La belleza ideal es una estafa, poco importa cuál es el estereotipo que el marketing de la belleza intente imponer para universalizar nuestra apariencia. Es un engaño deliberado y pensado para hacernos creer que es posible alcanzar eso que promocionan como apetecible, con la misma facilidad con la que se llama a un delivery.
La tortura psicológica del cuerpo perfecto convive con nuestras costumbres diarias. Y sin darnos cuenta nos agasaja con ilusiones irrealizables. Entre tanto, la aventura de la obsesión física nos arrebata tiempo, dinero y felicidad, mientras decimos que sí y sin reparos:
– A la balanza y la peligrosa decisión de llevarla a nuestro baño.
– A cirugías estéticas sin ningún tipo de control o evaluación psicológica.
– A la siniestra idea de que la panza, los rollitos o el aumento de peso implican necesariamente un trastorno de salud (no hablamos de obesidad).
– A aquello de que todos podemos acceder al cuerpo que se nos antoje, mediante costuras contra natura, dietas y ejercicios desalmados.
– Al peligroso mensaje de que un shock estético, por sí solo, es condición suficiente para que seamos felices.
– A las agencias de modelos y sus benditas barbies y kens, que promueven estándares estéticos que son inalcanzables, ya sea por los enigmas de la genética, porque a veces nos falta tiempo, porque siempre nos falta dinero.
– A nosotros mismos, desde luego, que compramos cualquier buzón, aunque estén en extinción y ahora más caros por ser piezas de colección.
¿Exagero cuando califico a la belleza ideal de estafa? ¿Se trata de un discurso vacío para promocionar un libro? Puede ser, no hay que descartar nada. Por las dudas, consulté a varios especialistas. “Si a vos te imponen un ideal de belleza inalcanzable, vas a consumir de todo con el objeto de alcanzarlo”, asegura Diana Maffía, doctora en Filosofía. Y advierte: “Pero como es imposible, nunca vas a llegar. El deseo jamás se agota. Vivimos consumiendo, pero jamás conformes con el cuerpo”.
¿Se trata sólo de una estafa económica? Ojalá fuera eso sólo. Durante años viví pendiente del físico. Sí, caí en la trampa del sometimiento. Me dejé llevar por las dietas para bajar de peso, sin que me importara demasiado si mis kilos acompañaban a mi salud. Obsesionado con mi figura, consumí horas en gimnasios y hasta apelé a la cirugía estética, como si fuese un combo de Mc Donalds. Mi felicidad y mi autoestima, fueron amarradas a mi físico como un matambrito, de esos que ahora disfruto con placer y sin culpa. ¿Es normal que busquemos en el cambio estético las claves de nuestra felicidad? La que responde esta vez es Mónica Katz, co-directora de la carrera de Nutrición y Obesidad de la Universidad Favaloro: “Depender de la estética es comprarse un revólver para tener a mano después de los 45. No digo que no utilicemos algún recurso, pero no debemos depender de ellos para aceptarnos”.
¿Para tener una balanza en casa, necesito que el RENAR me autoricé la tenencia de esa trituradora de autoestima?
“Si tenés una balanza en tu casa y te pesás de vez en cuando, está bien. Si te pesás todos los días y te obsesionás, seguramente sea el comienzo de un posible trastorno alimentario”, sostiene la licenciada María Teresa Panzitta, especialista en obesidad, bulimia y anorexia. La balanza mide un aspecto entre muchos que hablan de una persona, de su cuerpo y sus valores. Si uno aumenta unos kilos en una semana, no significa que haya hecho todo mal. Tal vez ganó en otros terrenos, en su calidad de vida, en sus afectos, o motorizó otros cambios que no son reflejados por los vaivenes de una aguja, que puede penetrar con filo en la autoestima.
Por mi salud, opté por darle unos buenos machetazos e inutilizarla de por vida.
Mónica Katz propone otro destino para la balanza: “Tener una en nuestro hogar es la mejor manera de obsesionarse. Alcanza con pesarse una vez por semana, en la casa de algún familiar o en la farmacia. Está demostrado que hacerlo una vez por semana, es suficiente para conocer la evolución del paciente”.
El reino del bisturí. Terminar con la estafa de la belleza ideal, va más allá de quitarnos de encima la ecuación kilos = salud = autoestima. Las reacciones del cuerpo son una lotería, y siempre existe algún dato que nos falta, o no tiene la suficiente difusión. Katz me desasna: “Siempre vamos a depender de un parámetro que no manejamos absolutamente, porque el ser humano sólo puede decidir cuánto alimento ingresa a su boca y cuándo mueve su cuerpo. Pero no cuánto peso desciende al hacer estas dos cosas”.
Es decir, que tal vez no alcanza con hacer dietas enloquecidas o internarse en el gimnasio para bajar de peso o moldear la figura que uno tanto desea. Pero, se sabe, el engranaje de la belleza ideal tiene recursos para todo, salvo, la de certificar ante escribano público que los resultados que prometen sean similares a los que anuncian en las publicidades. Pido demasiado, los escribanos tienen mucho trabajo.
Por experiencia propia, yo sostenía que todo aquel que se hace una cirugía estética o se somete a estos infinitos tratamientos, tenía problemas de autoestima o de personalidad. ¿Exagero? Hace unos meses hablé con una esteticista que se hizo famosa en un programa de televisión. Con entusiasmo verborrágico quiso convencerme de que sus clientes alcanzaban el nirvana con sus tratamientos y dejaban atrás cualquier hilacha de baja autoestima. También dijo que trabajaba con un equipo interdisciplinario que contiene psicológicamente a sus pacientes. La felicité y corté. “Buen negocio”, pensé. “Si sus clientes necesitan de la esteticista para ser felices, tendrá trabajo hasta ser viejita”. ¿Otra vez estoy exagerando?
“La gente que hace girar su vida a partir de la estética, tiene en sí misma un trastorno. Claro, hay que evaluar caso por caso. Pero, en general, son personas que expresan el trastorno a través de sentimientos de fealdad o de gordura. Y buscan mejorar la imagen como forma de mejorar la autoestima, algo que nunca consiguen”, precisa Panzitta. Y va más allá: “Hay gente que busca curar así heridas profundas. También están aquellos que padecen dismorfofobia y que sienten que su cuerpo es feo cuando para los estereotipos estéticos, en realidad no lo es”, reconoce.
Sigo sin hacerle un chiste obligado a la experta, pero me viene un recuerdo que no me hace nada de gracia: cuando me hice el implante capilar, nadie me pregunto nada. Un psicodiagnóstico o un chequeo de algún tipo, tal vez hubieran descubierto la zanahoria que yo perseguía, sin darme cuenta. La trampa de la belleza ideal.
¿Habría que regular las cirugías estéticas en la Argentina, el tercer país en profusión de retoque de mamas en el mundo? ¿Habrá que llegar a eso para que todos los pacientes sean acompañados en este proceso de shock estético por psicólogos?
“Una cirugía estética que implica un cambio corporal debería tener un psicodiagnóstico, si es que la persona no está haciendo terapia. La imagen que reflejamos impacta muchísimo en las emociones. Yo me hice una cirugía de nariz cuando tenía 30. Primero lo trabajé en terapia. Por qué lo hago, para qué, qué espero”, comenta Katz.
Me aseguran que hay cirujanos que evalúan a sus pacientes y otros que no. “Algunas chicas anoréxicas van de cirujano en cirujano y siempre encuentran uno dispuesto a operarlas, cuando en realidad no deberían hacerlo porque no están dadas las condiciones para soportar ni quiera el post-operatorio” me cuenta Guillermina Rutsztein, doctora en Psicología y profesora de la UBA.
En fin, si alguno está por hacerse una de estas cirugías, fíjese usted quién le hará los pespuntes. Mucha suerte.
Antes de pasar al mundo de los modelos estéticos, Panzitta me aclara que la cirugía y los tratamientos estéticos pueden ser muy positivos para quienes no tienen conflictos con su personalidad y buscan reforzar su bienestar emocional. Sí, exageraba.
Aunque todos podemos tener nuestro ideal de belleza, el secreto del marketing estético es estandarizar los cuerpos. Y los modelos, mujeres y hombres, son sus paladines de la injusticia.
Con mucho respeto, sin ánimo de ofender: ¿Las y los modelos harían tanto sacrificio para cuidar su apariencia si tuviesen el salario de un cajero de super y la fama de un extra de tevé? Llamé a una ex empresaria de la moda:
– ¿Cuánto tiempo y cuanto dinero invierte una modelo por día para mantener su figura? –le pregunté–.
– Sólo con el gimnasio y los tratamientos estéticos, entre 3 y 4 horas. Las agencias cubren todo, pero calculá unos 2.000 pesos mensuales, como mínimo.
Quiere decir que si no me sobran 3 horas por día y 2000 pesos por mes jamás alcanzaré el cuerpo de las modelos, que tanto se promocionan en las revistas de ciencia ficción conocidas popularmente como de belleza. Y si así lo fuera, también es una estafa, aunque segmentada en este punto a quienes poseen tiempo y dinero para someterse: hablamos de la genética.
Igualitos y dominados. A Francisca Masllorens, médica genetista, le pregunto si es genéticamente normal que todos intentemos ser iguales. Hace un silencio, la pregunta es tan obvia como necesaria, al menos pienso yo. “Lo natural es que haya gente alta y baja, gorda y flaca, siempre en el límite de la salud –señala la experta–. Diferentes colores de pelos y de ojos. Lo natural es que no se tienda a crear un único patrón de apariencia física en la especie humana. El marketing de la belleza ideal va en contra de la diversidad. Lleva a la gente a pensar que hay una manera de lograr ese ideal, y no es real. Que todos seamos parecidos no es algo que este bien. La diversidad es natural”, reivindica la médica.
Y si tan sólo se tratase de dinero, pero es infinita la cantidad de personas que sufren por su aspecto, incluso, sin llegar a la anorexia o a la bulimia y en gran medida por instaurar ideales estéticos inmorales. Además, si pretendemos apelar a la estética para ser felices, cada día recurriremos más a ella, porque naturalmente cada día somos un poco más “feos”, porque nuestro cuerpo va tomando las características de su edad.
Antes de publicar ¡Feo! conocí en internet la historia de Poul Potts, un vendedor de celulares que ostenta un cuerpo de chiste fácil sobre su panza y sus dientes. Poul se presentó en una especie de “30 segundos de fama” en Gran Bretaña. El jurado lo inspeccionó como si fuera una declaración indagatoria. Le hacen alguna que otra pregunta de compromiso y lo escuchan en el prejuicio del desconocimiento. Es uno de los momentos más conmovedores de la televisión mundial. Una metáfora real de cómo el talento puede sustituir la estética. Poul emocionó a Gran Bretaña con un aria de Turandot, la ópera más famosa de Puccini. Nadie se imaginaba que ese cuerpo tan lejano a la belleza ideal tuviera una voz profunda, bella con todas las letras, prodigiosa. Y lo único que hizo fue cantar. No recurrió al cambio estético para triunfar. Se presentó al programa seguro de su talento.
Si lo pienso mejor, poco importa si la belleza ideal es una estafa o la cirugía es milagrosa, si las dietas son eficaces o si el gimnasio salvará a algún religioso del cuerpo. Poul Potts pudo grabar su disco y salir de gira como tanto deseaba. No hace falta ir a un programa de tevé para triunfar. Confiar en uno, dejar de juzgarse frente al espejo y quererse, alcanza para ser feliz. Y si cantamos bien, mejor.