Por qué se llama “vándalos” o “antisociales” a los jóvenes criados en barrios privados? ¿Qué rol tiene que jugar el Estado ante la nueva configuración del espacio público y privado? ¿Herencia menemista o fenómeno global? Las mesas de novedades se llenaron de libros que intentan explicar cómo es la vida en los countries y barrios cerrados. Periodistas, sociólogos y antropólogos investigan a más de trescientas mil personas que decidieron mudarse a los seiscientos emprendimientos privados que, en su conjunto, ocupan una superficie dos veces más grande que la de la Ciudad de Buenos Aires. Los que estudian el fenómeno coinciden en que se trata de un estilo de vida instalado, pero el análisis varía según el enfoque. La ficción también retrata el tema: en “Las viudas de los jueves”, la escritora Claudia Piñeiro desnuda las contradicciones de la vida diaria en un country. El año pasado el cineasta Ariel Winograd estrenó “Cara de Queso”, una película autobiográfica sobre la vida de un grupo de adolescentes en un barrio cerrado y la productora Pol-ka decidió que era el momento ideal para producir la remake argentina de “Amas de casa desesperadas”, el público nacional ya estaba preparado para comprender la filosofía del “american way of life” que la serie caricaturiza.
Entre nos. Si bien estamos ante un boom interpretativo, el fenómeno que se analiza no es nuevo. Los countries y viviendas de fin de semana aparecieron en los años 40 con la construcción de las autopistas General Paz y Panamericana. Pero en los 90, la nueva clase media en ascenso (con amplia variedad de status y de posiciones profesionales) decidió alejarse de los centros urbanos para instalarse los barrios cerrados con seguridad privada y verde. En 2006 se duplicó la venta de lotes con respecto a 2005. En forma paralela, las Ciencias Sociales empezaron a usar un conjunto de conceptos que ya son de uso habitual en el análisis del fenómeno.
Maristella Svampa, una de las primeras sociólogas que estudió el tema y autora de “Los que ganaron. La vida en los countries y barrios privados”, explica en su libro que el nuevo estilo de vida implica un modelo de “socialización entre nos”: los countristas defienden las ventajas de vivir en contacto con gente con estilos de vida similar. El “entre nos” parece suplantar al más aristocrático “gente como uno”. El nuevo modelo contrasta con el estilo de socialización de los barrios tradicionales donde aún conviven diferentes sectores sociales.
Los protagonistas del fenómeno tienen un buen sueldo, escapan de la ciudad preocupados por la inseguridad en búsqueda del contacto con la naturaleza. Mónica Lacarrieu, antropóloga e investigadora del Conicet, estudia el tema desde 1998 y sostiene que los countristas viven en una “naturaleza domesticada” porque seleccionan sólo aquellos aspectos del medio ambiente que creen que mejoran su calidad de vida.
Los countries criollos. “Al comienzo de la investigación, pensaba al barrio privado como una aldea de nativos en la que podía limitar un adentro y un afuera taxativos –cuenta Lacarrieu-. Pero la práctica de campo me demostró que los límites son porosos y eso fue muy notable durante la crisis de 2001 cuando los countristas tuvieron que recurrir en forma explícita a los recursos que ofrecían los barrios populares del entorno”.
Se trata de un fenómeno a escala global: existen los “ensembles résidentiels sécurisés” en Francia, las “alcabalas urbanas” en Venezuela y los “condominios fechados” en Brasil. Pero no todos los países conciben las fronteras sociales de la misma manera y las diferencias deben mirarse en relación a los procesos históricos que originaron este tipo de urbanizaciones. “En México –cuenta Lacarrieu- el fenómeno tiene muchos años y una historia menos prejuiciada. Hay universitarios que eligen vivir en este tipo de urbanización que por lo general están muy vinculadas con el modelo norteamericano”. Maristella Svampa sostiene en su libro que “el caso argentino” se diferencia del resto de los modelos porque evidencia el incremento de las desigualdades. La emigración de sectores medios hacia urbanizaciones cerradas coincidió con un contexto de desindustrialización y privatización.
Ante la reconfiguración de lo público y lo privado, los analistas más críticos advirtien que estamos ante una “nueva edad media” donde los barrios cerrados ocupan el lugar de los antiguos feudos. Otros comparan a las nuevas urbanizaciones con la isla Utopía de Tomás Moro, una comunidad perfecta que no conoce el conflicto.
La periodista Carla Castelo acaba de publicar el libro “Vidas perfectas. Los countries por dentro” donde revela con ironía y humor cómo es la cotidianeidad de los barrios cerrados. “Tengo una postura ideológica pero traté de ser honesta –confiesa-. En muchos casos confirmé mis prejuicios porque me encontré con un grupo de gente egoísta y competitiva pero asumo que me sorprendí con la capacidad de autocrítica y con la lucidez de los entrevistados. Se describen sin piedad, me llamó la atención el extraño reconocimiento de los propios pecados”.
Sin prejuicios. “Mundo privado”, el libro de la periodista Patricia Rojas, reúne historias de jóvenes cuyo común denominador es vivir en un country. La autora critica la forma en que el periodismo trata el tema: “Se engloba en una misma bolsa la vida que se gesta en los seiscientos barrios cerrados que existen en nuestro país cuando los nombres ya indican que no son todos iguales, cada country es un mundo. El tema se trata con mucho prejuicio y eso sólo acentúa las diferencias entre el afuera y el adentro”. La antropóloga Mónica Lacarrieu cree que la cobertura periodística del caso García Belsunce jaqueó “la visión idílica del adentro seguro y del afuera peligroso”, pero critica a los medios por “vanagloriar y cuestionar a estas urbanizaciones hasta el hartazgo sin ningún sustento”.
Familias ideales de gente linda. Rojas entrevistó a más de sesenta chicos que, mucho menos atemorizados que sus padres, aceptaron contar su mundo tal cual lo ven. “Me sorprendió enterarme cuán discriminados se sienten los chicos de los countries por los que vivimos afuera. Muchos ocultaban de dónde eran cuando les preguntaban en las primeras clases en la universidad o en sus trabajos. Ellos no eligieron vivir ahí sino sus padres. Y la paradoja es que sus padres dicen haberlo hecho por ellos”. Rojas asegura que los jóvenes pueden hablar con mayor naturalidad y “son más críticos que los mayores sin la necesidad de caer en el chusmerío”.
El cineasta Ariel Winograd fue un countrista en su adolescencia y decidió, con tono caústico, reflejar en su película “Cara de queso” el nuevo costumbrismo country. Los referentes ya no son el panadero, el portero y los personajes del barrio sino los agentes de seguridad de la entrada y los profesores de gimnasia que quieren vender remeras. “No me importó ser exagerado o caer en cliches porque es una película autobiográfica en la que me permití reírme de mí mismo”. Winograd cuenta que muchos propietarios criticaron la película porque consideraron que no reflejaba la realidad. “Creo que obedece a una negación absoluta y eso no hace más que comprobar que hice bien mi trabajo”. Carla Castelo coincide: “Los retratos que hizo la ficción hacen honor a la verdad. Las mujeres fantasean con los profesores de gimnasia y las mucamas son verdaderas cenicientas modernas que viven solas durante el día en casas color pastel”. La periodista sostiene que los protagonistas del fenómeno son capaces de contar barbaridades sobre sus propias vidas, pero que no soportan ver que eso sea de dominio público y asegura que “la simulación es un modus operandi”.
Después de cuatro meses de investigación, Castelo concluyó que los countristas interpretan la mirada crítica de los otros como “una forma de envidia ante todos sus logros económicos”. Patricia Rojas opina que los propietarios se indignan cuando se los mete a todos en la misma bolsa y sostiene que “es un estilo de vida en crecimiento que defiende valores que deberían ser cuestionados para conocer los riesgos y las consecuencias que implica para los que viven adentro y afuera”. Lacarrieu acepta que durante su investigación también se encontró con “mujeres desesperadas , agorafóbicas y claustrofóbicas” pero que se sorprendió con cierto retorno al modelo de “familia ideal”: las mujeres poseen el conocimiento y el know how local y los hombres se encuentran simbólicamente “afuera”. Cree que las publicaciones que promocionan a las urbanizaciones como espacios de cuentos legitiman ese idea.
A Rojas un agente inmobiliario intentó convencerla de que “en los countries vive toda gente linda”. Un padre se quejó de que si su hijo hacía una pintada en Palermo era arte pero si la hacía en Nordelta se convertía en un vándalo. También escuchó el relato lúcido de Federico, un quinceañero del barrio cerrado Abril que va a una escuela pública en Hudson y que tiene una compañera que trabajaba como empleada doméstica en su country. Castelo se interesó en el fenómeno durante un asado en la casa de un político en decadencia que no podía costear los gastos, pero hacía malabares para no dejar de pertenecer. Cada disciplina aporta su mirada sobre el tema pero todos los trabajos usan la entrevista en profundidad como herramienta metodológica porque coinciden en que lo importante es escuchar las voces de los que viven detrás de los muros. Si bien ya hay un cuerpo conceptual, el fenómeno no deja de ser nuevo para las Ciencias Sociales y el periodismo que todavía no se animan a juzgar o a profetizar sobre esta nueva configuración espacial y social.