El Colegio Nacional de Buenos Aires, justo antes de Malvinas, es el lugar y el tiempo donde transcurre esta fábula sobre el poder y la manipulación. Una preceptora “nueva” en el lugar (Julieta Zylberberg) juega un extraño juego de seducción y repulsión con su jefe (Osmar Núñez). Diego Lerman, en su tercer largometraje después de “Tan de repente” y “Mientras tanto”, no cede a la tentación alegórica de hacer del tradicional colegio una “explicación de la Argentina”, aunque lo logra por metonimia. Lo que vemos, lo que inquieta, es la necesidad de María Teresa, la preceptora, por integrarse a un universo cerrado, por iniciarse en los mecanismos de control. Así, para ella tanto como para su jefe, los adolescentes son cosas y no personas.
La perversión del personaje crece paulatinamente, a través de pequeños gestos que Zylberberg vuelve creíbles: no vemos a una actriz componiendo su criatura sino a una persona que, al mismo tiempo, nos atrae y nos repele. La dirección de arte excede la mera decoración para crear ese universo cerrado, autocontenido y finalmente asfixiante, que refleja en lo exterior el interior de los protagonistas. Aunque algo fría, de todos modos es una película precisa que, antes que dar una explicación, busca que el espectador acompañe un cuento de alucinación y locura; una reflexión sobre lo artificial e imposible de un control total, ilusión de dictadores ya sea en colegios como en estados.