Usualmente el lugar reservado para los personajes convertidos en leyenda se ocupa rápidamente por deportistas exitosos, estrellas del espectáculo, líderes carismáticos o héroes de las batallas públicas. Pero pocas veces nos encontramos con que un profesor universitario, especulador nato, polemista agudo y mecenas de las artes es colocado en ese lugar por sus seguidores, sus enemigos y hasta por los que rara vez se han topado con algo más que una frase suelta de su obra. El año 2008 fue testigo de una crisis global profunda sin saber si ya pasó lo peor. En ese contexto, nadie mejor que el símbolo intelectual de la inspiración de las políticas que sacudieron el estatus quo del momento, que contradijeron lo aceptado por los grandes gurúes de los mercados financieros, para erigirse casi como un amuleto contra la recesión generalizada.
John Maynard Keynes (1883-1946), luego nombrado Lord de su Majestad Británica, tiene tres puntos en común con la historia argentina contemporánea. El primero, es su admiración por la obra del economista y comerciante alemán afincado en Buenos Aires, Silvio Gesell, al que dedicó varios párrafos, de su libro máximo: “Teoría General de la ocupación, el interés y el dinero (1936)”. El segundo es su paralelismo con Jorge Luis Borges, otro hombre extraordinariamente culto, al cual todos citan pero muy pocos leen. Finalmente, y seguramente a su pesar, su firma viene mezclada con cualquier política de alquimia económica que en su nombre pulveriza todos los parámetros de los principios de la ciencia: la escasez. Constituye el atajo ideal para políticos que no quieren someterse a los rigores que la realidad les impone y que muchas veces son la cosecha de lo que han sembrado en años de medidas desarticuladas y carentes de visión de largo plazo.
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