Vaya a saber si el descubrimiento fue el resultado de un “trabajito” de la SIDE o un simple descuido de algún secretario de Martín Redrado. Pero lo cierto es que Cristina Fernández le mostró a su marido la fotocopia de la agenda personal del presidente del Banco Central alarmadísima, como si tuviera ante sí las pruebas de la infamia. Redrado había recibido en su despacho a periodistas de Clarín, mostraba, horrorizada. Ocurrió en el avión que traía de vuelta al matrimonio desde El Calafate el domingo 3. Ahí empezó la cuenta regresiva para el funcionario del Central. Cristina citó a Redrado y lo retó, mientras blandía la fotocopia: “Martín, a ver si te dejás de hacer operaciones por los medios”. Fue después de que el ex Golden Boy había atinado a decir que hace tiempo que no hablaba con los periodistas. “Vos te debés creer que yo soy boluda”, fue la frase que terminó la reunión.
Así se sintió también ante algunos de sus funcionarios. Una semana después, al atardecer del domingo 10, en Olivos, la Presidenta los increpó, delante del propio Néstor Kirchner: “Convengamos que estamos rodeados de conspiradores, pero también de inútiles… Bien, los inútiles son los nuestros”, franqueó, con una sonrisa amarga. Volaba de rabia: “¿Cómo puede ser que recién ahora me entere que pueden embargarnos las reservas por un decreto mal hecho?”, le disparó a Amado Boudou mirándolo a los ojos. Cristina vivió toda esta semana al borde del ataque de nervios: “Muchachos, ¿podrían hacer que las informaciones que me pasan algún día se confirmen?’”, preguntó, por ejemplo, a dos de sus ministros, con cruel ironía, el miércoles 13. Pese a los esfuerzos del subjefe de la SIDE, Francisco Larcher, y al despliegue mediático de Boudou, ninguno pudo anticiparle a la Presidenta los futuros pasos de la jueza Sarmiento en Buenos Aires, del juez Thomas Griesa en Nueva York o de los bloques opositores en el Congreso.
“Está bien, yo los escracho (al “embargador serial” Griesa, al “okupa” Redrado y a la jueza “delivery” María José Sarmiento), pero ustedes arreglan el tema, ¿sí?”, le reclamó a su coequiper de toda la vida, Kirchner. A esta altura, curada de espanto.
Perdieron las formas una vez más. Temen perder el control de la Caja: lo admiten en privado. Las escenas del naufragio trascienden desde la intimidad de Olivos. Los Kirchner empiezan a experimentar un sentimiento de impotencia en el ejercicio cotidiano del poder. Lo comprueban los pocos que los frecuentan fuera del protocolo. Reconocen sus inconsistencias de diagnóstico y de gestión. Las reacciones desesperadas, sus justificaciones cada vez más falaces. Se enferman con las “operaciones” en su contra. Del otro lado, claro, militan los neo opositores. Los que festejan haberse apartado a tiempo y modulan un flamante discurso anti K: perciben el fin de ciclo. Quedan 18 meses para instalar una alternativa y tienen una oportunidad. Están apurados. Se aprovechan y gozan pegándole a un matrimonio que imaginan fatalmente debilitado. No importa si hasta hace poco les consentían las mismas monstruosidades que hoy denuncian.
Hoy cotiza estar lo más lejos posible. El negocio de pegarle a Cristina rinde. Es fácil. El humor colectivo parece refugiarse en la fe de los conversos. Aunque no quede claro para qué. Actualmente, el 79,7% de los encuestados por Management & Fit está en desacuerdo con usar las reservas del Central para el pago de la deuda. En diciembre del 2005, el 73% de los consultados por la consultora de Zuleta Puceiro avalaban la utilización de las reservas para cancelar la deuda con el FMI.