y torturas. Si en vez de machetearse en las clases de historia, los participantes de Gran Hermano 2011 hubieran indagado en los viscosos orígenes del sindicalismo peronista criollo, habrían entendido que Cristian U., el chico que se fue por voluntad propia y regresó por masiva decisión popular (junto a otros tres que no le importan a nadie), es una especie de Juan Domingo de cabotaje. Con un notable nivel de picardía que se tradujo en una suerte de “día de la lealtad” sostenido en el voto masivo de los televidentes, fue capaz de generar la indignación de los hermanitos mediáticos quienes, tal vez inspirados en el clima de paritarias y pujas distributivas que dominan la Argentina real, decidieron fundar una especie de Confederación General Gran Hermano y reclamar un mínimo respeto por las normas que rigen su condición de vagos televisivos.
¿Resultado? Al salirse de la casa, esquivar la corrección política y afirmar que se metió en ese circo por plata, el que ganó la partida fue Cristian U., dejando a los demás en la vereda del pobre Reyes. Aunque todos saben que, con tal de subir o mantener el rating, los productores son capaces de enfrentarlos a un puma hambriento en pleno confesionario, es evidente que prefieren dormir abrazados a una boa constrictor, antes que lidiar con un contrincante carismático que se fue sin que lo echen y vuelve aclamado por los redituables teléfonos. Podrán resultar patéticos pero al menos cuentan con una ventaja que minimiza sus miserias: Jorge Rial, en su rol de jefe de personal de Telefe, despliega todas las bajezas humanas que caracterizan a los lacayos del patrón. Defiende lo indefendible, se sacude al ritmo de movimientos pendulares que oscilan entre su voluntad de comprender y la amenaza, y cuando el rancho se incendia, pone cara de pollito mojado aduciendo ser un simple mensajero de la patronal y parte del grupo afectado.
“Vos sos de San Martín y yo, de Munro”, le decía Rial a Emanuel como para generar empatía en base a su origen humilde, y el hecho de que ambos son tipos con calle. El hermanito en cuestión, suerte de Che Guevara del nuevo milenio que hace varios programas viene liderando la lucha por los derechos dentro de la casa, se convirtió en el blanco preferido de Rial que, sacando a relucir sus destrezas de torturador avezado en eso de despellejar figuras artísticas (es un decir) en su envío vespertino, intentó entrarle con todo el abanico de emociones humanas.
Claro que los tiempos televisivos son tiranos, y lo que pretendía ser un masaje estratégico que limara la voluntad del rebelde, terminó como una pantomima ridícula en la que Jorge, huérfano de argumentos, confundía e irritaba al muchacho acusándolo de mal educado y, en un mismo movimiento, lo felicitaba por ser una buena persona proveniente de una maravillosa familia. “La conocí personalmente”, aseguró, una afirmación que podría ser entendida a manera de gesto conciliador o, lo que es más probable, de impecable mensaje mafioso cuyo objetivo final era desestabilizar a este revoltoso con causa.
Por el momento, Emanuel lo hizo y Cristian U. lo aprovechó. Se verá. Ahora bien, en tren de pensar mal, el ensañamiento del conductor con el hermano díscolo, chisporroteo que continuó el lunes 14 en su ciclo de América, minimizó un dato que el astuto chimentero jamás hubiera dejado pasar en caso de no ser parte integrante del programa: Tamara reveló que la producción les paga escasos 500 pesos por semana por exponerse a la mirada de medio país. Es probable que Jorge Rial acierte cuando asegura que los participantes están haciendo televisión y no reformando la Constitución Nacional. Sin embargo, la incertidumbre que sufren los chicos se parece bastante a la que padecemos todos nosotros. Lejos de violar la “Constitución”, el canal hace, según le convenga, relecturas constantes sobre lo pactado en el contrato. Cualquier semejanza con la realidad… En este contexto flexible, quienes sacan ventaja terminan siendo aquellos que violan las normas, nunca los que las siguen.
De eso habla Rial al concluir que Emanuel tiene un enorme potencial que aún no desplegó. Vago y todo, el joven pretende avanzar con el manual de derechos en la mano. Y no es el único. El episodio destapó un clima de piquete: la frontal Pamela, el solapado Martín Pepa, Loreley, Jesica, la llorona Tamara y hasta el ambiguo Alejandro, que por lo bajo se quejó de que la producción no le hubiera concedido una musculosa con la cual meterse en la pileta (sintiéndose hombre evita exhibir sus lolas), llevan la voz cantante en la dura y desquiciada tarea de reclamar justicia en tele.
De toda la camada de hambrientos de fama fácil que pasaron por este ciclo perverso que parece no terminar nunca, los participantes de Gran Hermano 2011 son los más atractivos en su capacidad de generar múltiples lecturas sociales. Amamantados en las contradicciones de la época que les tocó en suerte, los hermanitos perturban al espectador. Por un lado, son una banda de haraganes importantes que dicen sufrir horrores en un programa al que llegaron por obra y gracia de su propia mano, y dentro del cual la mayor exigencia pasa por ensayar una coreografía mediocre o mantenerse despiertos para controlar un reloj. Por otro, exhiben cierta dignidad al momento de negociar con la “patronal”, y exigir el cumplimiento de un puñado de normas que, por ridículas que sean, forman parte de un acuerdo previo que no están dispuestos a someter a los caprichosos vaivenes del rating. Inquietante mensaje el de esta generación de abúlicos que, antes que a trabajar, aprendieron a defender sus derechos, y crearon una suerte de sindicato sin trabajadores que, a pesar de todo, implica cierto grado de orden y respeto; quizá el último resquicio de civilización televisiva que nos queda. Del otro lado está la especulación pura, apoyada por la audiencia y festejada alegremente por Telefe.
*Publicista y filósofo.