“Nuestro gran error es intentar obtener de cada uno en particular las virtudes que no tiene, y desdeñar el cultivo de las que posee”, observó Marguerite Yourcenar. Quizás sea una de las mejores definiciones para la obsesión del ser humano por manejar la vida del prójimo, y de ese modo, imponer su criterio. La cita y reflexión vienen a la memoria ante el estreno de otra obra del escritor y director norteamericano Neil Labute.
Autor de la exitosa “Gorda” y “Una cierta piedad” es, sin duda, el dramaturgo de moda. No resulta difícil vaticinar que pronto veremos más piezas de su fecunda producción.
Al igual que las mencionadas, en “The shape of things” (el título original) los protagonistas conforman una pareja disfuncional –según los cánones de Occidente, claro está, y en especial de su clase media alta– asolada por el entorno. Pero a diferencia de aquellas donde las agresivas circunstancias y mandatos atávicos ensombrecen cualquier posible continuidad, aquí hay un giro sorpresivo –de notable habilidad y que no conviene revelar– que expone la condena que desde su inicio pesa en el vínculo.
Bajo el caparazón del humor (estupenda versión de la dupla Masllorens y Del Pino), la trama disecciona el noviazgo que establecen –en una sociedad universitaria y pacata– dos estudiantes que se conocen aparentemente de manera fortuita. El muchacho (Fernán Miras), empleado de un museo de arte, luce tan desaliñado como atolondrado, tiene pocos amigos (Sergio Surraco y Magela Zanotta) y cae seducido ante la arrolladora personalidad y belleza de una joven artista (Griselda Siciliani), pronta a presentar su tesis de graduación. La relación florece en tanto él se convierte –bajo la guía de su amada y a través de un régimen alimentario, un cambio de “look” y hasta una cirugía estética– en una “nueva” persona, más atractiva para los demás.
Cabal hombre de teatro, Daniel Veronese demostró en forma reiterada su capacidad para sintetizar puestas basadas en el ascetismo espacial y, por oposición, en un abigarrado, complejo y fecundo trabajo actoral. Sin embargo, su labor prolija y efectiva esta vez carece de intensidad. Al menos la noche del estreno, las actuaciones, en general fueron correctas –como cabe esperar en intérpretes de probado oficio–, pero epidérmicas. En parte porque los personajes parecen vacíos de carnadura. La excepción es Magela Zanotta, una actriz deslumbrante, que con cada aparición en escena, literalmente, se roba la comedia.