Gabriela Michetti recuerda que la primera vez que se reunió con Mauricio Macri fue en el living de su departamento de San Telmo. Era el 2003 y el ingeniero buscaba nuevos personajes para incorporar a su proyecto político. El legislador porteño Marcos Peña ofició de nexo entre los entonces desconocidos. “Yo no quería saber nada con la política partidaria, le tenía miedo a la pérdida del prestigio personal y tenía prejuicios sobre Mauricio. Pensaba que era frívolo y poco comprometido”, dice la mujer que fue el factor clave en la abultada diferencia que el PRO sacó en la primera vuelta de las elecciones porteñas.
En aquel cónclave fundacional, Michetti dice haber sido muy dura. “Lo cuestioné casi como una inquisidora. Después me acerqué a sus equipos de trabajo y me enganché. Aunque al principio nuestra relación no arrancó bien, porque Macri, por su pasado en las empresas automotrices y en el fútbol, no estaba acostumbrado a trabajar con mujeres”, confiesa. Más de una vez, ella terminó llorando por esas discusiones. Y tiempo después él bromeaba: “¿Ves? Al menos ya no te hago llorar”.
Ahora se volvieron complementarios. “Mauricio, por su formación, tiende a simplificar los procesos y las soluciones; yo le aporto la mirada política compleja.” Ella nunca lo dirá, pero su aporte fue aún mayor. El crecimiento de su figura en el PRO la transformó en el cerebro ideológico de un partido que, a través de ella, intenta replicar el estilo de una centroderecha moderna a la europea.
Su alto perfil en la campaña electoral estuvo planificado. Michetti fue la clave para lograr lo que Macri nunca pudo: seducir a ciertos sectores de la clase media porteña, de tradición progresista y recelosos de un empresario ligado por origen a la patria contratista, algo que el Gobierno hoy se encarga de recordar ante cada micrófono. El encuestador oficialista Artemio López deslizó que la figura de Michetti le habría aportado a Macri cerca de ocho puntos, mientras que otros consultores más afines al PRO estiman que en barrios como Flores o Caballito su impronta fue determinante para que Macri se impusiera.
Factor “Gabi”. Cuando Macri dudaba entre la candidatura a Presidente o a jefe porteño, Michetti fue fundamental para que se definiera por la ciudad. Y aunque nunca lo admita en público, esa opción fue un triunfo en la interna macrista contra Horacio Rodríguez Larreta, actual jefe de campaña, quien vio truncas sus aspiraciones a convertirse en el candidato porteño.
“Me cuesta mucho menos comunicar en lo político. Mauricio tiene cierta dificultad para expresar emociones y es más de hacer que de pensar”, explica Michetti. Su forma de construcción política es otro aporte clave del cerebro del PRO. “Aprendí a no cerrarme, a que el mundo no se divide entre el bien y el mal. Descubrí que tener coincidencias con quien piensa diferente no hace que uno pierda su identidad”, dice. Esa constante “búsqueda del consenso” la llevó a ganarse el respeto de todo el arco político: tiene buena relación con referentes de izquierda como Patricia Walsh o Vilma Ripoll, a Elisa Carrió la destaca como “una referente política” y construyó un sólido diálogo con el derrotado candidato Jorge Telerman. Hasta seduce al oficialismo: el reelecto legislador porteño Diego Kravetz, quien responde al jefe de Gabinete, Alberto Fernández, la ha rescatado más de una vez como un valorable “cuadro político”.
Perfil. Con títulos en Relaciones Internacionales y Ciencias Políticas de la Universidad del Salvador, la militancia política de Michetti estuvo ligada a la Iglesia católica desde su juventud. “Comencé en grupos parroquiales en mi pueblo, Laprida. También fui dirigente de los boy scouts. Cuando me vine a la Capital, trabajé con la congregación de los curas redentoristas en acción social, en villas de Florencio Varela, y tomé contacto con la diócesis de monseñor Jorge Novak”, cuenta. De formación jesuita, hoy es una de las dirigentes políticas de diálogo más fluido con el cardenal Jorge Bergoglio.
Pero a pesar de haber tenido una “educación mandatada”, Michetti admite que el trabajo político la hizo rever algunas posturas. “Logré separar la moral religiosa de la ética pública.” Ese cambio la llevó a replantear sus posturas y apoyar leyes de salud reproductiva y educación sexual. Y confiesa que está analizando sus posturas sobre la homosexualidad: “Apoyo la unión civil, pero aún no tengo en claro temas como la adopción gay”.
Dolores. En 1994, un accidente automovilístico en una ruta de ripio en Laprida la dejó parapléjica. Su nueva vida en silla de ruedas no le impidió crecer como figura política. Casi como un símbolo progresista. Hoy admite que aquél no fue el momento más doloroso. En el 2005, NOTICIAS le preguntó cuál era su mayor miedo y Michetti aún recuerda su respuesta: “Que se rompa mi familia”. Hace un año y medio se separó de su marido, el periodista Eduardo Cura, padre de su hijo Lautaro (14), y estaría en proceso de divorcio. “El accidente lo pude procesar porque me afectó en cuestiones funcionales y estéticas, pero no en el fondo de mi ser. La separación fue más dolorosa porque afectó cuestiones más profundas, mi idea de matrimonio para toda la vida, el amor y demás. Estoy tratando de superarla”, reconoce. “No me veo construyendo una nueva familia, al menos no ahora que estoy metida en esta vorágine de laburo y con mi dedicación a full.”
Michetti se consagró como la principal figura del macrismo. El cerebro detrás del triunfo.