Los cuarenta años de la muerte del Che Guevara sirvieron este año para volver a inundar al mundo con su imagen eterna, para que se escribieran nuevos libros y se reeditaran otros, para que el cine recordara sus días y los periodistas intentáramos descubrir una anécdota aún
inédita de su vida. Los noticieros de televisión produjeron miniseries por entregas del estilo “Faltan 152 horas para que se cumplan cuatro décadas de la muerte del Che”. No hubo tarjetas de invitación, pero el cumpleaños del comandante igual fue una fiesta planetaria que duró meses. A nadie se le ocurrió ponerse un uniforme de combate en su memoria, aunque algunos diseñadores celebraron estampando su cara en nuevos trajes de baño. Internet tembló en octubre por la avanzada del guevarismo cibernético y los sitios que hablan del argentino-cubano treparon a tres millones.
Los cuarenta años dieron para todo, incluso para recordarnos que no se puede construir otro relato del guerrillero sin caer en el lugar común y políticamente correcto del héroe romántico.
Hace décadas que el mundo habla de él, pero este 2007 sirvió para su canonización definitiva. Es una lástima que la ley de protección del argentino medio bienpensante nos imponga tanto temor de contar una historia más realista, más respetuosa de nuestra inteligencia y de la misma memoria de un hombre que fue muchas cosas, pero no un hipócrita.
El tiempo, en este caso, no ayuda. A medida que nos alejamos de aquella muerte solitaria en la selva boliviana, va creciendo un cuento vacío tanto de ideología como de información. La distorsión hace que cualquiera enarbole hoy una bandera del Che. ¿No nos dice que algo raro sucede con la memoria colectiva el hecho de haberlo convertido en un héroe multitarget? ¿Cómo terminó siendo admirado por igual por un militante de Macri, uno de Quebracho, un barrabrava de Lanús, un empresario de Puerto Madero, un mendigo de Constitución, un banquero, un peón, un periodista de Ámbito Financiero, uno de Página/12, un ministro, un sacerdote, un pacifista, un guerrillero, un narco, Tyson, Maradona y Chávez? ¿Pueden personas tan distintas entenderlo y admirarlo tanto? ¿O será que para admirar no hace falta entender demasiado? ¿O cada uno se inventó al Guevara que más cómodo le sienta?
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