La Guerra de la Triple Alianza, que se desató a fines de 1864, enfrentó a una coalición formada por Brasil, Uruguay y la Argentina contra el Paraguay. Varias teorías atribuyen la contienda a las ambiciones del Imperio Británico, dado que en aquel entonces, Paraguay era uno de los pocos países del mundo que no había caído bajo su tutela económica. Gracias al proteccionismo que implementó con eficacia, había logrado un desarrollo económico autónomo y de tendencia industrialista en fuerte ascenso. De modo que esta pequeña nación contrastaba con los demás estados de la región.
Basta repasar algunos datos: la segunda línea ferroviaria, los primeros telégrafos y fundiciones de hierro se instalaban en sus ciudades principales, mientras que el primer buque metálico era botado en los astilleros de Asunción. Las fábricas textiles, siderúrgicas, del papel, tinta, loza, pólvora y de la construcción empezaban a producir y exportar, favorecidas por las medidas gubernamentales. El Estado poseía grandes terrenos, denominados “estancias de la patria”, que arrendaba a los campesinos para que fueran cultivados. No tenía desempleados ni deuda externa y la educación era obligatoria y gratuita.
Las sangrientas hostilidades cesaron en 1870, con una derrota total del Paraguay y consecuencias terribles: la población, aproximadamente de 1.525.000 personas, fue reducida a unos 221.000, de los que solamente unos 28.000 eran hombres. Gran parte de su territorio (un total de 169.174 km²) fue anexado por las naciones linderas y obligado a pagar una abultada indemnización. La cifra inicial del préstamo para saldarla, otorgado por Inglaterra, tras sucesivas refinanciaciones e intereses punitorios se volvió millonaria.
Como homenaje al Bicentenario de la Independencia de la nación hermana, el talentoso actor, dramaturgista y director teatral Julio Molina rescata una batalla en particular: el frustrado asalto de los aliados al fuerte Curupayty, valerosamente resistido por los locales. Sin caer en la pedagogía, el texto (dicho alternadamente en guaraní y castellano) aborda los hechos, pero se detiene en los relatos íntimos y desgarradores de esas mujeres desoladas y hombres mutilados. Apenas pocos elementos, un vestuario de época exacto, el acompañamiento en vivo de un arpa y el desempeño de un dúctil y apasionado elenco bastan para recrear, de manera admirable, el clima agobiante de la selva y la angustia de los vencidos.
Valiosa y necesaria propuesta del teatro alternativo porteño, que repasa en forma conmovedora y poética, una vergonzosa página que muchos libros de historia prefieren minimizar.