La primera pista seria de inseguridad extrema en Filo -como le dicen a esa casa de estudios superiores-, la vivió a fines del año pasado una estudiante de la carrera de Letras. Cuando cambiaba de aula para pasar de una materia a otra, la alumna fue al baño del segundo piso en la zona del contrafrente del edificio. Un hombre ingresó, la tomó por la espalda y apoyó un revólver en su cabeza. “Quiero todo”, dijo y la amenaza dio resultado: obtuvo la cartera a cambio de que el delincuente se retirara en paz. Pero en el baño de damas, solos y a punta de pistola, “todo” no era poco. La denuncia en la comisaría 12°, a dos cuadras de la facultad, quedó radicada bajo la carátula de “robo”. “Es que si muchas veces una violación es difícil de comprobar, imaginen el intento”, señalan desde la seccional de la Policía Federal. Pero el intento fue real y el arma, también.
El hecho recorrió los cinco pisos del edificio y en una facultad tan politizada -hay más de 20 partidos entre frentes y agrupaciones, casi en su totalidad de izquierda- los alumnos se movilizaron “en solidaridad de la compañera”, pero bajo ningún aspecto estaban dispuestos a “abordar el tema de seguridad de la mano de una empresa privada”, posición que defendían -hoy también lo hacen- el personal no docente y la mayoría de los profesores.
A esa altura, ya era común la sensación de que la facultad es un espacio abierto y descontrolado, un rasgo que –como la inseguridad- es común denominador con las demás sedes de la Universidad de Buenos Aires.
Los estudiantes se acostumbraron a convivir con gente con problemas mentales, linyeras y mendigos, con libre acceso a la sede de la calle Puan. Hasta veinte personas llegaron a pasar la noche allí, en el pulmón de una de las zonas más residenciales del barrio de Caballito.
Entonces dejó de ser una rareza que un agresor extorsionara a profesores y alumnos para que les entreguen dinero por su condición, modalidad que hoy en día sigue vigente. “Hace dos semanas, estaba dando Lógica, como siempre, y fui víctima de una situación extrema que ya no me paraliza como antes. Un hombre entró al aula, sacó un cuchillo y amenazó con cortarse las venas si no le dábamos dinero a cambio. Salí corriendo, fui hasta la sala de profesores y pedí ayuda. Cuando volví, ya no estaba. Los chicos me dijeron que entregaron algo de plata y se fue, justo cuando apareció uno de los guardias de seguridad”, describe a NOTICIAS Eduardo Barrio, docente de la carrera de Filosofía. A su experiencia se suma la de Silvana Dicamilo, de Lenguas Antiguas, quien también vivió una situación similar de extorsión.
En alerta. Como los casos se multiplicaron, los profesores decidieron compartir y reunir sus experiencias vía mail, para elevar un reclamo formal ante el decanato, que a principio del 2007 empezó a reaccionar a pesar de la resistencia del centro de estudiantes. El decano, Héctor Trinchero, tomó la decisión de contratar seguridad, que no es privada ni tampoco está armada; simplemente son dos personas de civil comunicadas por handy: una se ubica en la entrada principal y la otra recorre todos los pisos de manera preventiva.
“Somos muy pocos. Con dos personas no se puede hacer mucho. Acá trabajamos por parejas y en dos turnos, que parten al día por la mitad. Yo estoy para persuadir la violencia y para que todos se sientan más protegidos, pero si un loco saca un arma, lo dejo pasar; tampoco voy a arriesgar mi vida así porque sí”, reconoce Daniel Verón, uno de los cuatro custodios que cobran 1200 pesos por mes y que los estudiantes llaman “los patovicas”.
El decano Trinchero aclara que desde la incorporación en febrero “de personal de seguridad civil, recomendado por los organismos de derechos humanos, se pudo desalojar a todos aquellos que habían tomado nuestro edificio como vivienda para pasar la noche. Además, terminamos con las fiestas que tantos negocios generaban puertas adentro y tantos problemas nos traían con los vecinos”.
La máxima autoridad de la facultad se anota ese mérito en su “haber”, pero los docentes argumentan que desde hace poco las armas volvieron a ser protagonistas. A principios de agosto, en la oficina 436 del cuarto piso, que alberga la biblioteca de Lenguas Modernas, seis personas de un grupo de lectura encabezado por el docente Antonio Tursi fueron amenazadas con un revólver y reducidas al encierro. Ese lunes al mediodía era uno más hasta que el delincuente “llegó como pasadito; pidió que le diéramos todo, mientras apoyaba la pistola sobre la mesa y la golpeaba con insistencia. Podría haberse escapado un tiro”, recuerdan las víctimas. Sin lastimar a nadie, se llevó todos los bolsos, las billeteras, las tarjetas de crédito y débito, y los teléfonos celulares. La seguridad nunca llegó y los profesores no entienden por qué “el cuarto y quinto piso están completamente enrejados, pero con las puertas abiertas de par en par. ¿Es tan difícil colocar un portero eléctrico y que la gente se identifique con una credencial para ingresar?”, se preguntan. Allí funcionan los sectores de idiomas, laboratorios, postgrados, institutos y departamentos de investigación, con un invalorable patrimonio en publicaciones.
Soluciones de emergencia. Para escapar de situaciones violentas algunos docentes decidieron dar clase en el patio y llevar a cabo las reuniones de cátedra fuera de la facultad.
Noticias: ¿Cuánto le preocupa la seguridad en su edificio?
Héctor Trinchero: La tengo asumida, por eso tomamos la decisión de contratar a personal civil.
Noticias: Al parecer, no alcanza.
Trinchero: Es verdad, por eso la vamos a reforzar e incrementar, pero el desafío es hacerlo sin apelar a las empresas privadas de seguridad. Sus integrantes son hombres que provienen de organismos de inteligencia o fuerzas de seguridad, vinculados a épocas de represión que vivió nuestro país, que nada tienen que hacer en la UBA.
Noticias: ¿Qué nivel de inseguridad vive hoy Filosofía y Letras?
Trinchero: La situación es la misma que viven otras facultades de su tipo.
Noticias: ¿Está en condiciones de afirmar que en otras sedes ingresaron con armas de fuego?
Trinchero: No, ningún otro rector compartió una experiencia así. Pero, ¿usted vio las armas?
Noticias: Hay testigos y denuncias en la comisaría correspondiente y ante el decanato.
Trinchero: Una vez palpé a una persona que supuestamente tenía una y no le encontré nada. Y la experiencia es muy fuerte: viola los derechos individuales. No quiero que con esta nota se genere una campaña que diga que en Filo la gente entra armada, porque lo que estamos haciendo mejoró mucho la situación.
Desde este año, el Consejo Administrativo tiene en sus manos una serie de reclamos para aumentar la vigilancia y el control: un petitorio de profesores, personal no docente y alumnos reclaman 15 personas para la seguridad, en vez de dos por turno. “Estamos analizando la posibilidad de duplicar la cantidad que hoy manejamos”, finaliza Trinchero, quien también se ampara en que la UBA tiene gobierno propio y, dentro de su jurisdicción, la Policía Federal no tiene derecho a ingresar por su cuenta, “pero sí podría mejorar su actividad en las inmediaciones”.
Por su parte, Rodolfo Laufer, el nuevo presidente del centro de estudiantes, indica que “ésta es una facultad marcada, que tiene cabeza y muchos militantes, por eso no estuvimos de acuerdo con la vigilancia, pero algo había que hacer: prevención”.
Distintos criterios para una nueva e insólita polémica educativa. Que tiene final abierto.