Si el peronismo fuera un movimiento político como los otros, ya estaría bajo tierra en el cementerio en que yacen los restos polvorientos de credos difuntos. Desde que nació de un golpe militar filonazi perpetrado durante la Segunda Guerra Mundial, ha protagonizado una serie al parecer interminable de fracasos espectaculares, entre ellos la depauperación de lo que antes de su llegada era uno de los países más ricos y promisorios del planeta. Pero a pesar de su incapacidad manifiesta para gobernar con un mínimo de sensatez, el peronismo no sólo ha sobrevivido a todos los desastres que se las ha arreglado para provocar sino que de acuerdo común es la única fuerza que está en condiciones de mantener a raya la anarquía.
Es por eso que incluso los convencidos de que la tragedia argentina es en buena medida obra del general Juan Domingo Perón y sus epígonos se sienten preocupados por la posibilidad de que, con Néstor Kirchner y su esposa al mando, el peronismo esté por precipitarse en el más allá. Temen que como resultado se produzca un vacío que sería llenado por un demagogo que resultara ser aún peor que Kirchner, o que los dejados huérfanos por el estallido del movimiento hegemónico se dedicaran a lo que mejor hacen: impedir que cualquier otro logre gobernar el país.
Es probable que exageren quienes prevén para el Partido Justicialista, el vehículo electoral que se construyó para salvar las apariencias, un destino que sea comparable con el de la UCR luego de la gestión truncada del presidente Fernando de la Rúa. A partir de 1955, muchos escribirían una y otra vez el epitafio del peronismo puesto que según la lógica que imperaba en otras latitudes les pareció razonable suponer que su muerte era inminente. Señalaban que los tiempos habían cambiado, que las víctimas principales del peronismo, los trabajadores y los irremediablemente pobres, por fin se darían cuenta de lo inútil que era confiar en las promesas cínicas de los autores de sus penurias, que después del sainete truculento protagonizado por Isabelita y la catástrofe desatada por José López Rega, los montoneros y otros sujetos de mentalidad sanguinaria, nadie en sus cabales pensaría en votar por los representantes de turno de un movimiento tan destructivo.
Quienes vaticinaron el próximo hundimiento del peronismo se equivocaron, claro está. El peronismo domina el arte de aprovechar sus propias deficiencias. Es una fábrica de pobres, pero lejos de perjudicarlo, su apego a recetas económicas socialmente regresivas lo beneficia al asegurarle una amplia base electoral. Gracias a la plasticidad extraordinaria que le permite trasmutarse de la noche a la mañana de un movimiento “izquierdista” en uno “conservador” y hasta “liberal” según las circunstancias, es capaz de adaptarse enseguida a los esporádicos cambios de clima. De difundirse entre los fieles la convicción de que la mayoría de los argentinos está harta de la prepotencia rencorosa y caprichosa de los Kirchner, no vacilarían en echarlos para después presentarse como los únicos garantes del respeto por las instituciones y las normas constitucionales.
Además de los hermanos Rodríguez Saá, los Menem y el matrimonio Duhalde, los rebeldes antikirchneristas ya incluyen a figuras como el gobernador cordobés Juan Schiaretti, los ex gobernadores José Manuel de la Sota, Carlos Reutemann, Jorge Busti y Juan Carlos Romero, además de otros personajes influyentes, que han hecho causa común con el campo. No son los únicos. Muchos kirchneristas a más no poder saben leer los mensajes que les envían las encuestas de opinión, el resultado de la elección municipal en Río Cuarto y lo que está ocurriendo en la calle. Entienden que los Kirchner ya no están en condiciones de aportarles los votos que necesitarán para mantenerse en el estilo al que están acostumbrados. Por el contrario, ser anti K está poniéndose de moda. También son conscientes de que la caja ya no contiene lo suficiente como para continuar financiando por mucho tiempo más aquel “proyecto” con el cual juran sentirse comprometidos.
Para ellos está llegando, pues, la hora de hacer gala de cierta independencia de criterio y de esperar hasta que su olfato les diga hacia dónde soplarán los vientos del poskirchnerismo. He aquí un motivo por el que la táctica de los Kirchner de prolongar los trámites parlamentarios con miras a dejar extenuada a la gente del campo amenaza con resultarles contraproducente: de sentir los diputados que sería de su interés alejarse de una pareja metamorfoseada en piantavotos, muchos no titubearán en enseñarle el significado real que tiene la palabra “lealtad” en el léxico peronista.
Aliados no peronistas de Néstor y Cristina también están distanciándose. El gobernador socialista de Santa Fe, Hermes Binner, se ha erigido en vocero de la moderación, una cualidad despreciada por el ex presidente y la actual. Y el vicepresidente Julio César Cleto Cobos, de origen radical, se ha puesto a actuar como una alternativa viable al doble comando santacruceño, acaso con la intención de hacer menos probable su propia marginación si estalla una crisis institucional de proporciones. Merced a la decisión de pedirle al Congreso ratificar las retenciones decretadas por el Poder Ejecutivo, los Kirchner han conseguido comprarse más tiempo, pero si siguen esforzándose por ganar la calle con la clase de gente que ha sembrado de carpas la Plaza de los dos Congresos bajo la mirada permisiva de la policía, no tardarán en volverse blancos nuevamente de la cacofónica indignación popular.
El kirchnerismo se ha desinflado con rapidez tan desconcertante que sus dos protagonistas aún no se han dado cuenta de que lo que les funcionaba antes de marzo ya no sirve para nada. Lo que para ellos es una manifestación de fortaleza, para los demás es evidencia de debilidad. Las arengas de Cristina, la apropiación constante de la cadena nacional de radio y televisión que priva a los canales de sumas millonarias, los actos deprimentes que se celebran en Plaza de Mayo en que el grueso de los asistentes tiene que ser retribuido con un centenar de pesos y algo para comer, la ubicuidad urticante de Luis D’Elía y su troupe de piqueteros, entre ellos en por lo menos una ocasión el mismísimo Néstor, brindan una impresión de fin de época que no ayuda en absoluto al Gobierno a recuperar el prestigio perdido. Como diría Cristina, se trata de una comedia, pero de una que es muy denigrante y que para ella, y quizás para el país, no presagia nada bueno.
A juicio de algunos, es insólito que la caída en desgracia de un gobierno recién elegido –mejor dicho, reelegido– se haya producido cuando la economía está expandiéndose a todo vapor, pero sucede que desde la segunda mitad del año pasado está propagándose la sensación de que los buenos tiempos están acercándose a su fin y que los Kirchner no han hecho nada para preparar al país para enfrentar lo que le espera. La inflación en aumento, la falta de energía y el riesgo de que la economía mundial se frene de golpe a causa del embrollo inmobiliario norteamericano y la escalada alocada del precio del petróleo no tardarían en confirmar las previsiones de los agoreros. Mal que le pese al Gobierno, tiene los días contados el famoso “modelo” que es sólo la versión apenas actualizada del impulsado, con consecuencias ruinosas, por todos los gobiernos peronistas exceptuando parcialmente al encabezado por Carlos Menem. Modificarlo es urgente, pero los Kirchner han basado su “estrategia” en una negativa contundente a cambiar nada: por lo tanto parecen resueltos a acompañarlo a la tumba.
Mucho dependerá de lo que pase en el conurbano bonaerense que, con la Argentina rural convertida en territorio comanche, es todo cuanto queda del hasta hace poco imponente imperio político kirchnerista. Desgraciadamente para Néstor y Cristina, el aumento de los precios de los bienes de la canasta básica ya ha comenzado a causar estragos en las dilapidadas municipalidades que rodean la Capital Federal, lo que es una razón más por la que las concentraciones organizadas últimamente por el oficialismo fueran parodias tristes de las de antes, y las por venir serán todavía más patéticas. ¿Podrán los Kirchner escapar del pozo que se han cavado? Tienen en su haber la voluntad de la mayoría abrumadora de ahorrarse una nueva convulsión política de desenlace incierto, pero a menos que comprendan pronto que la Argentina ya no es el país que podían tratar como si fuera un feudo habitado por siervos obsecuentes, el “clima destituyente” denunciado por sus partidarios se hará irrespirable.
¿Y el peronismo? De un modo u otro sobrevivirá a una eventual debacle kirchnerista: como sabemos, se ha diluido tanto que es apenas “un sentimiento” y, aun combinadas, las distintas fuerzas opositoras no conforman una alternativa convincente. Así y todo, el peronismo a lo sumo constituye la primera minoría, una que está achicándose poco a poco sin que se vean señales de que haya comenzado a surgir un movimiento nuevo, y sería de esperar muy diferente, que resulte capaz de emprender la tarea ciclópea de reparar los daños inmensos ocasionados por Perón y sus herederos en el transcurso de más de sesenta años signados por rencor fratricida y facilismo económico suicida.