El colaborador de Francisco de Narváez salió sorprendido de la reunión. Había estado hablando más de una hora con el “Colorado” en el petit hotel que funciona como búnker de campaña en el barrio porteño de Las Cañitas, y no podía creer las últimas palabras que había escuchado de su jefe: “La verdad es que no sé muy bien por qué llegué hasta este lugar. Vengo de otro palo y estoy peleándome con todos. No entiendo cómo la historia me puso acá”, le dijo con la mirada clavada en el suelo. Ya se había sacado la corbata y el saco Giesso descansaba en el sillón.
El colaborador, de innegables lazos con el duhaldismo, se quedó con la boca abierta y se fue apurado. “¿Ahora se viene a cagar en las patas este tipo?”, le dijo al salir a su secretario, que lo esperaba en la calle.
No era la primera vez que sus asesores le veían signos de debilidad a De Narváez. En su entorno dicen que es ingenuo políticamente y que le falta una historia de militancia. Pero él no se preocupa por las críticas y para contrarrestarlas, recurre a su billetera. Con una fortuna estimada en 200 millones de dólares puso en funcionamiento una maquinaria publicitaria sin precedentes para hacerse conocer. Gasta 870.000 pesos por día y en total invertirá 52 millones durante toda la campaña.
Hoy es el hombre que puede ponerle fin político a Néstor Kirchner. La mayoría de las encuestas lo ubican en el segundo lugar, pero en constante ascenso. Y ya circulan varios sondeos que lo ponen por arriba de la dupla Kirchner-Scioli. El ex presidente hizo mucho para instalarlo en ese lugar abusando del recurso del miedo: amenaza con abandonar el Gobierno si pierde las elecciones y mete presión cada vez que habla en los actos de campaña: “Si perdemos las elecciones vuelve el caos”, advierte Kirchner. Su contrincante pone paños fríos. “Sería muy irresponsable que los Kirchner se vayan”, dice (ver entrevista).
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