Un eje nítido divide esta recopilación de cuatro libros con textos breves. Los dos primeros en el tiempo, ubicados con buen criterio al final, pertenecen con claridad a la llamada “prosa poética”. Los dos últimos, que abren el volumen, son totalmente distintos, aunque los una un estilo y un modo de usar la primera o la tercera persona, o el “tú” en vez del “vos”.
Tanto “Visiones” (1984) como “Forma oculta del mundo” (1991) reúnen textos con un tono personal, íntimo, asimilable a la poesía de cierta época. Quien suela jactarse de “no leer nunca poesía” (no es para nada mi caso) huirá con tranquilidad.
En cambio “Esperan la mañana verde” (1998) y sobre todo el único inédito, “Historias del cielo” (2010), se vuelcan hacia afuera. Lejos de instalarse en la contemplación o el desmenuzamiento de lo real, hablan de cambio cosas de la imaginación como si fueran comprobables, como si el que escribe pudiera mirarlas y describirlas, como si pudieran cambiarle el ánimo. Vampiros, dragones, habitaciones reales donde parece habitar el misterio o la extrañeza, son descriptos con una lengua precisa y dispuesta a la sorpresa controlada al mismo tiempo.
El libro sobre el cielo es tan aplomado para hablar no solo de ese sitio sino también de Dios, que por momentos recuerda al gran Swedenborg. Como aclara la propia autora, se aparta además de la recopilación de visiones diversas en el tiempo y el espacio (como lo hizo en su momento el “Libro del cielo y del infierno”, antología menor de Borges y Bioy Casares). Sus visiones son propias, una forma de percibir el (otro) mundo, y el Único. A veces directa, a veces lateral.
El perfil del cielo, por ejemplo, es esquivo: su olor “marea y desmaya, confunde y oblitera todos los otros sentidos”. Sin embargo se lo reconoce porque “detrás del visitante se alinean los gatos y olfatean con adoración al que regresa del Cielo y maúllan, despechados, a la luna que nunca baja, que siempre está demasiado lejos para olerla”. El Buen Dios, por su parte, “ha perdido la guerra con el Diablo. Ha tenido que devolverle su resplandor angélico, su belleza que enceguecía como el azogue, su prestigio de divino mensajero”.
Los vampiros son frágiles, ni repulsivos ni malvados. Los dragones dejan escamas brillando dentro de los bolsillos. Ni libros de poemas, ni de relatos, los dos primeros son libros a secas, para guardar, repasar y saber que existen.