El domingo 7 de febrero, el día en que más cerca estuvo de morir, Néstor Kirchner (59) se resistió durante casi tres horas a que lo internaran para operarlo de urgencia. A las 11 de la mañana sintió el delator hormigueo en su pierna izquierda, y luego en el brazo del mismo lado, y sólo pidió que lo dejaran tranquilo. “Ya pasa, no es nada”, le dijo a Rudy Ulloa Igor, su colaborador todo terreno y ex chofer en los tiempos del sur. Rudy dudó, Cristina Fernández comenzó a preocuparse, el médico de la familia presidencial, Luis Buonomo, seguía en Río Gallegos, lejos de todo, y finalmente su segundo, el doctor Marcelo Ballesteros, doblegó la férrea negativa del paciente y ordenó llevarlo a una clínica de Olivos para hacerle estudios. El valiosísimo tiempo perdido, de haber sido más, pudo significar la diferencia entre la vida y la muerte, o entre una recuperación satisfactoria y un dramático estado de coma, hemiplejia o daño cerebral irreversible.
El ex presidente fue el mismo de siempre, negador y caprichoso, hasta en su hora más difícil. E incluso les bajó el pulgar a los dos primeros hospitales a los que intentaron trasladarlo. No quiso ir al Argerich –que funcionaba hasta ahora como el sanatorio de cabecera de los Kirchner y su familia– para desairar al opositor Mauricio Macri, el jefe de Gobierno porteño que tiene el control político sobre ese hospital público del barrio de La Boca. Y con igual desdén desechó la segunda opción, el Instituto Cardiovascular de Buenos Aires, porque allí se había operado Carlos Menem –también de la carótida– allá por 1994. Para Kirchner, las posibles comparaciones antipáticas tenían más importancia que su cuadro médico, que empeoraba minuto a minuto. Después de perder horas decisivas en esas nimiedades, el paciente llegó por fin a la clínica Los Arcos, donde lo sometieron a una delicada intervención quirúrgica para desbloquearle la obstrucción provocada por una placa ulcerosa en la arteria carótida derecha, que dificultaba la llegada de sangre y oxígeno al cerebro.
El tiempo transcurrido entre los síntomas de la mañana y el momento de la operación, realizada por el cirujano Víctor Caramutti a las 18.30, fue interminable. Entre 7 y 8 horas es el plazo que los especialistas indican como límite para casos de esta gravedad, y lo cierto es que para el ex presidente pasaron 7 horas y media. Estuvo al filo de una tragedia.
Kirchner abandonó la clínica del barrio de Palermo el miércoles 10 por la mañana, tras permanecer dos días en terapia intensiva luego de la intervención. “Estoy 10 puntos”, soltó. Pero los mismos médicos que lo acompañaron en el trance, y que en público intentan tranquilizar a la ciudadanía, no saben cómo evolucionará el ex presidente ni si él está dispuesto a cambiar su estilo de vida para evitar futuros problemas. Uno de esos profesionales reconoce en la más absoluta reserva: “El episodio fue más grave de lo que se informó. Y con Kirchner no se sabe qué puede pasar de acá en más, no les hace caso a los médicos ni a nadie”.